Me acuerdo de cosas. Tengo
por el cuello a la nostalgia pero aún me acuerdo de algunas cosas. Me acuerdo,
por ejemplo, de aquellos Hermanos
Malasombra que salían en un viejo programa de TVE que se llamaba Los Chiritipiflaúticos, junto a Valentina,
al Capitán Tam-Tam, Locomotoro, y otros personajes ilustres y delirantes que nos distrajeron
la infancia, y de los que hoy apenas unos cincuentones tenemos recuerdo.
Pero lo dicho: la nostalgia no va conmigo. La nostalgia me parece un “apalancón”. Que haciéndonos sentir a gusto, no nos permite, traidoramente, tirar para adelante. Y esto es peligroso. La nostalgia casa bien con aquello que escribía Manrique en la Coplas a la muerte de su padre, “cualquier tiempo pasado fue mejor” pero yo, si me quedo con algo, es con la letra y con el disfrute del poema. Y punto. Porque discrepo con el espíritu del verso.
Y así recuerdo a Los Chiritipiflaúticos y a los Hermanos Malasombra. Y a estos últimos, en
concreto, que son a quienes quiero ir a parar. Porque me hacen pensar (que no
añorar, ¡horror!). Y pensar que sus personajes, sus cachondeos y chuflas hoy ya no serían posibles. O si lo
fueran, se echaría del escenario, o de la pantalla de TV, a los dos brothers con una patada en el
culo, por inoportunos.
Porque que alguien cante en 2018 aquello que cantaban los Hermanos de, somos los hermanos Malasombra, somos malos de verdad, somos como una espina, que solo sabe pinchar y más malos que la quina, quedaría, no ya como una tonadilla anacrónica, sino como una bravuconada que no vendría a cuento, muy lejos de las pretensiones originales de resultar una gracieta más o menos amable y divertida.
Porque que alguien cante en 2018 aquello que cantaban los Hermanos de, somos los hermanos Malasombra, somos malos de verdad, somos como una espina, que solo sabe pinchar y más malos que la quina, quedaría, no ya como una tonadilla anacrónica, sino como una bravuconada que no vendría a cuento, muy lejos de las pretensiones originales de resultar una gracieta más o menos amable y divertida.
Porque para cantar eso de malos de verdad, y que una gran mayoría
de este país se tronche de risa, hace falta,
además de una considerable dosis de ingenuidad, creer, a pies juntillas, que la
bondad, como reverso de la maldad, no solo es posible sino que es amplia
mayoría, y que gana a la maldad por una abultadísima goleada. Y entonces, sí, la
maldad hecha minoría, hecha, por lo tanto, excepción, sí que puede resultar
tema para la sorna, asunto para tomárselo a sano pitorreo. Esta excepción del
malo que presume de maldad, de los Hermanos
Malasombra, más malos que la quina,
en cuanto que sería excepción a la regla (bondadosa), nos movería, como nos
movía, a la risa.
Porque el chiste está siempre
en la excepción, excepcionalmente. Aquello que contaba Woody Allen sobre el hombre que va al médico y le cuenta que su mujer se cree una gallina. Y el médico le dice que venga con ella a la consulta y que lo arreglará. Y entonces el hombre le responde que no es tan fácil: que él también quiere los huevos... Esto es, la excepcionalidad de la mujer que se cree una gallina. Y la excepcionalidad del marido que no quiere quedarse sin los huevos. La excepcionalidad...
Pero hete aquí que hoy,
cuando la tortilla se ha volteado y los malos han girado el partido y el
resultado, y son, ahora, ellos los que ganan por goleada a los buenos, la maldad
ya no es la excepción sino la regla (malévola), y la presunción de maldad, de la
que hacían gala los Hermanos Malasombra
queda como una chirigota más pasada que las pinturas de las cuevas de Altamira.
Sí, claro, los malos-malotes (soy muy malo, ¡pues yo más y pongo esta cara de malísimo!)
o los malos reincidentes o los que trincan y engañan, o los que falsean
documentos públicos o expedientes académicos, o los que se abren cuentas en
Suiza o en cualquier paraíso fiscal que toque y alimentan sus saldos con lo que
pueden escamotear a tantos ingenuos, los que matan incluso, han dejado de ser una excepción y se han
convertido en esa regla malévola, en los verdaderos signos de los tiempos que
corren.
Y entonces cuando vemos esos decorados en blanco y negro, de cartón piedra, y a los Hermanos Malasombra cantando su letanía pienso, ¡cómo hemos cambiado! Pero lo pienso sin gota de añoranza y sí como un flagrante ejemplo de cómo está, desgraciadamente, el patio y los trapos que cuelgan en él. Nada de ingenuidad, ni de bonhomía y sí mucha mala leche, venganzas y unas ganas inmensas de medrar, de tener a toda costa más “ceros” en la cuenta corriente que el vecino, de ser más listo que el pobre ingenuo, de sabérselas todas, de presumir de que aquí estoy yo en un yate de nosécuántosmiles de euros, tostándome al sol en una remotísima y paradisíaca playa, sin haber dado ni clavo pero habiendo estafado a cuantos más y cuanto más, mejor.
Y entonces cuando vemos esos decorados en blanco y negro, de cartón piedra, y a los Hermanos Malasombra cantando su letanía pienso, ¡cómo hemos cambiado! Pero lo pienso sin gota de añoranza y sí como un flagrante ejemplo de cómo está, desgraciadamente, el patio y los trapos que cuelgan en él. Nada de ingenuidad, ni de bonhomía y sí mucha mala leche, venganzas y unas ganas inmensas de medrar, de tener a toda costa más “ceros” en la cuenta corriente que el vecino, de ser más listo que el pobre ingenuo, de sabérselas todas, de presumir de que aquí estoy yo en un yate de nosécuántosmiles de euros, tostándome al sol en una remotísima y paradisíaca playa, sin haber dado ni clavo pero habiendo estafado a cuantos más y cuanto más, mejor.
Y descarao. En este orden de
cosas, presumir hoy de malo, o de ser
uno de los que se ríen con los Hermanos
Malasombra, sería como… presumir de guapo o guapa en un desfile de modelos:
una chorrada: un pis fuera del tiesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario