No quería escribir sobre la crisis. De momento. Porque me
temo que la jodida, no por manida, va a darse por satisfecha. Así que
la crisis continuará, y pensaba que ya habría un tiempo mejor, o mejor dicho,
peor para hablar de ella. O sea que la crisis continuará agravándose, y yo me
reservaba el turno o estas líneas para cuando las aguas ya nos taponaran las
narices, después de habernos cosquilleado los cojones hace un rato y un poco más
abajo, y que al paso que vamos será un momento que, de un momento a otro, nos
dejará sin aire.
Así que antes de que esto suceda, y de que no podamos
movernos, y de que se nos hinchen y amoraten nuestras bonitas (y aún, más o
menos, saludables) carnes rosadas quisiera hacer un pequeño hincapié sobre un detalle que a
fuerza de tenerlo en la lengua, y con los miles de discursos que desde todas
partes se nos vienen encima y amenazan con colapsarnos los oídos, los ojos, la
cabeza y el pensamiento, en definitiva, parece, sin embargo, que no acabamos de
entenderlo o de que no acabamos de reparar en toda su maligna extensión.
Y hablo del Estado del bienestar. Y de esta crisis que
parece estar azotándole en plena línea de flotación. Y hago constar, en primer
lugar, en que escribo “Estado” con mayúsculas, es decir, no me refiero a un
estado (con minúsculas) del bienestar que podríamos contraponer a un estado
febril, o un estado de convalecencia, o a un estado de shock, incluso. Ni tan
siquiera aludiría, tampoco, a un gobierno puntual que nos-toca-cada-cuatro-años
sino a todo aquello que está, precisamente, más allá de toda circunstancia, de
todo gobierno, que nos trasciende y que, en gran medida, hace que nos podamos
llamar “españoles”, o “griegos”, o “italianos”, o “rumanos” o lo que sea PERO
EN PLURAL, y que siempre habría que situar por encima del singular y clásico “yo
soy fulano de tal”. Y esto nos debe entrar en la mollera ya que SIN ESTE ESTADO
PLURAL (Y CON MAYÚSCULAS, POR LO TANTO) NO HAY BIENESTAR POSIBLE.
Por esto algunas crisis resultan peligrosas. Ésta, por
ejemplo. Son aquéllas que ponen al Estado (con mayúsculas) a prueba. Y como en
todas las pruebas (hasta programitas televisivos como Supervivientes nos lo enseñan) se puede salir de ellas ganador o…
perdedor. Y, en este caso que nos (pre)ocupa, si el Estado pierde hay que
atarse los machos, que es otra forma de decir que el bienestar se nos va
escurrir entre los dedos como un puñado de arena sin que podamos hacer nada por
retenerlo. Y no habrá otra vuelta de hoja. Ni de tuerca.
¿O si la hay? Nosotros insistiremos en girar, o en intentar
girar la tuerca. Siempre. Son peligrosas las crisis. De acuerdo. Pero habrá que
consentir en que existen diversas maneras de afrontarlas, por mucho que desde
Europa se empeñen en señalarnos una dirección y nos trasladen al aeropuerto, y
nos suban en un avión para llegar cuanto antes a nuestro destino. PORQUE TODAS
ESTAS FORMAS QUE EL ESTADO TIENE DE AFRONTAR ESTAS CRISIS PELIGROSAS NO SE
REFIEREN, EN ÚLTIMA INSTANCIA, SINO AL IMPACTO Y A LAS CONSECUENCIAS QUE TENDRÁN
SOBRE EL MENCIONADO BIENESTAR. Por esto lo que hoy nos estamos jugando es el
Estado del bienestar.
Y llegados ya a este punto podemos hablar de medidas. Y
enumerar casos concretos. El Estado español, por ejemplo. Más que nada porque
es el que más conozco, y el que tengo más a mano. Y me pregunto, en una facilona
y primera vuelta de tuerca, ¿podríamos poner a la/s causa/s de esta crisis peligrosa
una cara, un nombre o un mote ((¡sin faltar, de momento!) con el que poder
referirnos a ella/s? Claro que sí. Hemos oído hablar de ellos en muchísimas
ocasiones. Son los mercados. Los mercados nos están machacando. ¿Nos suenan,
verdad? Síííí… Pero, ¿quién coño son los mercados? Y respondo. Los mercados son
el dinero, la “pasta” no-italiana, los beneficios. Pero también son el
todo-vale, el pisotón-al-enemigo, el-solo-cuento-yo-y-mi-cuenta-corriente,
el-soy-más-listo-que-nadie-y-por-eso-me-merezco-las-indemnizaciones-que-cobraré-el-día-en-que-me-vaya-de-aquí,
el que-se-jodan-los desempleados-y-los-funcionarios-que-cobran-de-mi-dinero-sin-hacer-nada,
el-que se-jodan-todos-aquellos-que-no-son-yo. Eso: los mercados son
yo-yo-y-yo-y-solamente-yo. Y el Estado queda en el extremo opuesto. El Estado
somos nosotros-nosotros-y-nosotros-y-solamente-nosotros.
Las diferencias saltan a la vista. Las distancias entre los
dos modelos de entender el mundo son abismales. El primero es la selva. El
segundo es la civilización. El primero apela al sálvese-quien-pueda. El
segundo, al salvemos-entre-todos-a-cuantos-más-mejor. El primero habla de mi bienestar. El segundo, de NUESTRO
BIENESTAR. Por esto SÓLO en la pluralidad de bienestares podemos, también, pronunciar
“Estado de bienestar” con todas las de la ley (por cierto, en la selva no
existe la ley) porque afecta a MUCHOS (y no a uno solo). Y a CUANTOS MÁS
“MUCHOS” AFECTE MÁS BIENESTAR SE OBTENDRÁ.
Por todo ello si en este crisis peligrosa, que no es sino la
más maligna dialéctica entre el Estado y los mercados, una lucha encarnizadísima
entre la solidaridad y el dinero (monedas y papeles sin ética ni corazón), el
Estado acaba claudicando se van a poner las cosas muy, muy cuesta arriba. Y habrá
que olvidarse de viajar de Bilbao a Madrid, por ejemplo, en un comodísimo tren,
con bar, prensa, tv y cd y cuatro o cinco canales de radio incorporados a los
asientos por 48€ (conste que yo lo hice y lo pagué), en apenas 5 horas y con
¡sólo 4 personas en el vagón! Los mercados, contrariados, anotarían que, ¡uhmm!
cuatro personas y 48€ son muy pocos euros. Eso no puede ser rentable. Es-un-viaje-claramente-deficitario.
Por lo que los mercados, rápidamente (¡no más pérdidas!), se apresuran a tomar
medidas. Y vienen las medidas. Y el tren se suprime. O se incrementa el precio
del billete de 48 a… supongamos 200€ (para cubrir también las posibles
indemnizaciones a los miembros del Consejo de Administración en la tesitura de
que el tren, aun con las medidas, descarrile). Y, entonces, el bienestar que, o
bien afecta al común de los mortales o NO ES BIENESTAR, se ve tocado de muerte
o de malestar. Ya no viaja de Bilbao a Madrid en tren el común de los mortales
o cualquier bicho viviente cómodamente por 48€ sino SÓLO AQUELLOS QUE PUEDEN
ABONAR LOS RECIENTEMENTE IMPLANTADOS 200€ POR EL TRAYECTO. Y el todo bicho
viviente o el común de los mortales pasa a ser un poco más pobre, disfruta de
MENOS BIENESTAR. Y, sin embargo, el que puede viajar puede ahora viajar más
veces porque los que bien-están son menos, y en este nuevo Estado del
menos-bienestar, el dinero se repartirá entre menos gente.
Las distancias (económicas) entre los integrantes de dos
extremos de la cadena (económica; estos son, los ricos y los pobres) se alargarán,
se alargarán y se alargarán hasta los que están en medio (estos son, la clase
media) acaben reventando, o la cadena rompiéndose, y finalmente desapareciendo
sus miembros, engullidos por los extremos.
Y sin esta clase media… Que alguien coja el avión y se
acerque a África, y baje al antiguo Congo belga, por ejemplo. Y pregunte, ¡¿dónde está la
clase media?! Y que vaya acostumbrándose a escuchar el silencio. Y que, a
continuación, grite, ¡¿Dónde se encuentra el Estado del bienestar?! Y, seguramente,
si no se anda con cuidado su pierna se apoye sobre (una oculta y `puñetera)
mina anti-personas. Y se escuche un ¡booooom! Y un bonito zapato mocasín de
marca salga volando llevándose una (aún) bronceada pierna derecha con él.
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