Sé que posiblemente ande un poco plomazo, pero es que la verdad cada vez que escucho el Doctor Atomic, la ópera que John Adams compuso en 1987 basada en las horas previas al lanzamiento de la siniestra bomba atómica me quedo de piedra. O alucino. Y lo hago con cualquier pasaje relacionado con ella, dígase, la hermosísima aria para barítono con la que se cierra el 1ª acto de la ópera- el Batter My Heart según los versos de John Donne- que os dejo abajo con el impresionante registro de George Findley- y que ya os lo había dejado antes, creo, en otra entrada, pero ¡qué coño, repito!- o con la Doctor Atomic Symphony que escuché el otro día con la Sinfónica de Bilbao dirigida por una entregada Joana Carneiro y que me inspiró el poema que también os dejo aquí.
Sí, con lo realmente bueno, el tan necesario asombro no deja de perseguirme. ¡Bienvenido sea entonces! ¡Los ojos, siempre como platos!
PD larga,- Y reconozco la falta (imperdonable, pero que muy pronto será corregida y entonces volveremos a hablar)) de no haber visto todavía Oppenheimer, la oscarizada película del solvente Christopher Nolan, que está basada igualmente en similares premisas "atómicas" a las que cuenta Doctor Atomic, pero tan solo con que la película le llegue a la ópera a la altura del hombro... ¡¿dónde se habrá metido el canto?!, sí, porque estoy dispuesto a pegarme con él en los dientes hasta convertirlos en pura cascarilla. Pero lo dicho: hablamos.
Doctor Atomic,-
para John Adams
El doctor Atomic
continúa al aparato.
Sí, tremendo cataclismo,
el hongo atómico,
las pieles desprendiéndose
a tiras, los ojos viendo
aquello que nunca desearon ver,
aquello se cae de pura vergüenza,
como los edificios que antes
estuvieron ahí y ahora
ya no están: se han derretido.
Tremendo, y sin embargo Adams
consigue emocionarme,
y el escalofrío me conmueve.
A pesar de los 140.000 muertos.
O… gracias a ellos,
a que fueron tantos
que a ninguno
conocí ni con ninguno
volveré a cruzarme.
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