Escribe
Bauman (no puedo resistirme a reproducir su reflexión): “El infierno de los
vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que
habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Y hay dos maneras de no
sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte
de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención
y aprendizaje continuos: BUSCAR Y SABER QUIÉN Y QUÉ, EN MEDIO DEL INFIERNO, NO
ES INFIERNO, Y HACER QUE DURE, Y DEJARLE ESPACIO” (las mayúsculas, obviamente,
son mías).
Y
por eso los 50 años del fallecimiento de William Faulkner me han recordado a
Bauman. Porque Faulkner es uno de esos a los que hay que “dejar espacio”. Y que
debe durar, ya que cuanto más dure o más se prolongue su influjo más pequeño y
soportable será nuestro infierno. Nosotros sólo tenemos que “buscar” y
esforzarnos en “saber quién no es infierno”. Y si yo, modestamente, puedo aportar
algo desde este blog propondría una serie de qués: los techos de la Capilla Sixtina ,
los canales de Venecia, el skyline de
Nueva York, el viaje al Polo Sur de Scott o las asistencias de “Magic” Johnson.
Y una serie de nombres. Vivos y muertos porque a estos últimos (Faulkner, sin
ir más lejos) se les puede también “dejar espacio” y hacerles durar consiguiendo
que su obra y memoria convivan entre nosotros y nos “alimenten” y sirvan como
guía y ejemplo. Y, entonces, pensaría también en Federer (un caballero para
quien se inventó el tenis, parafraseando a Tomás Carbonell), en Mandela, en
Fellini y Nino Rota al mismo tiempo (y en La
strada y en Los clowns al mismo
tiempo), en Titín III (que a sus 42 años sigue sin defraudar a nadie que haya
pagado una entrada por verle jugar a pelota, dejándose la piel en cada jugada),
en Lou Reed (insobornable en sus criterios musicales), en Richard Strauss (y en
sus Cuatro Últimos Lieders, por
ejemplo, que nunca puedo escuchar sin que la piel se me ponga de gallina- he añadido en un enlace el tercer lieder, a modo de majestuoso ejemplo) o en otro
Richard, también músico, Richard Wagner (y en Tristán e Isolda- creo que si la muerte de Isolda no nos sobrecoge
al final de la ópera hay que tener por seguro que la sangre no nos corre por
las venas). Y pensaría en más richards
(curioso). Nunca Clayderman sino en Rorty, el más lúcido de los pensadores
modernos. Leer Trotsky y las orquídeas
silvestres es un placer. Y una esperanza. Os invito a hacerlo. Y repasaría
nuestra “piel de toro”, este país que nos ve vivir con “una mala salud de
hierro”. Y pienso en Antonio López o en Iniesta. Todos ellos son gente que
merece la pena. Y son muchos. Luego, quizás, no haya que desesperar. Y haya que
actuar con la “atención y aprendizaje continuos” que nos pide Bauman. Y el
infierno, aunque nos sintamos tan quemados (casi calcinados), se podrá reducir.
Seguro. Volverse reversible. Porque los que “no son infierno” son más de los
que pensamos. Cada uno de nosotros tiene su lista particular. Y esa lista
personal es una obligación humana: otra
forma de referirnos a los saludables ejercicios de admiración de los que nos habla
Cioran (le incluyo en mi particular lista). Y, entonces, dejándoles espacio a
todos ellos y haciendo que duren se logrará que el infierno “jibarice”, poco a
poco (la tarea es ardua y complicadísima: no engañamos a nadie), sus
dimensiones y su duración (infernal). Y podremos coger aire. Más aliviados. Sin
que nos ardan los pulmones. Y creer que todo lo que se nos ocurra imaginar como
bueno o mejor es, sin ninguna duda, posible.
Estoy de acuerdo contigo. Toni eres un crac
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