Todo lo cual viene a cuento porque hace unos día terminé de leerme la novela de Diego Sánchez Aguilar, Los que escuchan, editada hace unos añitos- no muchos- por la Editorial Candaya. Y si la saco a colación desde ese inmenso cajón de sastre en el que se apilan las novelas no del todo conocidas o injustamente desconocidas, lo hago porque su lectura me ha puesto delante de una de las mejores novelas, escritas en castelllano, que he tenido ocasión de leer en los últimos años. Sí, quizá desde aquellos detectives salvajes que escribiera Roberto Bolaños, no habría vuelto a sentir que la literatura en la lengua de Cervantes, puede servir para algo más que para pasar hojas.
Porque la novela de Diego Sánchez Aguilar aporta e interesa desde su primera página; luego el interés no decae durante su desarrollo; y al final se vuelve parte indisociable de aquellos ejercicios de admiración sobre los que, tan sabiamente, Emil Cioran llamaba nuestra atención. Porque Los que escuchan es un relato apasionante en donde podemos encontrar pasajes y citas que nos darán que pensar, y ahí nos encontraremos con ese peligro sobre el que tantas veces advierto: el peligro de "darle vueltas a las cosas", el peligro que te hace cuestionarte sobre aquello sobre lo que no albergabas ninguna duda, pero que, sin embargo, ¡hostias!...
Sí, éstas son las obras a las que me apunto y procuro no perdérmelas: las que me sacuden de los hombros, las que te invitan a espabilar. Y en esto Los que escuchan no tiene desperdicio. En ella leemos "cuando se tiene todo, el Sistema ya no puede vendernos nada, ni siquiera aquello con lo que ya hemos dejado de soñar, salvo que nos inocule el miedo a perder lo que tenemos".
Claro, y a mí se me ocurre, "hemos dejado de soñár" porque, precisamente, ya lo tenemos todo. Así que ésta, nuestra más fabulosa capacidad de ensoñación, se encuentra en la reserva, su aguja apuntando al desolador cero-patatero. Luego, catástrofe primera. Pero sin quedarnos en ella, porque aún habría más. Y, como Joe Rigoli sigo: "salvo que se nos inocule el miedo a perder lo que tenemos". Y sería entonces cuando me asalta la pregunta, ¿no estará el Sistema metiéndonos por vena una especie de miedo universalis en el que hasta cruzar un paso de cebra se ha convertido en una cuestión de vida o muerte? Luego, catástrofe segunda.
Sí, porque hoy todo es tremendo y todo eso se nos viene encima: la franja de Gaza, y la guerra de Ucrania, los dispatates de Donald- y no me refiero al Pato- y la DANA de Valencia, los inquiokupas campando a sus anchas, o los chavales que se cargaron el otro día a su cuidadora social porque, quizá, no les hubiera preparado la merienda. Y así podríamos seguir hasta hartar a Job, pero a lo que iba y con lo me quedo por ahora, o a lo que las páginas de Los que escuchan me enseñan es a admitir que situados en un Estado del Bienestar bastante aceptable- no seamos ciniquetes: Occidente nunca se ha visto en una de éstas: comida-vestido-techo garantizados, ¿el terrorífico COVID? y en menos de 2 años, no una sino tres vacunas que te criaron-; sí, que en este Estado del Benestar sólo la posibilidad de perderlo todo puede hacer que nos entre el canguelo. Luego seríamos víctimas de nuestra propia prosperidad, pero sólo porque esta prosperidad la habríamos construído sobre una flagrante ausencia de valores, sobre los cimientos de la más absoluta intrascendencia, la que nos aboca a ese "todo vale", la selva en la que los egos no dejan de ponerse de puntillas, de crecer más y más hasta alcanzar unas proporciones tan grandes y tan inútiles como el desierto del Gobi.
Y ésta es una mala jugada. Con ella el Sistema nos aguijonea con continuos dardos envenenados que no hacen sino incrementar las taras en las que persistimos en enredarnos pero que, en realidad, no dejan de ser micro-conflictos, pequeños problemas- y ya sé que resulta impresentable escribir "micro" cuando nos enfrentamos a tantos muertos-, pero que bien pudiéramos solucionar si realmente importara y le interesara al Sistema pero que, por lo visto, no es así, y hace que las calamidades se prolonguen un poco más, que el miedo siga entrando en nuestros cuerpos, sin llegar a dejarnos paralizados- ¡eso nunca!: el Sistema no quiere más parálisis que las que no se ven, las que están debajo del pelo-, pero sí más desorientados que un esquimal en aquel desierto del Gobi al que antes hacía alusión.
Amigo Garzón Abad, amante de la pelota: Mikel Urrutikoetxea se despide de los frontones como pelotari profesional; pelotari y hombre respetable, por su seriedad, sobriedad, juego y comportamiento con rivales y público. Gran pérdida para Bizkaia, y para toda la pelota vasca. Le echaremos de menos al amigo Urruti, y confiemos en que el mundo deportivo tenga hueco (comentarista, manager, etc.) para un gran tipo, elegante como deportista y como persona. Ondo segi Urruti; un abrazo Quentin...
ResponderEliminarLo tenía todo. Pensé que ibas a ser uno de los grandes. Incluso le dediqué una entrada en este blog (30/5/2015: El nuevo sheriff del frontón). Sus espigados andares me recordaban al Gary Cooper de Solo ante el peligro. Por eso hablaba del nuevo sheriff del frontón. ¡Lástima esa cabeza que no deja de darnos tantos problemas!
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