¡Cuántas manos nos hemos echado a la cabeza perplejos ante la brillante inventiva de muchos spots publicitarios! Todavía recuerdo aquel anuncio de Coca-Cola, que marcó toda una época y una tendencia hacia la repetición, por llamarlo de alguna manera, en el estilo, textos y locuciones de las artes publicitarias y que, por lo menos a mí, me ha llegado a cansar y hartar por su uso y abuso.
Así que, por si acaso, para hacer memoria aquí os dejo con el mencionado spot. No resulta complicado descubrir detrás de la locución, los esforzados jamacocos de alguna agencia de publicidad argentina.
Pero he aquí que, como últimamente ando también leyendo la genial poesía de Borges, he descubierto en ella, para mi asombro, idénticas repeticiones y aliteraciones, sólo que con mayor calidad y con casi ¡medio siglo de diferencia! Luego primero habría sido la poesía, la poesía (casualmente) argentina, la poesía de Borges, por ejemplo, quien habría bajado la bandera de salida a estas súper repeticiones.
O si no leed esta larga genialidad
borgesiana, que a mí sin embargo se me hace siempre muy breve, y pensad que donde
el escritor argentino escribe “por”, los multipremiados publicistas de Coca-Cola dijeron “para”:
OTRO
POEMA DE LOS DONES
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Angel Silesio,
por Schopenhauer,
que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa
que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura
arrean los animales y el alba,
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron
de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del Islam que abarcó
mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno,
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swedenborg,
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales
que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos hablé en Nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos
y un epitafio de los vikings,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído:
gesta Dei per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba,
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez,
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre,
que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía.
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines
o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos
por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte,
esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.
(De El otro, el mismo-
1964)
Por lo que estos “brillantísimos”
creativos nada demasiado nuevo habrían creado,
y nosotros podríamos añadir al superlativo dos hermosas y justas comillas sin
que nos tiemble el pulso. Su excelencia casi se resumiría entonces a en un graciosillo
e inocente copiar-y-pegar.
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