Creo que el hombre, terminó diciendo Faulkner aquel 10 de
diciembre de 1950 (un año después, aunque no viene al caso extendernos ahora
con las razones), no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo
que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino
porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de
perseverancia. El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos
atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando
su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la
compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La
voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede
servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y
prevalecer.
Y
como el subrayado es, obviamente, mío lo explico y con ello me meto ya en lo
que quiero decir con todo esto. Es la Historia y no la historia. Es prevalecer y no,
simplemente, estar. Y es esta capacidad para trascender, para contar desde lo
singular lo universal, de la que, desde mi modesto punto de vista, adolecerían las
expresiones artísticas españolas; especialmente el cine (o la última hornada
que tantas erecciones económicas está provocando en las cuentas de resultados
de productores y distribuidores y exhibidores: El niño, Ocho apellidos…, Perdiendo el
Norte,
etc.) y la literatura una vez leída y sufrida, por ejemplo, la multipremiada En
la orilla,
de Chirbes. Y es que creo que mientras no sepamos ver más allá de las
ramas estaremos condenados a escribir sobre aquello que nos ocurre, escribir
sobre el corto plazo, sobre la incidencia, sobre el detalle y la anécdota,
sobre la circunstancia y nunca sobre aquello que hace grande y duradera a una
obra: su universalidad.
Y puestos a buscar razones para este fenómeno la menor no sería esos 40 años (¡cuatro décadas!) de dictadura que sufrimos y cuyas consecuencias continuamos hoy,y mal que nos pese, padeciendo. Sus circunstancias, que cualquier ser humano, cualquier artista en su sano juicio quiso denunciar, nos ha obligado a fijar nuestras mentes y miradas en esas circunstancias siempre tan circunstanciales, en lo concreto, en lo que está a la vuelta de la esquina: Berlanga y Saura (salvo honradísimas excepciones o El verdugo, Plácido o La caza), Martín Santos, etc.; aquello que, con el transcurrir del tiempo, ha derivado, una vez clausurado el terrible periodo franquista, en una lamentable, depresiva y enquistada querencia por eso mismo tan concreto, basada quizás en ese “jarrón mal pegado frente al que todos aguardan el momento en que va a romperse” o ese país “con una mala salud de hierro”, que decía Ortega. Y de esta forma, el cine se nos hizo crónica, apegado a la tierra presente o pasada, según tocaran los argumentos o los deseos de los productores; y la literatura, idem. Y cuando no era así, nuestro arte se hermanaba con el escapismo, con la hueca tontería; siempre tan intrascendente.
No
dudo de que con ello la TV ,
la radio y prensa (esos medios que sobreviven de la más rabiosa “concreción” o actualidad,
como ellos dicen) han sabido comer y beber, y aún continúan y continuarán me
temo, hasta empacharse. Y sin embargo, el arte con mayúsculas necesita, aun
teniéndolas en cuenta, separarse de eso tan concreto, de las circunstancias
demasiado cosidas al hoy-en-día. Y cuando no se conduce según estos propósitos, la circunstancia
nos niega el acceso a lo no-circunstancial, a lo que realmente es válido y valioso
para todo tiempo y lugar. Y por eso apuntaba antes que es nuestra obligación
como cineastas, como escritores, como escultores, pintores y arquitectos trascender
de lo singular o concreto a lo universal; de las ramas al bosque. Y si no se me entiende releamos
el discurso de Faulkner para saber de qué demonios he querido hablar y
saber porqué demonios estamos hoy en este profundo pooozo artístico donde, sin embargo,
parece que muchos se encuentran tan a gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario