Y DESPIDAMOS AL AÑO COMO DIOS MANDA. SE ME OCURRE CON EL BRINDIS DE LA TRAVIATA DE VERDI YA QUE EL PRÓXIMO AÑO SERÁ EL DEL SEGUNDO CENTENARIO DE SU NACIMIENTO. Y NOSOTROS LE AJUSTAREMOS LAS CUENTAS DESDE ESTAS PÁGINAS. NADA SANGRANTE. SIMPLEMENTE UN PAR DE PUNTOS SOBRE LAS ÍES: UNA VUELTA DE TUERCA. ¡¡Y A DISFRUTAR!!
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jueves, 27 de diciembre de 2012
HABLANDO UN POCO DE CINE (Y DEL SONETO 126)
Se nos acaba el año. Se nos
terminaron las sesiones del Cine-club FAS 2012. Fue, y lo decimos sin muchos rodeos,
un buen año (para los jodidos años que corren). Y una de las últimas
proyecciones nos presentó a Lope, la
película que Anducha (Waddintong) dirigió en 2010 centrándose en la juventud
del magnífico poeta y dramaturgo: Lope de Vega, claro.
La película, y olvidándome del
chiste fácil de que el nombre del director ya debía haberme alertado sobre sus
deficiencias: “flacucha”, perdón Anducha, me sirvió en bandeja de plata un par
de reflexiones. Y paso a referirlas. Y después descorcharemos el champán. Por
las fechas que corren. Y no por mis ocurrencias. Ni por la calidad de la cinta
de Anducha. Aunque a esto ya he aludido antes.
Así que la primera reflexión haría
referencia al peligro eminente y evidente que atraviesan actualmente las
cinematografías nacionales que basan un porcentaje importante o importantísimo de
su producción en la participación en ella de los diferentes canales públicos
y/o privados de televisión que operan en su territorio. Y un ejemplo flagrante
de esto último sería el caso español.
Y si hablo de “peligro” lo hago en
relación a que estas televisiones, con independencia de su mayor o menor
sabiduría sobre asuntos exclusivamente cinematográficos, buscan ante todo la
consecución de cuantiosas recaudaciones y rendimientos que les permitan cuadrar
sus (endiabladas) cuentas de resultados, y esas (malditas) obligaciones de-invertir-en-cine
que en muchas ocasiones se les impone desde las legislaciones estatales.
Aunque una vez pasado el susto
cualquier cadena televisiva sabe sobreponerse y llevar el “castigo” con mayor o
menor entereza. ¿Qué hacer?, se preguntan sus avezados directivos. Copiemos, contestan,
con mayor o menor disimulo, los éxitos cinematográficos de otras
cinematografías más reconocidas, con o sin justicia, y más prestigiosas, con o
sin justicia, que la nuestra. Y pronuncian, entonces, al unísono: “¡Hollywood,
los americanos! Porque es el cine que más a mano está, el que todos conocen;
quizás, el único que conoce la mayoría de los directivos. Y luego, incluso,
alguno de esos directivos, más culto y con más tablas que los demás se atreverá
a ir más lejos y proponer, Shaskespeare
in Love! (porque aunque sea medio inglesa, sus actores y actrices hablan en
inglés) Y a continuación ese mismo
directivo con más tablas que los demás, ya envalentonado, soltará la numerosísima
lista de premios (Óscars incluidos) recibidos y las aparatosas cifras de
recaudación para proponer, al fin, la gran cuestión: ¿Y por qué no hacemos
nosotros, españoles, lo mismo? Y tras un brevísimo intervalo de silencio
(porque todos están, en el fondo, pensando en irse a comer) el resto de
directivos con menos tablas sonreirán satisfechos, alguno dirá, ”¡gran idea”!,
y todos se frotarán las manos, aunque la calefacción está encendida a tope
(¿quién habló de crisis?). Y así habrá nacido un proyecto: Lope in Love o, por no resultar demasiado descarados, Lope (a secas).
Y hasta aquí la cosa puede pasar.
Puede, incluso, que esté bien. La concatenación de razonamientos que nos llevan
hasta el diseño de la película no parece, a priori, errónea. Ni parece tener
vías de escape que le pudieran hacer zozobrar y hundirse a los pocos días de
haber iniciado su periplo comercial. Pero el problema (¡y muy gordo!) ha
surgido, mucho antes, ¡a los pocos minutos de haber comenzado su primera proyección!,
y para cualquier espectador que haya decidido ver la película sin tiritas en
los ojos.
Enunciado en una escueta frase, el
problema podría se el siguiente: ¡Esta película me suena! Y éste es un problema
que va más allá de las supuestas calidades de las cintas que se entremezclan en
nuestras cabezas de espectadores. Yo, personalmente, y sin tirarme de los
pelos, puedo preferir Shakespeare in Love
pero ése no es el verdadero asunto. El asunto crucial es que Lope, al tratar de copiar y seguir las
estelas de Shakespeare in Love se ha
quedado vacía de contenido. Se ha quedado sin nada que añadir o, lo que es lo
mismo, sin nada que decir. Y esto sí que es ya muy grave. Porque, ¿si Lope no dice nada para qué se pagan 7€
por entrar a verla? El dejá vu nos
recorre como el filo de una navaja el espinazo. La personalidad brilla por su
ausencia. Y el arte (porque el cine es un arte, ¿o no?- tal vez aquí esté HOY
el auténtico quid de la cuestión) sin personalidad no deja de ser más que nunca
una bolsa de palomitas, una sala oscura, el aire acondicionado y el acomodador
iluminándonos amablemente la butaca que hemos adquirido durante dos horas. El
resto, lo que se proyecta sobre la pantalla, es sin duda lo de menos o un “más
de lo mismo”.
Y si estamos hablando de cine habrá
que puntualizar que la personalidad se percibe directamente en eso que algunos
pedantes continuamos llamando “puesta en escena”. La puesta en escena hace
DIFERENTES a los directores y a las películas. Nos obliga a NO CONFUDIRLAS. Y a
defender que Fellini no es Bergman ni Tarkovski ni Howard Hawks. La puesta en
escena nos permite mirar
desglobulizadamente. Porque, sin-personalidad, globalizadamente, ¿qué más
nos da que, por ejemplo, Lo imposible
sea dirigida por Bayona o por cualquier otro director “globalizado”, bien
adocenado e instruido en los lugares comunes? Claro, cuando muchos valen para
lo mismo, “lo mismo” pierde todo su valor. Y los “muchos” ven su cachet
reducido. ¡Negocio redondo! Claro, muchos pueden hacer lo mismo. Esta fue la
primera reflexión. La segunda fue más breve. Y gratificante.
Y es que, incluso, en las peores
circunstancias globalizadas surge la magia, el ARTE con mayúsculas, y éste hacer
(como me ocurrió a mí) que los pelos se me pongan de punta. Y me pasó, y sin
salirme de Lope. Cuando ya lo daba
por imposible. Fue durante su último plano, .cuando una perfecta voz en off
comenzó el recitado del magno Soneto 126 de Lope. Y comprendí, entonces, que la
personalidad es algo inimitable, que no se encuentra a la venta en ningún bazar
ni centro comercial. Y que el arte auténtico, ese ARTE con mayúsculas no puede
copiarse. Se tiene o no se tiene. O sale por sí solo, de las entrañas, o no
sale nunca ya que si lo copiamos ya no es arte sino, apenas, una vulgar
imitación o calcamonía. Que nos hable Lope y callemos el resto. Escuchad su
Soneto126:
Desmayarse,
atreverse, estar furioso,
Áspero,
tierno, liberal, esquivo,Alentado, mortal, difunto, vivo,
Leal, traidor, cobarde y animoso;
No hallar fuera del bien centro y reposo,
Mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
Enojado, valiente, fugitivo,
Satisfecho, ofendido, receloso;
Huir
el rostro al claro desengaño,
Beber
veneno por licor suave,Olvidar el provecho, amar el daño;
Creer
que un cielo en un infierno cabe,
Dar
la vida y el alma a un desengaño;Esto es amor, quien lo probó lo sabe.
sábado, 13 de octubre de 2012
HABLANDO UN POCO DE CINE (y 2): LA MELODÍA INFINITA
Sí, continuaremos hablando un poco
de cine. Pero, en esta ocasión, dando un pequeño rodeo. Así que nadie se
despiste. Porque empezaremos refiriéndonos a aquel concepto que ¡Richard Wagner!
definió en su célebre ensayo La música
del porvenir, escrito en 1860, hacia la época en la que componía también Tristán e Isolda, y donde acuñaba el
término que ahora, en estas precipitadas (como siempre) líneas, nos interesa.
Es la melodía infinita.
Y, ¿qué es esto de la melodía
infinita?, ¿y, sobre todo, qué tiene que ver con el cine? Sí, de acuerdo:
vayamos por partes. Y demos, en primer lugar, cuenta de la primera (y valga la
redundancia) pregunta. Para tomar posiciones y situarnos, más que nada. yo voy
a tratar de no ser resultar prolijo y restringido; claro como una patena.
Y empezaré diciendo que “melodía
infinita” es una expresión (en principio musical) que Richard Wagner congregó
en torno a la idea de “infinitud”, una de esas categorías centrales de la
filosofía romántica del arte. La melodía infinita trata de evitar las cadencias
o cesuras y, en su lugar, tiende un puente entre ellas que las aúna en un todo.
Así, la melodía infinita no admite la fragmentación y apuesta, por el
contrario, por una continuidad no-fragmentada e infinita.
Por todo ello, con la melodía
infinita se está aludiendo a un “algo” de índole estética y sólo
secundariamente a un “algo” de índole técnico. Su significado, en fin, es el de
que cada figura musical debe contener un “pensamiento” real y suficiente en sí
mismo, y de que hay que abstenerse, por lo tanto, de todo aquello que resulte
accesorio, “un mero relleno”, de todo
aquello que suene a simple fórmula. Y lo que es aún más decisivo para nuestros
intereses: Wagner está aspirando a lograr con esta música una continuidad
musical ininterrumpida en el que cada detalle contiene su propio significado y
no precisara de complemento alguno para componer, escribía antes, un
“pensamiento” real.
Y a mí esta idea de la “infinitud”
ininterrumpida, compuesta por fragmentos “autosuficientes”, me resulta
enormemente atractiva y tentadora. Los fragmentos no precisarían de otras muletas para decir algo. Suenan y
el sonido ya nos basta. El sonido ya nos llena. Sin que tengamos que “esperar a
lo que va a venir a continuación”. Por eso en la sucesión de instantes ya somos
felices.
Y por concretar, un ejemplo
perfecto de todo esto que estamos contando lo tendríamos en el 2º acto de Tristán e Isolda. (Recurro a un extracto
sacado del archisocorrido youtube: ver enlace abajo). Si
nos conseguimos abandonarnos al espíritu de la música, durante ese 2º acto,
enseguida quedaremos atrapados en sus acordes y figuras ininterrumpidas. La
música podría durar eternamente. Y no nos importa. Estamos capturados en una maravillosa
telaraña sonora, construida con pentagramas, silencios y notas musicales, que
nos trasporta, viento en vela, hacia un infinito que no sabemos, de momento,
dónde puede terminar. Pero tampoco nos importa. Quizás no termine nunca. Es
infinito. Porque al “borrar” los fragmentos, los cortes que existen entre ellos
y que no terminarán nunca de unirles al quedar siempre los cortes entre ellos
como prueba ineludible de que han sido pegados, también se han diluido.
Y he pensado que más de un siglo
después, en la música del grupo británico The
Cure (¡¡) he encontrado parte de esa herencia del espíritu wagneriano, “algo”
de todo aquelllo infinito. Lo descubrí cuando me preguntaba de dónde surge la
fascinación que experimentaba al escuchar, por ejemplo, A Forest. (Recurro, again,
al youtube: ver enlace abajo). A Forest, y preferentemente en sus versiones en directo, comienza
con una larga introducción musical. Y si me dejaba llevar por sus acordes
ininterrumpidos no me importaba que la voz de Robert Smith no interrumpiera, no
cortara el momento y empezara a cantar. Quería siempre que se esperara otro
minuto más. Que se callara. La música y las melodías de The Cure son también, en este sentido y en algunos temas como A Forest, infinitas. Son algo más que
una simple canción con su estrofa-estrofa-puente-estribillo, porque esa melodía
infinita (lo hemos apuntado ya) no tendrá ni divisiones ni partes. Aspira a ser
un todo seguido. Por eso cuando sus
acordes acaban y las luces de la sala vuelven a encenderse, tengo que aguardar
un minuto a recuperar el resuello, el ritmo cotidiano de nuestra respiración, a
darme cuenta de que respiro y de que tengo una conciencia con la que cargo día
a día. Y pensamos, entonces, que la próxima semana deberemos abonar el alquiler
de nuestra vivienda o cotizar, puntualmente, las cuotas de Autónomos. Esto se
relaciona con el mundo dividido, con el mundo lleno de cortes, con el mundo interrumpido continuamente. Es nuestro
mundo. Aunque ahora ya debemos saber que existe otro mundo sin cortes ni
divisiones: ininterrumpido. Richard Wagner y The Cure nos han grabado algunos ejemplos y, por un precio módico
(para lo que ofrecen: ¡¡es un nuevo mundo!!), nos lo venden en cualquier tienda
de discos que se precie.
Bien, vale. Pero, ¿y el cine?, ¿no
se iba a hablar un poco de cine? Claro. En el cine también nos encontramos con
la melodía infinita. En los fotogramas ininterrumpidos
de En el curso del tiempo, la
película que Wim Wenders rodó en 1976. En
el curso del tiempo dura 3 horas. Y no importa. Cuando te has sumrgido en
sus imágenes y en su ritmo, no importa que dure 3 horas. Podrían ser 4 o 5 horas,
o un número infinito de horas. Y nada (¡y esto es un milagro!) de lo que nos
cuenta la película resulta especialmente relevante. Pero es que Wim Wenders nos
habla de algo mucho más etéreo y abstracto, y complicadísimo de capturar. Nos está
hablando del tiempo. Pero no del reloj que divide y corta. Nos habla del tiempo
sin divisiones (en actos por ejemplo) ni cortes (en planos, por ejemplo). Del
tiempo que aspira a la “infinitud”. En el
curso del tiempo todo fluye continuamente. Sin principios ni finales. Por
eso empieza de repente, y acaba de repente. Anunciándonos que la película
termina (hay que salir del cine y cenar e irse a casa) pero que el tiempo verdadero
sigue ininterrumpidamente. Por eso, En el curso del tiempo me parece una
obra única. En ella Wim Wenders se ha vestido con el traje de “infinito
cineasta”. Porque si Richard Wagner acuñó el término “melodía infinita” y lo
plasmó en su Tristán, porque si The Cure ha persistido con la idea (y ahí
estaría A Forest), Wim Wenders la ha traslado a imágenes para que
nosotros, espectadores, no sólo la sintamos sino que también la veamos. Sin duda Wim Wenders ha sido
con En el curso del tiempo el cineasta
de la melodía infinita. ¿Podemos decirlo así, verdad?
TRISTAN E ISOLDA:
A FOREST:
TRISTAN E ISOLDA:
A FOREST:
viernes, 14 de septiembre de 2012
HABLANDO UN POCO DE CINE
Sí, hablemos un poco de cine. Yo mismo dirigí un
largometraje: Lo mejor de cada casa y,
actualmente, preparo el rodaje de un documental sobre el tenor canario Alfredo Kraus.
También, y desde hace seis años, imparto clases de dirección y guión en
diversas escuelas y organismos oficiales. Y de momento basta: ni quiero
alargarme ni darme excesivo jabón. Estoy contento con mi altura: 1,82. Y estoy limpio.
Simplemente quería constatar que hablando de cine yo también sé hablar un poco.
Pero sin que “la voz de la experiencia” diga nada. Sólo los “ojos de un
espectador” hablan. Y me explico.
Y es que mucho antes que director, guionista o profesor de
cine yo he sido espectador de cientos y cientos de películas. Me apasionaban
las películas[1]. Las devoraba. En el cine,
principalmente. Y en televisión. Y en vídeo y después en dvd, ocasionalmente (al
Sr. Blue-Ray no tengo aún el placer de conocerle). Había días (sí, eran otros
tiempos, lo reconozco) en que era capaz de ver ¡hasta 4 películas! y más tarde,
por la noche, en la soledad de mi habitación, ver alguna otra de propina a
través de la televisión o del vídeo o del dvd. Y creo que salvo contadísimos
casos no me arrepiento de haber visto ninguna de ellas.
Que de todas las películas se puede aprender algo es la
enseñanza que debería figurar sobre la puerta de la entrada de cualquier
escuela de cine que se precie de ser tal. Esto lo he tenido yo claro desde el
principio. Y con el tiempo me he dado cuenta de que los buenos cineastas norteamericanos, de los Estados Unidos (de Los
Ángeles a Nueva York), también se han aplicado sabiamente el cuento. En esto
han sido precursores. Y son insuperables.
Sí, aún me asombra la capacidad de muchos de estos directores
estadounidenses (los buenos) de
asimilar y trasladar a sus propias películas, imágenes secuencias, personajes,
y el (siempre escurridizo) tempus narrativo
de otras películas alejadas tanto en tiempo como en espacio de las suyas. Y citar,
en este último caso y para aclarar la noción que manejo del tempus narrativo, el nombre de Tarantino
me parece una verdad de Perogrullo (que a la mano cerrada le llamaba puño, por
si alguien se ha lvidado). Sentir el ritmo, ese tomarse
su-tiempo-para-decir-y-contar-las cosas que nos demuestra en Malditos bastardos (Unglorius Bastards, creo) no podría entenderse sin haber deglutido,
literalmente, muchísimos spaghetti
western, sus tempi narrativos, y
el cine de Sergio Leone en particular. Aunque, sí, puede que el ejemplo de Tarantino
resulte demasiado obvio. Su cine es el incontrovertible celuloide de un
excelente espectador de tantas y tantísimas películas. No en vano trabajó como esforzado
dependiente de un cine-club (¿lo habéis oído alguna vez?).
Pero ahora me gustaría referirme a otro ejemplo de esta “fructífera
transfusión”, posiblemente, no tan conocido ni manoseado. Y me sitúo. La
película es conocida por todos los buenos aficionados. Se trata de Blade Runner. Y la secuencia es la
penúltima, la que antecede al final, la mítica e inolvidable muerte del
replicante Nexos 6 (Rutger Hauer) frente a la alucinada y perpleja mirada del detective que
encarna Harrison Ford. El director, ya lo sabéis, es Ridley Scout.
Norteamericano. Y la “transfusión”, en este caso, viene también del antebrazo
de Sergio Leone. ¿Habéis visto, y recordáis, la muerte de Cheyenne (Jason Robards) en la bonita
Once upon a time in the West?
Cheyenne (como Nexus 6) también se sienta
lentamente antes de morir (frente a Charles Bronson), y cruza las piernas a “lo
indio”, y habla, y habla mucho, y ladeando
suavemente la cabeza sobre el hombro expira como si la vida se escurriera de su
cuerpo a través del último suspiro, de la última palabra, como si la vida se
hubiera detenido.
¡Pero claro, pensará más de un aguafiestas, esas dos
películas, y esa escena en concreto, son muy diferentes! Y yo no lo niego. El
argumento, el género (la ciencia-ficción y el western), los diálogos (Cheyyene
no habla de “las lágrimas en la lluvia”, ni de “la puerta de Tannhauser”), todo lo que flota en la superficie y se ve es muy distinto (la fina lluvia de Blade Runner, el machacante sol de Once upon…, sería sólo otro ejemplo).
Por eso yo hablo de “transfusión”, o quizás mejor debiera
emplear el sustantivo “inhalación”. Más que nada porque el aire no se ve. El
aire se siente. Y por esto, la
inhalación nunca tratará de calcar, de “fusilar”, de plagiar o copiar (¿cómo podría
copiarse aquello que sólo puede sentirse, copiar lo invisible?) sino de
asimilar y “capturar” algo tan etéreo como el “aire”, el espíritu que emana de
una determinada película o de una determinada secuencia, empapándose hasta los
huesos de ese mismo aire, de la manera que tendría un actor o actriz de
moverse, de flotar en el plano (¿o acaso
Cheyenne y Nexos 6, aun permaneciendo los dos sentados bajo el sol o la lluvia,
no flotan durante sus respectivos adioses a la vida?), y captar su sentido, el “aroma”
último de la puesta en escena (porque sí, los grandes momentos del cine también
“huelen”: ¿o no huelen a muerte esas despedidas de Cheyenne y Nexos 6 aguardando
a que el tiempo les roce con su tick-tack y les detenga?) y hacer, en definitiva, de ese
o de esos momentos un momento universal.
Luego desde aquí, y sin que sirva para todos los casos (sólo
para los buenos), lanzo una amistosa consigna: respetemos el cine hecho en los
USA, el cine de “los mejores espectadores del mundo”. Y no caigamos en las
tentaciones de aquellos que, a menudo, lo califican de comercial o simple. Y se
quedan tan anchos. Aprendamos, en su lugar, de él las mágicas enseñanzas que
sólo los mejores espectadores pueden conseguir e incorporar a su “zurrón”.
Ningún cineasta europeo, asiático o africano ha sabido plasmar en sus películas
mejor esas mágicas “inhalaciones”, esas mágicas enseñanzas. En eso los
cineastas estadounidenses (los buenos) son únicos. Nadie como ellos ha sabido
mirar, apre(h)ender, conjugar lo intangible del Séptimo Arte en una simbiosis
perfecta a partir de dos visiones diferentes del mundo. Porque, ¿habría algo
tan distinto y, sin embargo, tan similar como las muertes de Cheyenne y Nexus
6, tan similar como sus “aromas”, las irónicas resignaciones de los dos
personajes ante lo único inevitable). Y para eso hace falta saber ver, y ver y
ver cientos de veces una cosa, una película por ejemplo. Porque sólo después de
ese enésimo vistazo nos podremos descubrir a nosotros mismos mirando otra cosa, otra película
por ejemplo. Como muchos de los mejores directores del mundo. Los
estadounidenses, sin ir más lejos[2].
[1] Seguramente mi actual y
fría relación profesional con el 7º Arte provenga, precisamente, de la falta de
chispa, de apasionamiento que siento hoy cuando acudo a un cine a una película.
[2] No en
vano cualquiera que haya oído hablar de las escuelas de cine de Los Ángeles y
Nueva York sabrá que la asignatura de “mirar películas” es la llave que abre
las aulas donde se imparten los otros contenidos del 7º Arte.
viernes, 17 de agosto de 2012
DE QUÉ CRSIS ESTAMOS HABLANDO
Ando un poco obsesionado con esto de la crisis. No con la
económica que, al fin y al cabo, tarde o temprano se pasará y cuyos
protagonistas ya despiden (por lo menos despiden para mí) un tufillo, cuando no
pestilente aroma (seamos claros), a querer mantenerse en las cabeceras de los
periódicos y televisiones de medio mundo, le pese a quien le pese, por la nada loable
razón de haberle cogido el gustillo a la “alfombra roja”, a los destellos de
los flashes y micrófonos de fotógrafos y reporteros ávidos como nunca por
hacerles una foto o extraer de sus bocas una palabra, una contraseña salvadora
que nos dé ánimos, a nosotros con los
bolsillos cada vez más vaciados,
para seguir adelante.
Pero ellos ya son los protagonistas de esta mediocre
historia de telefilm de sobremesa veraniega y dominical en que se ha convertido
la crisis económica. Son ellos los consejeros de cuántas de empresas, que
facturan cuántos millones, y que son todos muy listos (¿o serán todos muy listillos?), ministros de economía, primeros
ministros, grandísimos inversores, presidentes, analistas, brokers y demás especimenes que no tienen, paradójicamente, ningún
problema para llegar a fin de mes o disfrutar de unas bonitas (¿y honrosas?,
quizás sea pedir demasiado) vacaciones en algún paradisíaco lugar al margen,
paradójicamente otra vez, del mundanal y caótico estruendo que ellos mismos se
han encargado de montar.
Todos ellos hablan mucho. Aunque yo cada vez les entiendo
menos. Pero se agarran con las uñas y los dientes a la poltrona, se han
enganchado a la moqueta y no quieren dejar de pisar la blandita alfombra roja y
bajarse al duro asfalto que el común de los mortales nos zapateamos a diario.
Han descubierto el placer de ser las estrellas. Y parece que, ahora, nos están
pidiendo a los demás que descubramos el placer de ser los estrellados. Incluso
le han puesto un nombre más digno a la operación: “sacrificio” (y ya sabemos
que toda esta parafernalia pseudo-cristiana hace que las palabras nos resulten
más soportables).
Sí, es la “erótica del poder”, nos explicaban hace años algunos
de los más modernos sociólogos. Pero a mí esta erótica ya me ha tocado los
cojones, y no me la ha puesto dura. No entiendo el meollo de esta crisis
económica, y me aburren los diálogos (que se repiten hasta la saciedad) de
estos protagonistas siempre tan educados y oliendo a colonia de 100 euros el
frasco. Así que he decidido zapear a la velocidad que desenfundaba Shane (¿os
acordáis de Alan Ladd, y de Shane o Raíces profundas para su distribución
española?) en cuanto cualquiera de esos actorzuelos hace su aparición en la
pequeña pantalla y empieza a pronunciar la maldita palabra “cri…”.
Por lo que ¡ya!: me olvido de la crisis económica, y se
acabó. Y me (pre)ocupo de la otra. De la crisis humana o de la crisis de los
valores no bursátiles sino humanos. Porque si la otra se remontará cuando los
actorzuelos lo deseen o se cansen de caminar sobre tapices mullidos, lo de la
crisis de los valores humanos es más jodido. Si se pierde la confianza en los
semejantes que nos gobiernan, en casi todos los semejantes que no seamos
nosotros mismos, o nuestro tío o algún pariente muy-muy cercano y sólo
acertamos a decir “semejante caradura, semejante cabrón o semejante piii….”,
entonces la crisis es muy-muy grave y que, nadie lo dude, su recuperación
muy-muy larga.
Ganarse la confianza de los mercados es una cosa que se
recupera pronto. En cuanto el IBEX lo diga. Pero ganarse otra vez la confianza
en nuestros semejantes es harina de otro costal. Nadie, ni tan siquiera el
IBEX, nos lo puede pedir y menos, ordenar. Por lo que propongo un par de
ejemplos que, quizás, nos echen un capote en este sentido. Uno, los Juegos
Olímpicos: ver a los atletas y a las atletas sirias, norteamericanas, alemanes,
turcos, israelitas y etc. (¡de más de 200 países!) compitiendo por el simple
hecho de poder decir “yo-también-estuve-allí:-en-unos-Juegos-Olímpicos”. Y dos,
ese cuartelillo de la NASA
donde se daban cita un grupo nada despreciable y cosmopolita (cada uno de su
madre y de su padre, sin importar el país de origen, ni el color de la piel, ni
el sexo, ni la lengua que hablan ni la religión que profesan) de las cabezas,
posiblemente, más agudas de nuestro mundo, chillando, aplaudiendo y riendo como
chiquillos cuando, ¡nueve meses después de su puesta en órbita!, un armatoste
llamado “Curiosity” posaba sus ruedas sobre la superficie de Marte y enviaba
una sencilla foto en blanco y negro del suelo marciano; una foto en la que, no
necesitaría escribirlo, ninguno de esos protagonistas del telefilm dominical y
veraniego, a los que antes he aludido, deja asomar su estirada y estúpida
sonrisa de sabérselo-todo.
Algunos diréis que soy un ingenuo. Pero estas cosas olímpicas
y marcianas sí me “ponen”. Me congracian con el ser humano. Hacen que me sienta
orgulloso de ser uno de ellos.
miércoles, 25 de julio de 2012
UNA ACLARACIÓN: EL ESTADO DEL BIENESTAR Y LA CLASE MEDIA
No quería hablar
sobre la crisis, pero con la última entrada me ha quedado cierto regusto amargo
en el cuerpo. No sé si debería aclarar la relación fundamental que tiene para
mí el Estado del bienestar con la clase media, al punto de que en la entrada
mencionada terminaba equiparando la desaparición del Estado del bienestar con
la desaparición de la clase media, pero voy a darle una vuelta (de tuerca).
Olvidémonos de
momento del bienestar y centrémonos en el Estado. Es fácil, en estos términos,
concluir que en nuestras sociedades occidentales sin la comparecencia de un
Estado no hay bienestar posible. Por eso escribía sobre las minas anti-personas
que volaban el mocasín del protagonista de mi anterior entrada, en un país como
el antiguo Congo belga donde el Estado brilla por su ausencia, y en donde el
único estado (éste con minúsculas) que se contempla es el estado del malestar o
del perenne dolor de muelas.
Pero, ¿qué
relación hay entre todo esto y la clase media? Directamente afirmaría que el
Estado es el hijo predilecto de la clase
media. Y viceversa. Sin la clase media el Estado se evapora. No se sostienen
sus cimientos sobre la tierra. Y sin el Estado la clase media hace mutis por el
foro. No aguantan sus miembros más tiempo sobre una escena que se vuelve hostil
a sus intereses. Lo he dicho, más o menos, antes; y ahora, más o menos, trataré
de explicarme.
El Estado, si
omitimos la letra mayúscula, es un “estado”. ¿Y qué es aquello que,
principalmente, caracteriza a un “estado”? Principalmente cierta duración,
cierto arraigo, cierta estabilidad. Cuando alguien dice de otro: “se encuentra
en un estado de depresión” cabe presuponer que dicho estado no se remonta a las
últimas dos horas, ni tan siquiera a un par de días, sino que el maltrecho
estado del sujeto es una desgraciada situación que tiene ya una duración
prolongada. Y si, por extensión, volvemos a colocar la mayúscula, y a lo que
vamos, obtendremos que Estado=permanencia.
Luego si el
Estado contiene una presunción de “estabilidad”, de “seguridad” parece hasta
cierto punto obvio que le espanten los extremos: la extrema derecha o la
extrema izquierda. Entre los extremos es relativamente sencillo que surjan los
desacuerdos, la disensión irresoluble y las trifulcas, las peleas, ¿y por qué
no?, la guerra: la inestabilidad suprema.
Y si, ahora,
convertimos a estos extremos en extremos de carne y hueso no nos resultará
difícil ver detrás de la extrema derecha a ciudadanos muy ricos
(económicamente) y de corazón muy duro (humanamente), y detrás de la extrema
izquierda a violentos agitadores, distintos terror-istas que proclaman un caos
desde el que poder empezar de cero (o al menos eso dirán ellos), y de mollera y
de corazón muy duros también.
Y así la
estabilidad, que anhelaría (por definición) el Estado, necesita huir de tales
extremos, y refugiarse en el centro. No es otro el motivo por el que los
Estados se nutren de partidos moderados. Los habrá moderados de derecha,
moderados de izquierda y moderados de centro pero SIEMPRE MODERADOS. La
moderación es garantía del Estado[1]. Y,
¿quién vive moderadamente?, ¿sin grandes lujos pero tampoco sin grandes
necesidades? La clase media, obviamente. Por eso ELLA ESTÁ DETRÁS DE TODO, del
Estado y, por extensión, del Estado de bienestar.
Y espero que
ahora se me entienda mejor cuando digo que esta crisis es una crisis del Estado
del bienestar, una crisis del Estado a secas, y una crisis de la clase media. Y
aquí deberíamos andarnos con mucho cuidado. Sin la clase media renacen los extremos
(véase el último y desgraciado caso: las cruces gamadas griegas: ¡si
Aristóteles- el padre del término medio y de la moderación- levantara la
cabeza!). Y es que sin la clase media estamos finalmente perdidos. Cuidemos, entonces, y en estos tiempos más que
nunca, del Estado y de ella. Tanto monta, monta tanto. La crisis lanza sus
torpedos contra esa línea de flotación. Al dinero, al capitalismo más
exacerbado y extremo sólo el Estado, y la clase media con él, le ponen trabas,
límites, condiciones en sus intentos de campar a sus anchas; unas “anchas” que,
de lo contrario, huelen a selva, a carroña, a sálvese-quien-pueda (y con los
bolsillos bien repletos), a paraisos (¡qué paradoja!) fiscales (¿alguien se acuerda hoy de ellos, de meterles mano hasta la entrepierna?).
Leamos y veamos
con cuidado, entonces, todas esa noticias que parecen encaminadas a
desestabilizar el sistema, a desprestigiar porque sí al conjunto de los
funcionarios atándoles a TODOS el mismo saco (al cuello), al conjunto de TODOS
los parados (¿no hemos oído y nos repite como una indigestión ese “¡que se
jodan!” que alguien pronunció?), al conjunto de TODOS los que se dedican a eso que llamamos Cultura (la anunciada subida del I.V.A. es una auténtica puñalada trapera mortal). Sí, hoy TODA la clase media se encuentra amenazada.
Y sin duda, los extremos afilan sus uñas y se les hace la boca agua mientras
las falsas primas (de riesgo) suben y suben sin parientes a quien rendirles
cuentas.
A esto quería
referirme. Que no nos tiemble el pulso. Prometo seguir en el medio mientras el cuerpo me aguante.
[1] No es
casual que en los procesos electorales los partidos atenúen sus discursos,
renieguen de los extremismos, y tiendan cálidamente
las manos a todos los ciudadanos. Por el contrario, las urnas (estatales)
penalizan, casi sin piedad, los discursos más desmedidos. Citar el ejemplo del
Partido Nacionalista Vasco es sólo eso: un ejemplo. Cuando coquetean con las
aspiraciones independentistas el electorado le da la espalda, sale corriendo y
cambia, en el último instante, el color de su papeleta.
martes, 17 de julio de 2012
EL ESTADO DEL BIENESTAR
No quería escribir sobre la crisis. De momento. Porque me
temo que la jodida, no por manida, va a darse por satisfecha. Así que
la crisis continuará, y pensaba que ya habría un tiempo mejor, o mejor dicho,
peor para hablar de ella. O sea que la crisis continuará agravándose, y yo me
reservaba el turno o estas líneas para cuando las aguas ya nos taponaran las
narices, después de habernos cosquilleado los cojones hace un rato y un poco más
abajo, y que al paso que vamos será un momento que, de un momento a otro, nos
dejará sin aire.
Así que antes de que esto suceda, y de que no podamos
movernos, y de que se nos hinchen y amoraten nuestras bonitas (y aún, más o
menos, saludables) carnes rosadas quisiera hacer un pequeño hincapié sobre un detalle que a
fuerza de tenerlo en la lengua, y con los miles de discursos que desde todas
partes se nos vienen encima y amenazan con colapsarnos los oídos, los ojos, la
cabeza y el pensamiento, en definitiva, parece, sin embargo, que no acabamos de
entenderlo o de que no acabamos de reparar en toda su maligna extensión.
Y hablo del Estado del bienestar. Y de esta crisis que
parece estar azotándole en plena línea de flotación. Y hago constar, en primer
lugar, en que escribo “Estado” con mayúsculas, es decir, no me refiero a un
estado (con minúsculas) del bienestar que podríamos contraponer a un estado
febril, o un estado de convalecencia, o a un estado de shock, incluso. Ni tan
siquiera aludiría, tampoco, a un gobierno puntual que nos-toca-cada-cuatro-años
sino a todo aquello que está, precisamente, más allá de toda circunstancia, de
todo gobierno, que nos trasciende y que, en gran medida, hace que nos podamos
llamar “españoles”, o “griegos”, o “italianos”, o “rumanos” o lo que sea PERO
EN PLURAL, y que siempre habría que situar por encima del singular y clásico “yo
soy fulano de tal”. Y esto nos debe entrar en la mollera ya que SIN ESTE ESTADO
PLURAL (Y CON MAYÚSCULAS, POR LO TANTO) NO HAY BIENESTAR POSIBLE.
Por esto algunas crisis resultan peligrosas. Ésta, por
ejemplo. Son aquéllas que ponen al Estado (con mayúsculas) a prueba. Y como en
todas las pruebas (hasta programitas televisivos como Supervivientes nos lo enseñan) se puede salir de ellas ganador o…
perdedor. Y, en este caso que nos (pre)ocupa, si el Estado pierde hay que
atarse los machos, que es otra forma de decir que el bienestar se nos va
escurrir entre los dedos como un puñado de arena sin que podamos hacer nada por
retenerlo. Y no habrá otra vuelta de hoja. Ni de tuerca.
¿O si la hay? Nosotros insistiremos en girar, o en intentar
girar la tuerca. Siempre. Son peligrosas las crisis. De acuerdo. Pero habrá que
consentir en que existen diversas maneras de afrontarlas, por mucho que desde
Europa se empeñen en señalarnos una dirección y nos trasladen al aeropuerto, y
nos suban en un avión para llegar cuanto antes a nuestro destino. PORQUE TODAS
ESTAS FORMAS QUE EL ESTADO TIENE DE AFRONTAR ESTAS CRISIS PELIGROSAS NO SE
REFIEREN, EN ÚLTIMA INSTANCIA, SINO AL IMPACTO Y A LAS CONSECUENCIAS QUE TENDRÁN
SOBRE EL MENCIONADO BIENESTAR. Por esto lo que hoy nos estamos jugando es el
Estado del bienestar.
Y llegados ya a este punto podemos hablar de medidas. Y
enumerar casos concretos. El Estado español, por ejemplo. Más que nada porque
es el que más conozco, y el que tengo más a mano. Y me pregunto, en una facilona
y primera vuelta de tuerca, ¿podríamos poner a la/s causa/s de esta crisis peligrosa
una cara, un nombre o un mote ((¡sin faltar, de momento!) con el que poder
referirnos a ella/s? Claro que sí. Hemos oído hablar de ellos en muchísimas
ocasiones. Son los mercados. Los mercados nos están machacando. ¿Nos suenan,
verdad? Síííí… Pero, ¿quién coño son los mercados? Y respondo. Los mercados son
el dinero, la “pasta” no-italiana, los beneficios. Pero también son el
todo-vale, el pisotón-al-enemigo, el-solo-cuento-yo-y-mi-cuenta-corriente,
el-soy-más-listo-que-nadie-y-por-eso-me-merezco-las-indemnizaciones-que-cobraré-el-día-en-que-me-vaya-de-aquí,
el que-se-jodan-los desempleados-y-los-funcionarios-que-cobran-de-mi-dinero-sin-hacer-nada,
el-que se-jodan-todos-aquellos-que-no-son-yo. Eso: los mercados son
yo-yo-y-yo-y-solamente-yo. Y el Estado queda en el extremo opuesto. El Estado
somos nosotros-nosotros-y-nosotros-y-solamente-nosotros.
Las diferencias saltan a la vista. Las distancias entre los
dos modelos de entender el mundo son abismales. El primero es la selva. El
segundo es la civilización. El primero apela al sálvese-quien-pueda. El
segundo, al salvemos-entre-todos-a-cuantos-más-mejor. El primero habla de mi bienestar. El segundo, de NUESTRO
BIENESTAR. Por esto SÓLO en la pluralidad de bienestares podemos, también, pronunciar
“Estado de bienestar” con todas las de la ley (por cierto, en la selva no
existe la ley) porque afecta a MUCHOS (y no a uno solo). Y a CUANTOS MÁS
“MUCHOS” AFECTE MÁS BIENESTAR SE OBTENDRÁ.
Por todo ello si en este crisis peligrosa, que no es sino la
más maligna dialéctica entre el Estado y los mercados, una lucha encarnizadísima
entre la solidaridad y el dinero (monedas y papeles sin ética ni corazón), el
Estado acaba claudicando se van a poner las cosas muy, muy cuesta arriba. Y habrá
que olvidarse de viajar de Bilbao a Madrid, por ejemplo, en un comodísimo tren,
con bar, prensa, tv y cd y cuatro o cinco canales de radio incorporados a los
asientos por 48€ (conste que yo lo hice y lo pagué), en apenas 5 horas y con
¡sólo 4 personas en el vagón! Los mercados, contrariados, anotarían que, ¡uhmm!
cuatro personas y 48€ son muy pocos euros. Eso no puede ser rentable. Es-un-viaje-claramente-deficitario.
Por lo que los mercados, rápidamente (¡no más pérdidas!), se apresuran a tomar
medidas. Y vienen las medidas. Y el tren se suprime. O se incrementa el precio
del billete de 48 a… supongamos 200€ (para cubrir también las posibles
indemnizaciones a los miembros del Consejo de Administración en la tesitura de
que el tren, aun con las medidas, descarrile). Y, entonces, el bienestar que, o
bien afecta al común de los mortales o NO ES BIENESTAR, se ve tocado de muerte
o de malestar. Ya no viaja de Bilbao a Madrid en tren el común de los mortales
o cualquier bicho viviente cómodamente por 48€ sino SÓLO AQUELLOS QUE PUEDEN
ABONAR LOS RECIENTEMENTE IMPLANTADOS 200€ POR EL TRAYECTO. Y el todo bicho
viviente o el común de los mortales pasa a ser un poco más pobre, disfruta de
MENOS BIENESTAR. Y, sin embargo, el que puede viajar puede ahora viajar más
veces porque los que bien-están son menos, y en este nuevo Estado del
menos-bienestar, el dinero se repartirá entre menos gente.
Las distancias (económicas) entre los integrantes de dos
extremos de la cadena (económica; estos son, los ricos y los pobres) se alargarán,
se alargarán y se alargarán hasta los que están en medio (estos son, la clase
media) acaben reventando, o la cadena rompiéndose, y finalmente desapareciendo
sus miembros, engullidos por los extremos.
Y sin esta clase media… Que alguien coja el avión y se
acerque a África, y baje al antiguo Congo belga, por ejemplo. Y pregunte, ¡¿dónde está la
clase media?! Y que vaya acostumbrándose a escuchar el silencio. Y que, a
continuación, grite, ¡¿Dónde se encuentra el Estado del bienestar?! Y, seguramente,
si no se anda con cuidado su pierna se apoye sobre (una oculta y `puñetera)
mina anti-personas. Y se escuche un ¡booooom! Y un bonito zapato mocasín de
marca salga volando llevándose una (aún) bronceada pierna derecha con él.
viernes, 6 de julio de 2012
FAULKNER NO ES INFIERNO
Hoy
se cumplen 50 años del fallecimiento de William Faulkner. Y no me parece que haya
que dejar que la efemérides se (nos) pase de largo como si tal cosa. Porque
William Faulkner no es “cualquier cosa”. Creo, sinceramente, que Luz de agosto es la mejor novela que he
leído nunca. La leí hace años pero aún no he encontrado nada-encuadernado que
la supere. Sólo por eso William Faulkner se merece un lugar en mi particular
galería de aquellos que “no son infierno”. Y me explico. Que “no son infierno”
es una atinadísima expresión que se inventó otro de los brechtiamente imprescindibles
(y éste aún vivo: impartirá una conferencia en el Palacio de Euskalduna de
Bilbao mañana sábado), el filósofo polaco Zigmunt Bauman, para orientar
nuestros pasos y conductas en estos lares por donde nos está tocando
(mal)vivir.
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Escribe
Bauman (no puedo resistirme a reproducir su reflexión): “El infierno de los
vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que
habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Y hay dos maneras de no
sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte
de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención
y aprendizaje continuos: BUSCAR Y SABER QUIÉN Y QUÉ, EN MEDIO DEL INFIERNO, NO
ES INFIERNO, Y HACER QUE DURE, Y DEJARLE ESPACIO” (las mayúsculas, obviamente,
son mías).
Y
por eso los 50 años del fallecimiento de William Faulkner me han recordado a
Bauman. Porque Faulkner es uno de esos a los que hay que “dejar espacio”. Y que
debe durar, ya que cuanto más dure o más se prolongue su influjo más pequeño y
soportable será nuestro infierno. Nosotros sólo tenemos que “buscar” y
esforzarnos en “saber quién no es infierno”. Y si yo, modestamente, puedo aportar
algo desde este blog propondría una serie de qués: los techos de la Capilla Sixtina ,
los canales de Venecia, el skyline de
Nueva York, el viaje al Polo Sur de Scott o las asistencias de “Magic” Johnson.
Y una serie de nombres. Vivos y muertos porque a estos últimos (Faulkner, sin
ir más lejos) se les puede también “dejar espacio” y hacerles durar consiguiendo
que su obra y memoria convivan entre nosotros y nos “alimenten” y sirvan como
guía y ejemplo. Y, entonces, pensaría también en Federer (un caballero para
quien se inventó el tenis, parafraseando a Tomás Carbonell), en Mandela, en
Fellini y Nino Rota al mismo tiempo (y en La
strada y en Los clowns al mismo
tiempo), en Titín III (que a sus 42 años sigue sin defraudar a nadie que haya
pagado una entrada por verle jugar a pelota, dejándose la piel en cada jugada),
en Lou Reed (insobornable en sus criterios musicales), en Richard Strauss (y en
sus Cuatro Últimos Lieders, por
ejemplo, que nunca puedo escuchar sin que la piel se me ponga de gallina- he añadido en un enlace el tercer lieder, a modo de majestuoso ejemplo) o en otro
Richard, también músico, Richard Wagner (y en Tristán e Isolda- creo que si la muerte de Isolda no nos sobrecoge
al final de la ópera hay que tener por seguro que la sangre no nos corre por
las venas). Y pensaría en más richards
(curioso). Nunca Clayderman sino en Rorty, el más lúcido de los pensadores
modernos. Leer Trotsky y las orquídeas
silvestres es un placer. Y una esperanza. Os invito a hacerlo. Y repasaría
nuestra “piel de toro”, este país que nos ve vivir con “una mala salud de
hierro”. Y pienso en Antonio López o en Iniesta. Todos ellos son gente que
merece la pena. Y son muchos. Luego, quizás, no haya que desesperar. Y haya que
actuar con la “atención y aprendizaje continuos” que nos pide Bauman. Y el
infierno, aunque nos sintamos tan quemados (casi calcinados), se podrá reducir.
Seguro. Volverse reversible. Porque los que “no son infierno” son más de los
que pensamos. Cada uno de nosotros tiene su lista particular. Y esa lista
personal es una obligación humana: otra
forma de referirnos a los saludables ejercicios de admiración de los que nos habla
Cioran (le incluyo en mi particular lista). Y, entonces, dejándoles espacio a
todos ellos y haciendo que duren se logrará que el infierno “jibarice”, poco a
poco (la tarea es ardua y complicadísima: no engañamos a nadie), sus
dimensiones y su duración (infernal). Y podremos coger aire. Más aliviados. Sin
que nos ardan los pulmones. Y creer que todo lo que se nos ocurra imaginar como
bueno o mejor es, sin ninguna duda, posible.
jueves, 28 de junio de 2012
LOS LUGARES COMUNES (Y EL FÚTBOL)
LOS LUGARES COMUNES (Y EL FÚTBOL)
No me hacen gracia los lugares comunes. Ya sé que,
posiblemente, no sea esa su intención, o sea, la de hacer reír pero, aún y así,
no me hacen ninguna gracia. Casi me incomodan. Me resultan desmoralizantes
porque, en el fondo (o no tan al fondo), son un signo inequívoco de pereza
mental. De no pensar porque no nos da la gana. Y este blog es, quizás y por
encima de cualquier otra cosa, un blog contra los lugares comunes. Ellos
podrían atribuirse el rol de enemigo a batir. Porque no sólo son mentiras
disfrazadas de verdades sino que son mentiras que, en virtud de ese disfraz (o
sea, de la costumbre, de la pereza mental a la que aludía antes), nadie se
atreve a poner en duda. ¡Y yo quisiera dudar de una mentira!
Pongo un ejemplo para que se me entienda. Hablaba antes de “enemigo
a batir”, y a cuenta de que se está disputando la Eurocopa de Polonia y Ucrania,
hablando, por una vez, de fútbol y del partido de semifinales que España
disputó ayer contra Portugal y que, en este país, vio todo el mundo, incluso
los que dicen que no lo vieron, me choco de frente contra un perfecto caso de
“lugar común”. El partido, ya se sabe, se resolvió en la tanda de penaltis. Y
el fútbol es un magnífico manual de lugares comunes. Uno de los mejores. ¿No
escuchamos hasta el hartazgo que la tanda de penaltis es una lotería? Y nadie
dice nada. Alucino. Ya que si esa mentira fuera verdad y no una verdad
disfrazada, supongo que los equipos no pondrían pegas a elegir entre la cara y
la cruz de una moneda y tirarla después al aire. Quien hubiera acertado, a la
final. Y el que fallara en su predicción, para casa. Y punto y pelota.
Y sin embargo me temo que ninguno de los dos equipos
aceptaría semejante arreglo. Los dos querrían tirar los penaltis porque saben
que decidir el ganador tirando una moneda al aire SÍ ES UNA LOTERÍA, pero la
tanda de penaltis NO. EN LA TANDA DE PENALTIS GANA EL MEJOR, el que dispone de
mejores lanzadores, el que elige los más adecuados según su estado de forma
física y psíquica, el que mejor dispone el orden en que esos lanzadores tirarán
sus respectivos penaltis o el equipo que cuenta con el portero más experto o
más lúcido para esos cruciales momentos y, en fin, de OTRO MONTÓN DE PEQUEÑOS
DETALLES (incluso de la portería sobre la que se ejecutan los penaltis o de si has
elegido ser el primero o el segundo en chutarlos- ¿acaso no elige siempre Nadal
ceder el saque al adversario para empezar él restando? UN POCO O UN MUCHO PERO
TODO CUENTA).
Y termino. La semifinal de España contra Portugal se decidió
en la tanda de penaltis. Y los penaltis clasificaron a España para la final del
domingo. Y no, no fue un asunto de suerte o de loterías (del Estado).
Simplemente España fue mejor en esa faceta última del juego. O cometió menos
errores que el contrario. O no tan graves. Porque Portugal se enredó en uno
bastante gordo. O, al menos, así lo creo yo. Dejó que Ronaldo tirara el quinto
penalti de la tanda. El quinto, el decisivo (¿ah, Ronaldo, el engreído, el que
quiere el Balón de Oro por encima de todo y de todos- ¿está Messi por ahí?) porque
el quinto penalti siempre vale para algo: para ganar el partido, para perderlo
o para empatar y seguir tirando más penaltis. Siempre vale para algo pero SI SE
TIRA porque es un lanzamiento que puede no tirarse. Que fue lo que pasó. Y
pregunto, ¿qué hubiera ocurrido si el mejor lanzador de Portugal, o sea
Ronaldo, hubiera tirado el primer penalti, más discreto y sin tanto bombo como
el quinto? España había iniciado la tanda. Y Xabi Alonso falla el primer lanzamiento.
Si Ronaldo hubiese sido el primero, hubiera chutado y marcado, posiblemente, el
resto de los lanzamientos no habrían sido lo mismo. ¿Quién sabe? Quizás España
se hubiera descentrado y Portugal hubiera alcanzado la final. Nunca podrá
decirse. Pero el caso es que Portugal y Ronaldo cometieron un error. Y los
errores se pagan. Y España está en la final. ¿Suerte, lotería? ¡Por favor,
seamos serios y… menos comunes!
jueves, 21 de junio de 2012
DIVINO TESORO: LO FÁCIL Y LO DIFÍCIL
Que se me permita inaugurar este blog con una (inofensiva,
espero) autorreferencia. Y es que hace apenas un par o tres semanas se ha
publicado el libro Divino Tesoro. Casi un
ensayo contra la juventud en el que he estado trabajando casi tres años. El
ensayo va, de momento, por buen camino y eso que, como escribo en la
contraportada y parafraseando la canción, “corren malos tiempos para la
lírica”. Pero qué le vamos hacer. Nunca seremos dueños del tiempo. Ni debemos
nunca pretender serlo, porque me temo que, en ese caso, el fracaso más doloroso
aporrearía nuestras puertas y no nos dejaría dormir en paz. Incluso, se me
ocurre, si el más avezado relojero rompiera su más preciado cronómetro con la
intención de frenar el tiempo y después se sentara a esperar vería que, al cabo
de unas horas, el cielo se ha oscurecido y que a él le han entrado unas
tremendas ganas de cenar.
Así que, de momento, me soporto por el buen camino de las
ventas. Ya no podré incluirme en aquel viejo chiste que contaba cómo dos amigos
se reencuentran después de muchos años sin verse y uno le dice el otro:
- ¡Coño, tío, cuánto tiempo! ¿Qué haces?
- No gran cosa- responde el segundo- Escribí una novela.
- Ah, sí, ya la compré.
- ¡Ah, fuiste tú!
Pues bueno, esto parece que no va a ocurrirme aunque tampoco
parece que vaya a convertirme en un Tolkien a la española. Aunque tampoco ésa
era mi intención. De hecho el libro tiene su pequeña dificultad. No es, digámoslo
ya, un libro de lectura fácil y rápida. Abundan, por ejemplo, las frases
largas. Y los paréntesis. Algunos me han comentado, incluso, que han optado por
saltárselos. Ellos se lo pierden. Porque a mí los paréntesis me gustan, y son
importantes. Cumplen una función. Vienen a representar la figura de un Pepito
Grillo que estuviera sobre mis hombros y me quisiera añadir una coletilla a
aquello que escribo o que trato de explicar. De tal manera que animo al lector,
que abra mi ensayo, a leer las frases con paréntesis dos veces: una, con el
paréntesis y la otra, sin él. Con lo que la lectura del ensayo será más lenta y
reposada, que fue una de las intenciones que tuve al redactarlo. Nada de
prisas. ¡Huyamos de las precipitaciones y de los juicios atolondrados! No
caigamos en los tiempos jóvenes y nos rompamos la crisma por no haber sabido
mirar, antes, a los lados. Sí, quizás éste pudiera ser un buen resumen del
libro. Sí, y quizás sea ésta también una de las razones por las que abundan las
frases (intencionadamente) enrevesadas. Para que el libro cueste… leerlo
(comprarlo, no: vale 12€). Porque yo, por lo menos, estoy harto de lo fácil.
Porque, en este mundo, lo fácil es mentira. Lo fácil es el opio del pueblo. Lo
fácil es Sálvame de luxe. Lo fácil es
decir, fútbol es fútbol y quedarse tan ancho. Yo me quedo con Goethe. Y así puedo
terminar esta primera incursión blogera con aquella leyenda (urbana) que cuenta
que el escritor alemán siempre daba a leer a su doncella aquello que había terminado
de escribir y después le preguntaba:
- ¿Qué le ha parecido?
Y ella contestaba:
- Muy claro, Herr Goethe, está todo muy claro.
A lo que el genio alemán decía:
- Está bien. Entonces habrá que oscurecerlo un poco.
Y así he escrito Divino Tesoro. Con la intención de que no
todo esté claro desde el principio. Porque, ¿de dónde nos habrá venido esa
arrogante manía de querer entenderlo todo a la primera y de pensar, a
continuación, que si no lo hemos logrado es que lo incomprendido es, en el
fondo, una tontería que no tiene la mínima importancia?
Una pausa y al loro.
miércoles, 20 de junio de 2012
UNA DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS… Y FINALES
De lo se trata en este blog es de comerse, pura y llanamente, el tarro; una invitación a pensar. Por eso podría ser también un anti-blog, o un contra-blog. Como una alarma que se dispara y suena contra los cacos. Contra los frívolos, o contra los que piensan que 2+2 siempre suman 4. Éste será nuestro reto, porque las circunstancias nos lo están poniendo bastante difícil: pensar y discurrir (y discutir también, ¿por qué no?, acaloradamente a ser posible) sobre TODO lo que ocurre a nuestro alrededor. Será nuestro particular "Renacimiento". Y hacerlo con sentido, con mucho sentido. Y esto nos diferenciará de otros blogs, tertulias radiofónicas, o espacios televisivos sólo aptos para echarse una insustancial cabezada. Cualquier línea u opinión valdrá la pena, si merece la pena. Y eso es algo que sólo tú podrás decidir. Una gran responsabilidad que, quizás, Poe te ayude a resolver. En las primeras páginas de su estupendo Los crímenes de la Rue Morgue nos dice: "Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen en acción sus músculos, el analista (o sea nosotros) goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar."
¡Desentrañemos, entonces! ¡Y seamos irreverentes, osados, originales! ¡Que el "lugar común" sea el plácido destino adonde nunca se nos ocurriría viajar! ¡Demos otra vuelta a la tuerca y despertemos a los que a pesar de tener los ojos muy abiertos están, aún, profundamente dormidos! Y que la salud (mental) nos acompañe. Este planeta nos lo está pidiendo a gritos.
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¡Desentrañemos, entonces! ¡Y seamos irreverentes, osados, originales! ¡Que el "lugar común" sea el plácido destino adonde nunca se nos ocurriría viajar! ¡Demos otra vuelta a la tuerca y despertemos a los que a pesar de tener los ojos muy abiertos están, aún, profundamente dormidos! Y que la salud (mental) nos acompañe. Este planeta nos lo está pidiendo a gritos.
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