Ayer, con motivo del reciente fallecimiento de Sixto Rodríguez, a los 81 años, volví a ver su documental Searching for Sugar Man (2012), de Malik Bendjelloul, que en su momento ganó el Oscar, aunque esto sea lo de menos, y que nos habla sobre su increíble peripecia, sobre su música y su persona, súper popular en Sudáfrica, donde vendía más, y era más conocido que el mismísimo Elvis Presley, pero del que el resto del mundo, incluido su EEUU natal, no había oído hablar más que a las nubes.
Tan era así que todavía revisando el documental me asaltaban las dudas sobre que no fuera un "falso documental", tipo el Grizzlie Man, de Herzog, y que el propio Sixto no fuera un persnaje ficticio. Pero ayer se disparon las dudas, porque los medios se hicieron eco de que Sixto había fallecido, muy discretamente, tal y como había vivido. Luego, y de manera irónica, la muerte le ha convertido, finalmente, en una persona, a ojos de cualquiera, tan real como tú o yo que estamos leyendo o redactando estas líneas.Aunque lo que de verdad resulta, al menos para mí, lo más valioso del documental es el cruel retrato que en él se hace sobre la Fama. Y la escribo con mayúscula porque creo que la Fama es el personaje central de este documento sobre Sixto Rodríguez; ese escurridizo y puñetero personaje, la Fama digo, que siempre quiere acaparar todo el protagonismo y al que el genial Rudyard Kipling le paró los pies con su inmortal If... escribiendo aquello que hoy se puede leer en el marco que precede a los jugadores antes de saltar a la Pista Central del Old England Tennis Lawn de Wimbledon:
(...)
If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two impostors just the same.
Pues eso, que un poco de humildad nunca está de sobra. Ésa es la gran lección que Sixto nos deja con su persona y su música. DEP. Y os dejo con su emblemática I Wonder. Que la disfrutéis, que él sabrá reconocerlo allá donde ahora esté.
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