Por ahora que seguimos torrándonos
con este verano de marras vamos a imaginar un juego; vamos a imaginar que nos
llamamos Nino Rota, que somos uno de los más grandes compositores musicales del
siglo XX, autores de alguna de las más soberbias partituras para el
cine y de alguno de los más brillantes (¡y qué lastima porque esto se olvida demasiado a
menudo por los eruditos, sic, que citan
nuestro trabajo!...) opus que son
parte indisociable (y por mucho que les pese a esos eruditos de pacotilla) de
los más punteros trabajos musicales del siglo pasado.
Y pensemos ahora en Rocco y sus hermanos, la extraordinaria
película que dirigió Luchino Visconti en 1960 sobre el declive y la desintegración que
sufre una familia de inmigrantes del sur de Italia cuando deciden escapar de la
miseria y trasladarse a la progresivamente industrializada y
próspera Milán. Y pensemos en que fuimos nosotros, o sea, Nino Rota, los que
pusimos una bellísima partitura sobre los desgarradores fotogramas de Visconti.
Y ya puestos, sigamos pensando que 10 años después más o menos, cuando un
treinta añero director americano, que responde al tan poco modesto nombre de
Francis Ford Coppola, uno de los enfants
terribles del nuevo cine americano de los 70´, está en la pre-producción de una
película que llamará The Godfather o El padrino y que, a su manera, también
trata de la desintegración de la familia de un inmigrante italiano llegado, en
esta ocasión, a principios del siglo XX a las costas norteamericanas de Manahattan
(como diría el insigne Walt Whitman), se le vienen a la cabeza los nombres de
Visconti y de Rocco y, cómo no, de Nino Rota. Y encarga entonces al músico italiano de… ¡Milán!
(¿habría tenido en cuenta Visconti estos antecedentes milaneses para que la
música de Rocco… surgiera de su
talento?) la composición de la banda sonora de la película, de su padrino.
Y Rota se muestra encantado. El padrino va a ser una producción Paramount, con Marlon Brandon a la
cabeza del reparto, además de otros jóvenes y prometedores actores como Al
Pacino. Y el proyecto, qué duda cabe, parece serio y tiene buena pinta. Incluso, quizás, puede ser por fin (ya tenemos o Nino Rota tiene ya 60 años) el
reconocimiento que nos merecemos, que Rota se merece más allá de la vieja
Europa, sobre las colinas donde se alzan las letras que componen esa palabra mágica: Hollywood.
Y nos ponemos o Nino Rota se pone manos a la obra. Mantemos numerosas reuniones con Coppola. Es gratificante, no lo podemos negar, que un enfant terrible, un mocoso de apenas 30 años, haya reparado en nosotros desde tan lejos y nos hable maravillas de Rocco…, de La strada o de El gatopardo. Nos sentimos a gusto oyéndole hablar. Y casi a bote pronto (el entusiasmo nos recorre hasta el último extremo de la piel) buceamos en nuestro inagotable y fantástico bagaje cultural (y no como tantos otros creadores de hoy en día, y sobre todo en este país nuestro de marras, que tienen esa maleta más vacía que el maletín que lleva Michael Douglas en Un día de furia) y nos acordamos, o Rota se acuerda (seamos serios), de Don Pasquale, la ópera que Gaetano Donizetti compuso en 1843, su antepenúltima ópera (¡la 64 de 66!); y más en concreto en el aria Povero Ernesto… Cerchero lontana terra que canta el personaje de Ernesto cuando, creyéndose despreciado por su amada, planea huir y buscar una tierra lejana donde olvidar y poder empezar una nueva vida. Y canta sentidamente y… el aria cuenta, además, con una sorprendente introduzione de un precioso solo de trompeta que bien podría ajustarse a la película y ser la metáfora de esa lontana terra que, para los personajes de El padrino, es (justo al contrario) la tierra que han dejado atrás, el paisaje terroso que siempre vibrará en sus mentes y sobre el que sus pies nunca volverán a dejar sus huellas.
Y nos ponemos o Nino Rota se pone manos a la obra. Mantemos numerosas reuniones con Coppola. Es gratificante, no lo podemos negar, que un enfant terrible, un mocoso de apenas 30 años, haya reparado en nosotros desde tan lejos y nos hable maravillas de Rocco…, de La strada o de El gatopardo. Nos sentimos a gusto oyéndole hablar. Y casi a bote pronto (el entusiasmo nos recorre hasta el último extremo de la piel) buceamos en nuestro inagotable y fantástico bagaje cultural (y no como tantos otros creadores de hoy en día, y sobre todo en este país nuestro de marras, que tienen esa maleta más vacía que el maletín que lleva Michael Douglas en Un día de furia) y nos acordamos, o Rota se acuerda (seamos serios), de Don Pasquale, la ópera que Gaetano Donizetti compuso en 1843, su antepenúltima ópera (¡la 64 de 66!); y más en concreto en el aria Povero Ernesto… Cerchero lontana terra que canta el personaje de Ernesto cuando, creyéndose despreciado por su amada, planea huir y buscar una tierra lejana donde olvidar y poder empezar una nueva vida. Y canta sentidamente y… el aria cuenta, además, con una sorprendente introduzione de un precioso solo de trompeta que bien podría ajustarse a la película y ser la metáfora de esa lontana terra que, para los personajes de El padrino, es (justo al contrario) la tierra que han dejado atrás, el paisaje terroso que siempre vibrará en sus mentes y sobre el que sus pies nunca volverán a dejar sus huellas.
Y es entonces cuando Nino Rota
consigue el milagro, nuestro parecido razonable, y Don Pasquale se estrecha la mano con El padrino, con ese su inolvidable tema principal que también introduce la trompeta y que para todos
aquellos con un mínimo de sensibilidad queda inefablemente asociado con la pérdida y
nostalgia por los orígenes, por los hogares y lugares que nos vieron nacer, dar
nuestros primeros pasos, hacer nuestras primeras trastadas o besar nuestros
primeros labios…
Así que Don Pasquale y Donizetti (con el gran Alfredo Kraus)...
Y El padrino y Nino Rota...
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