Que se me permita inaugurar este blog con una (inofensiva,
espero) autorreferencia. Y es que hace apenas un par o tres semanas se ha
publicado el libro Divino Tesoro. Casi un
ensayo contra la juventud en el que he estado trabajando casi tres años. El
ensayo va, de momento, por buen camino y eso que, como escribo en la
contraportada y parafraseando la canción, “corren malos tiempos para la
lírica”. Pero qué le vamos hacer. Nunca seremos dueños del tiempo. Ni debemos
nunca pretender serlo, porque me temo que, en ese caso, el fracaso más doloroso
aporrearía nuestras puertas y no nos dejaría dormir en paz. Incluso, se me
ocurre, si el más avezado relojero rompiera su más preciado cronómetro con la
intención de frenar el tiempo y después se sentara a esperar vería que, al cabo
de unas horas, el cielo se ha oscurecido y que a él le han entrado unas
tremendas ganas de cenar.
Así que, de momento, me soporto por el buen camino de las
ventas. Ya no podré incluirme en aquel viejo chiste que contaba cómo dos amigos
se reencuentran después de muchos años sin verse y uno le dice el otro:
- ¡Coño, tío, cuánto tiempo! ¿Qué haces?
- No gran cosa- responde el segundo- Escribí una novela.
- Ah, sí, ya la compré.
- ¡Ah, fuiste tú!
Pues bueno, esto parece que no va a ocurrirme aunque tampoco
parece que vaya a convertirme en un Tolkien a la española. Aunque tampoco ésa
era mi intención. De hecho el libro tiene su pequeña dificultad. No es, digámoslo
ya, un libro de lectura fácil y rápida. Abundan, por ejemplo, las frases
largas. Y los paréntesis. Algunos me han comentado, incluso, que han optado por
saltárselos. Ellos se lo pierden. Porque a mí los paréntesis me gustan, y son
importantes. Cumplen una función. Vienen a representar la figura de un Pepito
Grillo que estuviera sobre mis hombros y me quisiera añadir una coletilla a
aquello que escribo o que trato de explicar. De tal manera que animo al lector,
que abra mi ensayo, a leer las frases con paréntesis dos veces: una, con el
paréntesis y la otra, sin él. Con lo que la lectura del ensayo será más lenta y
reposada, que fue una de las intenciones que tuve al redactarlo. Nada de
prisas. ¡Huyamos de las precipitaciones y de los juicios atolondrados! No
caigamos en los tiempos jóvenes y nos rompamos la crisma por no haber sabido
mirar, antes, a los lados. Sí, quizás éste pudiera ser un buen resumen del
libro. Sí, y quizás sea ésta también una de las razones por las que abundan las
frases (intencionadamente) enrevesadas. Para que el libro cueste… leerlo
(comprarlo, no: vale 12€). Porque yo, por lo menos, estoy harto de lo fácil.
Porque, en este mundo, lo fácil es mentira. Lo fácil es el opio del pueblo. Lo
fácil es Sálvame de luxe. Lo fácil es
decir, fútbol es fútbol y quedarse tan ancho. Yo me quedo con Goethe. Y así puedo
terminar esta primera incursión blogera con aquella leyenda (urbana) que cuenta
que el escritor alemán siempre daba a leer a su doncella aquello que había terminado
de escribir y después le preguntaba:
- ¿Qué le ha parecido?
Y ella contestaba:
- Muy claro, Herr Goethe, está todo muy claro.
A lo que el genio alemán decía:
- Está bien. Entonces habrá que oscurecerlo un poco.
Y así he escrito Divino Tesoro. Con la intención de que no
todo esté claro desde el principio. Porque, ¿de dónde nos habrá venido esa
arrogante manía de querer entenderlo todo a la primera y de pensar, a
continuación, que si no lo hemos logrado es que lo incomprendido es, en el
fondo, una tontería que no tiene la mínima importancia?
Una pausa y al loro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario