jueves, 21 de junio de 2012

DIVINO TESORO: LO FÁCIL Y LO DIFÍCIL


Que se me permita inaugurar este blog con una (inofensiva, espero) autorreferencia. Y es que hace apenas un par o tres semanas se ha publicado el libro Divino Tesoro. Casi un ensayo contra la juventud en el que he estado trabajando casi tres años. El ensayo va, de momento, por buen camino y eso que, como escribo en la contraportada y parafraseando la canción, “corren malos tiempos para la lírica”. Pero qué le vamos hacer. Nunca seremos dueños del tiempo. Ni debemos nunca pretender serlo, porque me temo que, en ese caso, el fracaso más doloroso aporrearía nuestras puertas y no nos dejaría dormir en paz. Incluso, se me ocurre, si el más avezado relojero rompiera su más preciado cronómetro con la intención de frenar el tiempo y después se sentara a esperar vería que, al cabo de unas horas, el cielo se ha oscurecido y que a él le han entrado unas tremendas ganas de cenar.

Así que, de momento, me soporto por el buen camino de las ventas. Ya no podré incluirme en aquel viejo chiste que contaba cómo dos amigos se reencuentran después de muchos años sin verse y uno le dice el otro:

- ¡Coño, tío, cuánto tiempo! ¿Qué haces?

- No gran cosa- responde el segundo- Escribí una novela.

- Ah, sí, ya la compré.

- ¡Ah, fuiste tú!

Pues bueno, esto parece que no va a ocurrirme aunque tampoco parece que vaya a convertirme en un Tolkien a la española. Aunque tampoco ésa era mi intención. De hecho el libro tiene su pequeña dificultad. No es, digámoslo ya, un libro de lectura fácil y rápida. Abundan, por ejemplo, las frases largas. Y los paréntesis. Algunos me han comentado, incluso, que han optado por saltárselos. Ellos se lo pierden. Porque a mí los paréntesis me gustan, y son importantes. Cumplen una función. Vienen a representar la figura de un Pepito Grillo que estuviera sobre mis hombros y me quisiera añadir una coletilla a aquello que escribo o que trato de explicar. De tal manera que animo al lector, que abra mi ensayo, a leer las frases con paréntesis dos veces: una, con el paréntesis y la otra, sin él. Con lo que la lectura del ensayo será más lenta y reposada, que fue una de las intenciones que tuve al redactarlo. Nada de prisas. ¡Huyamos de las precipitaciones y de los juicios atolondrados! No caigamos en los tiempos jóvenes y nos rompamos la crisma por no haber sabido mirar, antes, a los lados. Sí, quizás éste pudiera ser un buen resumen del libro. Sí, y quizás sea ésta también una de las razones por las que abundan las frases (intencionadamente) enrevesadas. Para que el libro cueste… leerlo (comprarlo, no: vale 12€). Porque yo, por lo menos, estoy harto de lo fácil. Porque, en este mundo, lo fácil es mentira. Lo fácil es el opio del pueblo. Lo fácil es Sálvame de luxe. Lo fácil es decir, fútbol es fútbol y quedarse tan ancho. Yo me quedo con Goethe. Y así puedo terminar esta primera incursión blogera con aquella leyenda (urbana) que cuenta que el escritor alemán siempre daba a leer a su doncella aquello que había terminado de escribir y después le preguntaba:

- ¿Qué le ha parecido?

Y ella contestaba:

- Muy claro, Herr Goethe, está todo muy claro.

A lo que el genio alemán decía:

- Está bien. Entonces habrá que oscurecerlo un poco.

Y así he escrito Divino Tesoro. Con la intención de que no todo esté claro desde el principio. Porque, ¿de dónde nos habrá venido esa arrogante manía de querer entenderlo todo a la primera y de pensar, a continuación, que si no lo hemos logrado es que lo incomprendido es, en el fondo, una tontería que no tiene la mínima importancia?

Una pausa y al loro.

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