Ni es puro ni
tiene sangre azul,
pero va a pasar en las mazmorras del delito
tantos años como su mente sea capaz de recordar,
casi tantos como Dumas imaginó
a su Edmundo Nantes aplastado contra las piedras y húmedos
rincones
de una celda francesa,
greñudo y asalvajado,
sin voz ni perdones,
sin un ápice de alma de hombre.
Así lo ha decidido un tribunal popular.
Y pienso que eso de tribunal-popular
es como hablar de una sinagoga nacionalsolicialista,
Porque popular es una fiesta
a la luz de la luna,
popular es un carrera de diez kilómetros,
o una marcha,
o el tradicional partidito entre solteros y casados,
o la subida al monte ése que queda justo ahí,
a la vuelta de casa.
Pero un tribunal…
Un tribunal habla
y te corta las alas,
y el aire,
y tras dictar su anónimo veredicto
impone a tus idas y venidas
un antes y un salvaje después,
el más impertinente empujón,
el fuera de aquí
más obsceno
e irreversible.
Y no me gusta.
No me gusta que detrás de lo popular
se esconda la inmundicia,
aquello para lo que hay personas instruidas
que saben
que conocen
que han estudiado
para bregar con esas ingratas tareas.
Y que por eso visten de negro.
Y dejemos a lo popular.
No le sustraigamos de sus risas,
de sus aromas a paella,
a fogatas,
a chiringuito,
a verbenas,
a kalimotxo,
a besos con quince años.
Sí, puede que a Alfonso se le haya torcido el camino
y la cabeza.
Puede que pensara
en lo que nunca debe pensarse
y se creyera un Basterra
que no hubiera compartido
ni mis pizarras, ni mis pasillos, ni mi colegio.
Y puede, entonces, que se lo haya merecido.
Pero nunca se habrá merecido esto.
Estoy seguro.
Lo popular no se abraza
con la desgracia.
No se entiende
con lo irremediable.
En su lugar lo popular me venda los ojos
y coloca un garrote a mi lado;
sí, también lo hace.
Pero luego nos arrima a donde cuelgan bolsas
repletas de arena o de los ansiados caramelos.
Y, a ciegas, tengo que acertar.
Y a veces lo hago y a veces no.
Y me cubro de confeti
o con lluvia sabrosa de dulces de colores.
Pero en cualquiera de los casos
siempre estoy vivo.
[1] Alfonso Basterra,
compañero de la promoción del ´83 en el Colegio de los PPJJ de Bilbao, fue
encontrado el 29 de octubre de 2015 culpable, junto a su ex mujer de la muerte
de su hija de 12 años, por un tribunal popular.
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