
Pero lo dicho: la nostalgia no va conmigo. La nostalgia me parece un “apalancón”. Que haciéndonos sentir a gusto, no nos permite, traidoramente, tirar para adelante. Y esto es peligroso. La nostalgia casa bien con aquello que escribía Manrique en la Coplas a la muerte de su padre, “cualquier tiempo pasado fue mejor” pero yo, si me quedo con algo, es con la letra y con el disfrute del poema. Y punto. Porque discrepo con el espíritu del verso.

Porque que alguien cante en 2018 aquello que cantaban los Hermanos de, somos los hermanos Malasombra, somos malos de verdad, somos como una espina, que solo sabe pinchar y más malos que la quina, quedaría, no ya como una tonadilla anacrónica, sino como una bravuconada que no vendría a cuento, muy lejos de las pretensiones originales de resultar una gracieta más o menos amable y divertida.


Pero hete aquí que hoy,
cuando la tortilla se ha volteado y los malos han girado el partido y el
resultado, y son, ahora, ellos los que ganan por goleada a los buenos, la maldad
ya no es la excepción sino la regla (malévola), y la presunción de maldad, de la
que hacían gala los Hermanos Malasombra
queda como una chirigota más pasada que las pinturas de las cuevas de Altamira.
Sí, claro, los malos-malotes (soy muy malo, ¡pues yo más y pongo esta cara de malísimo!)
o los malos reincidentes o los que trincan y engañan, o los que falsean
documentos públicos o expedientes académicos, o los que se abren cuentas en
Suiza o en cualquier paraíso fiscal que toque y alimentan sus saldos con lo que
pueden escamotear a tantos ingenuos, los que matan incluso, han dejado de ser una excepción y se han
convertido en esa regla malévola, en los verdaderos signos de los tiempos que
corren.
Y entonces cuando vemos esos decorados en blanco y negro, de cartón piedra, y a los Hermanos Malasombra cantando su letanía pienso, ¡cómo hemos cambiado! Pero lo pienso sin gota de añoranza y sí como un flagrante ejemplo de cómo está, desgraciadamente, el patio y los trapos que cuelgan en él. Nada de ingenuidad, ni de bonhomía y sí mucha mala leche, venganzas y unas ganas inmensas de medrar, de tener a toda costa más “ceros” en la cuenta corriente que el vecino, de ser más listo que el pobre ingenuo, de sabérselas todas, de presumir de que aquí estoy yo en un yate de nosécuántosmiles de euros, tostándome al sol en una remotísima y paradisíaca playa, sin haber dado ni clavo pero habiendo estafado a cuantos más y cuanto más, mejor.
Y entonces cuando vemos esos decorados en blanco y negro, de cartón piedra, y a los Hermanos Malasombra cantando su letanía pienso, ¡cómo hemos cambiado! Pero lo pienso sin gota de añoranza y sí como un flagrante ejemplo de cómo está, desgraciadamente, el patio y los trapos que cuelgan en él. Nada de ingenuidad, ni de bonhomía y sí mucha mala leche, venganzas y unas ganas inmensas de medrar, de tener a toda costa más “ceros” en la cuenta corriente que el vecino, de ser más listo que el pobre ingenuo, de sabérselas todas, de presumir de que aquí estoy yo en un yate de nosécuántosmiles de euros, tostándome al sol en una remotísima y paradisíaca playa, sin haber dado ni clavo pero habiendo estafado a cuantos más y cuanto más, mejor.
Y descarao. En este orden de
cosas, presumir hoy de malo, o de ser
uno de los que se ríen con los Hermanos
Malasombra, sería como… presumir de guapo o guapa en un desfile de modelos:
una chorrada: un pis fuera del tiesto.

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