Ando dándole vueltas a un poemario. Quizás estos versos se contengan en él. Quizás no. Pero los trascribo aquí. Nunca se sabe.
Dos canciones
Ven,
sígueme siempre.
Aunque a veces
lo diga con mi particular
boca pequeña,
la bocca chiusa
que llama a Butterfly
durante el primo atto
sublime y frágil:
la que canta
a la ingenua,
a la que espera,
al sueño que se queda
y nos dice adiós agitando las manos,
flotando entre paneles vidriosos
de una China de juguete,
de afiladas esquirlas de cristal
que terminan
(ultimo atto)
fundiéndose en tu piel blanquísima.
Pero no pensemos en eso.
No lo hagamos todavía.
O mejor aún:
No lo hagamos nunca.
Y
ven, sí,
sígueme,
sígueme siempre.
Te espero y te persigo.
Yo invito. Entremos en una estrofa reducida
de esa mañana de domingo
que canta Lou
también con la bocca
chiusa;
soñando con Butterfly,
posiblemente. Antes de que el crispado puñal
se hunda entre sus dedos.
Pero no pensemos en eso.
No lo hagamos todavía.
O mejor aún:
no lo hagamos nunca.
Y menos con la bocca
chiusa,
de una mañana de domingo.
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