Entre la pena y la nada elijo la pena, es una de mis frases favoritas, para qué voy a
negarlo, y para qué voy a negar también que William Faulkner, su autor, es uno
de mis escritores de cabecera (otro sería el gran Stevenson, por supuesto), y
que Las palmeras salvajes, la novela
donde figura esa frase, fue en su día uno de los hitos que me marcaron como
lector y ser humano.
Dicho lo cual apunto a que si
la frase me ha vuelto a la cabeza estos días lo ha hecho a cuenta de las
sesiones que la “2”
dedica diariamente a rescatar la
Historia de nuestro cine, un ejercicio tan de
agradecer como demoledor (últimas entregas: El
triangulito, Stico), de tragar
saliva y, en la mayoría de los casos, de vergüenza ajena (¡de dónde venimos!,
¡qué país era éste!) y, también, de las próximas entregas de premios a al Cine
Español, heredero de aquel (no olvidemos este detalle para ser justos en su
valoración), que tendrán lugar durante las semanas venideras: esos Forqué, Feroz, Goya y algunos
otros que seguro que ahora me dejo en el tintero o en el desván de mi maltrecha
memoria.
Y claro el motivo de que
Faulkner y su bonita frase de Las
palmeras salvajes me ronde la cabeza no podría ser otro que la necesidad
que tengo de reconocer que si el Cine Español no es hoy gran cosa y es lo que
es, lo es, y en gran medida (aunque nos parezca una verdad de Perogrullo),
porque nunca ha sido gran cosas, porque si realmente algo ha sido, ha sido casi
la nada o una nada con honrosas y multimencionadas excepciones (las Viridiana, los Verdugos, los Plácidos,
los Espíritus de la colmena, y para
qué seguir) que hacen que esa nada brille todavía con mayor esplendor. Esto es
lo que hubo y lo que hay.
Por esto me acuerdo de
Faulkner, de sus Palmeras salvajes y
de su pena, y reconozco, agachando la
cabeza, que igual que él anunciaba que entre la pena y la nada elegía la pena, yo
también me quedo con ella. ¡Qué remedio! ¡La nada, como a Faulkner, me aterra,
me asusta demasiado! Y con la pena, por el contrario, podré un año más sentarme
frente al televisor y leer todas las noticias que se correspondan con los
susodichos premios Forqué, Feroz y Goyas y aquellos otros de los que ahora, mientras escribo estas
atrompicadas líneas, no me acuerdo.
La nada haría que, en su
vacío, no existieran estos Premios ni que hubiera en la prensa una raquítica
línea que leer sobre nuestro cine. Con la pena, sin embargo, puedo consolarme y
creer que todo esto es transitorio, y que, de igual forma, que yo desde el
suelo aún soy capaz de levantarme, el Cine Español no tiene porqué ser menos, y
también él algún día se levantará ante el asombro (¡tenían aquellas semillas
una calidad tan venenosa y lamentable!) de propios y extraños.
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