Para Alfonso,
que está atravesando su particular 11-S
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Porque salgo (¡toma ya!) desde Las conversaciones con Goethe, el libro que J.P. Eckermann escribió sobre los últimos años de vida del gran escritor alemán, y que tan fascinante me ha resultado (bien que decía Nietzsche que le parecía la mejor obra escrita en lengua germana) y, sobre todo (por lo no previsible), por las dudas que me ha aclarado sobre el alucinante ascenso al poder de Adolf Hitler, sobre la 2ª Guerra Mundial, el Holocausto judío y todas esas barbaridades que cientos de documentales, películas y entrevistas dedicadas al tema, nos cuentan casi a diario.
Pero continuo. Y me refiero entonces a la figura del Daimon, sobre
la que Goethe habla largo y tendido en estas conversaciones, y sobre la que no puede dejar de manifestar su admiración y que, además, me ha respondido a
alguna de esas preguntas-sin-respuesta que me han rondado desde siempre por la cabeza, como esa por la que me he preguntado en el párrafo anterior; o sea, ¿cómo fue posible que un país tan civilizado como Alemania desencadenara las
monstruosidades que desembocaron en los crematorios de Auswitz y de tantos otros
lugares de infausto recuerdo?
Y es que el Daimon sobre el que
Goethe escribe viene a ser una persona que aparece sobre la faz de esta
Tierra cada cierto número de años, investido con una serie de particularidades
que lo hacen vivir casi al margen del resto de los mortales, diferentes y
geniales en su singularidad, enérgicos, impulsivos, dioses y demonios a partes
iguales pero, en el fondo, una manifestación de que una divinidad “vigila”
todos nuestros movimientos y nos envía, de vez en cuando, a uno de estos Daimon,
situados más allá del bien y del mal (Nietzsche, again!), para hacernos ver a nosotros, vulgares mortales, lo que es
capaz de realizar.
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Ellos serían los elegidos… que mueven
con sus ideas al resto de una Humanidad que, por momentos, parece dormida. Son
los elegidos a los que debe rendirse la merecida admiración, a pesar de no
coincidir con ellos en muchas de sus acciones, pero a los que nunca puede
negarse esa singularidad de la que se hayan investidos: únicos en medio de la
masa.
Goethe lo sentía de esta
manera y, durante sus últimos años, no dejaba de añorar la próxima venida de
uno de estos elegidos que sacudiría a la futura Alemania, y al Mundo, ¿porqué,
no?, del letargo y de la apatía política y artística en la que se hallaba
sumido malgré lui; ¿tal vez, y por
desgracia en este caso, hablaría del próximo Führer? Aunque yo prefiero mirar con las
lentes más cortas y pensar en Richard Wagner, ese músico que puso banda sonora
al despertar alemán.
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Y por cierto, esta temporada Lebron jugará con los Lakers de Los Angeles. Sí, el elegido y los ángeles, una mezcla de la que no pienso perderme ni un sorbito.
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