El año se termina y, en
cuanto al cine patrio, pronto empezarán la lista de premios, goyas, forqués,
feroces y demás galas que proclamarán la
buena salud de nuestro 7º Arte aunque, también, nos alertarán sobre los
peligros de lanzar las campañas al vuelo (jejeje) y de que la lucha, una lucha
sin cuartel, a largo plazo, en la que nunca debemos bajar los brazos ni
relamernos (jejeje) en las espectaculares y esperanzadoras recaudaciones,
continúa…
No voy a insistir en el
descorazonar panorama que se nos echa en cara desde la pantalla blanca cada vez
que nos metemos en un cine. ¡Qué se le va a hacer! Mientras no sepamos ver, sí,
ver (ya que hablamos de cine), el tamaño de ka herida y asumir la gravedad de la
gangrena no acertaremos a buscar al cirujano más adecuado (si es que este
galeno existe en alguna parte) para taponar la hemorragia, y seguiremos tan campantes,
riéndonos como siempre de nuestra propia sombra, con el mismo y deprimente cine
nuestro de cada día.
(Porque, ¿alguien, por
ejemplo, ha pensado alguna vez en la casi-nula calidad de nuestras Bandas
Sonoras?, ¿alguien ha reparado en que sin música no hay cine que valga? Y no me
estaría refiriendo sólo a la música que se escucha con los oídos sino a la que
también debe sentirse en la piel, entre plano y plano. ¿Sería, entonces, una
canallada insertar el tema de Camille- Brigitte Bardot- que Georges Delerue
compuso para Le Mepris, de Godard? No
lo sé, pero yo lo hago).
Aunque también echo el freno.
No nos distraigamos. Me niego a seguir emulando al abuelo cebolleta y a su
eterna e improductiva mala leche, y me voy a quedar con lo bueno que, si continuamos
hablando de cine, siempre lo hay, aunque cada tarde nos cueste más y más
esfuerzos dar con las dichosas pepitas doradas.
Así que si en este 2016 me tuviera
que quedarme con una (¡sí, la hay!), posiblemente no lo dudara y recurriría a Graffiti, el multipremiado cortometraje
de Lluís Quílez. Reafirmarme, de esta manera, en que en los cortometrajes se
encuentra lo más atractivo del cine español quizás sea un buen petardo en la
línea de flotación de los grandísimos (sic)
productores españoles (algún día habrá que meter mano al tema) y no una
exageración. Si tenemos ocasión y ganas de ver En la azotea, Timecode o
el mismo Graffiti, y compararlas después
con los más aclamados largometrajes del año, posiblemente la exageración ya no nos
parecerá tanta exageración.
Y aunque con Graffiti, quizás hubiera que matizar más
de la cuenta, o más que con los otros dos cortometrajes mencionados, por unos
brevísimos e inolvidables minutos, la más pura, valiosa y bella pepita asoma en
su celuloide como un parpadeo genial. Y sí, éste será mi plano; me lo guardo
como recuerdo del 2016 cinematográfico; el mejor plano del cine español que he
visto durante este año que se nos acaba.
Y me refiero, cómo no, al
increíble y mágico momento (muy atentos, en el enlace que os dejo abajo el plano
se encuentra en el minuto, 26 segundos) en el que el apocalíptico protagonista de
la historia cree ver el rostro de una bella mujer entre las ramas heladas de un
árbol. Porque bastará un segundo, una leve panorámica para que esa mirada se
desvanezca y reaparezcan, en su lugar, las mismas hojas tristes y mustias.
El instante me sobrecoge, y
su mínima duración no hace sino reafirmarme en su excelencia, en que la belleza
también se inscribe sobre la fugacidad de una fracción de tiempo o de la vida, ¿por
qué, no?, sobre el aleteo de unos ojos que, tal vez, nos miren atentamente o
que… tal vez, no nos miren o que… tal vez, ni siquiera sean unos ojos.
Que lo disfrutéis.
¡¡¡Feliz Navidad!!!
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