El Aste Nagusia 2023 ha sido la leche. Lo dicen los periódicos. Récord absoluto de visitantes. 1.800.000 personas, lo que no está nada mal para esta ciudad de 300.000 habitantes, habitante arriba, habitante abajo. Aunque si me pidieran que me quedara con algo de lo que he visto me decantaría sin dudarlo por la corrida de toros que pudimos ver los afortunados que acudimos a Vista Alegre el sábado 26 de agosto.
Ese día el Juli se despedía de Bilbao. Y el público estuvo emntregado. No nos regaló el Juli ninguna faena para el recuerdo, pero en su segundo toro se entregó. Sabía que era el último. Se entregó y quiso. Pero con la suerte suprema, con la espada, y ante el silencio sepulcral que inundó el coso, el Juli falló y, en estas lides ya se conoce la opinión de la Presidencia, del insigne Matías, si no se mata bien, en Bilbao no hay oreja que valga. Por lo que posiblemente fuera que se trataba de la última tarde del Juli entre nosotros, o por la insistencia de un público que, sembrando los graderios con pañuelos, pedía la oreja sin mayor dilación, por lo que Matias reculó de sus principios y concedió al Juli la oreja que el respetable reclamaba.
Pero lo más bonito del Aste Nagusia 2023 vino después, mientras el Juli, entre una enorme ovación, daba la vuelta al ruedo exhibiendo su trofeo. Una gorrita roja cayó en la arena. Y el Juli, como manda la tradición, la recogió y fue a entregársela a su dueño. Y justo en ese momento vio en la grada a un chiquillo (quizás 9 o 10 años) con la cabeza pelada, víctima, sn duda, de la implacable quimio. Y el Juli le devolvió la gorra y al momento, y sin pensárselo vez y media (porque si lo hubiera hecho el momento y el gesto hubieran perdido toda su magia), entregó al niño la oreja del astado y el crío, sorprendido pero esbozando una enorme sonrisa, se la guardó como si del más preciado tesoro se tratara.
Sí, me driéis que soy un flojeras, un sentimental, pero gestos como ése me congracian con la Humanidad, y a pesar de que el mundo taurino no sea, precisamente, el mundo en el que me gustaría pasar el resto de mis días, esos gestos me hablan de que no todo está perdido todavía, de que debemos mantener la confianza bien alta, de que hay gente (el Juli, esa tarde del 26) que merece muy mucho la pena por lo que yo, a pesar de todos los esfuerzos que me supone ponerme en pie, me incorporé y aplaudí con las manos, pero también desde muy dentro. La Plaza se caía. No era para menos. Momentos así hacen que la Aste Nagusia sea mucho más que 9 días de fiesta por todo lo alto, mucho más que la Marijaia y que tú, amable lector, o yo, que escribo esta apresurada entrada. Por eso, ese momento ha sido y será mi momeno favorito; todo un momentazo.