Aunque por muy grande que el maestro ruso sea, y lo es
mucho, el principal motivo que me hizo luchar contra el calor y cogerme el día
libre fue Javier Perianes. El pianista onubense me parece, desde hace tiempo,
una de esas personas que destilan modestia y amabilidad a raudales. Y esto en
un músico de su talento es hoy, en estos días en los que cualquier mamarracho
se te sube a gritos a la chepa, y en los que la ignorancia campa a sus anchas
sin que nadie se atreva a pararle los pies, sencillamente un milagro: el milagro
de saber estar siempre a la altura de las circunstancias.
Y ese 17 de agosto Javier lo estuvo de nuevo.
Antes de su actuación le abordé a la entrada del Kursaal y le regalé un ejemplar de mi Divino Tesoro, el ensayo que escribí hace un par de años sobre,
digámoslo para abreviar, la juventud. Y se lo dediqué: para todas las personas que merecen la pena, como puse en la
primera página Y el rato que pasé con él antes del concierto y después, el Concierto para piano de Ravel con el que
nos obsequió los oídos, me corroboraron en que jamás he estado menos
equivocado.
Y me acordé, mientras le veía ejecutar el concierto volcado
sobre su piano, nada menos que del mítico ¡Muhammad Alí! Porque si Alí se
movía sobre el ring como una mariposa
y picaba como una abeja, tal y como nos dejó dicho su asistente Bundini Brown,
Javier Perianes sobre el piano no le va a la zaga. Si en el 1º movimiento del
concierto de Ravel, en el Allegramente
que comienza precisamente con el chasquido de un látigo, Javier Perianes es
capaz con sus enérgicas, eléctricas y exactas notas de “picar como una abeja”,
en el sublime segundo movimiento, en el Adagio
assai, flota sobre el teclado “como una mariposa”, como si apenas pulsara
las teclas. Y, sin embargo, el piano suena, ¡y cómo!, y su sonido nos llega y
nos conmueve con un escalofrío que, quizás, pudiera ser la respuesta de nuestra
piel al contacto con las alas de tan mágico e increíble insecto.
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