Yo siempre lo he defencido y me he hartado de repetirlo en mis clases y para todo aquél que haya querido escucharme. Y tampoco presumo de ser un lumbreras. La frase está extraída de aquella enseñanza que predicaba David Hume: la modesitia y la humildad siempre deberán guiar nuestros pasos. Y así tendríamos lo que en esta entrada nos ocupa: la humildad que debe atesorar todo aquél que aspire a convertirse en un solvente director de cine.
Y no lo recordaba, pero el otro día volviendo a ver Cautivos del mal. la película que Vincente Minellli rodó en 1952 con Kirk Dougas y Lana Turner, entre otros, y que sitúa la acción en el interior de un gran estudio en la época del más dorado Hollywood, se puede oír idéntica consigna, la principal característica que debe poseer un director de cine es la humildad; sí, humildad ante la gran tarea que piensa emprender y ante las numerosas dificultades y contratiempos que deberá superar para lograr realizar una buena película. Reconocer nuestra "insignificancia" frente a tales retos es el mejor antídoto contra los normalmente inflados egos- que nunca aciertan con el tamaño de la dificultad y que salpican el Mundo del Arte como champiñones. Sí, es éste, sin duda, el paso más acertado para comienzar a nuestra carrera.
Pero, sin embargo, en estos tiempos que corren (¡siempre son ellos, los tiempos!) la humildad cotiza a la baja. ¿Quién desea ser humilde?, ¿reconcer la pequeñez de nuestros actos frente a la magnitud de nuestro deseo? En el Hollywood clásico en donde, por pleno derecho, se inscribe la película de Minelli, era fácil encontrarse con el brazo torcido, con la cabeza gacha del director frente las exigencias del todopoderoso productor. Pero quizás ahora, cuando estos productores se han volteado y únicamente fijan sus objetivos en su empeño en hacer de la películas el más lucrativo y jugoso de los negocios, al modo de los objetivos que rigen una central bancaria, y dadas las estratosféricas dimensiones que han alcanzado los mass media y el porque-yo-lo-valgo como el más salvaje pero necesario modus operandi en esta jungla de pasta-y-pasta, el director y la humildad no dejan de ser trasuntos del agua y del aceite. Y así mal vamos. Yo sólo os invitaría a acercaros a cualquier sala comercial donde se proyecte el último blockbuster. Y os dejo un kleenex para que empapéis las lágrimas.
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