Porque hoy, y desprovisto de cualquier atuendo nostálgico, los capítulos se me aparecen, en su mayoría, muy sencillotes, ingenuos, y juguetones, por decir algo en positivo de ellos. ¡En las antípodas de los extraordinarios trabajos que, por aquel entonces, el genio inglés realizaba para la Pantalla Grande: Falso culpable, Con la muerte en los talones, Psicosis o Los pájaros: ¡casi nada al aparato!, que diría aquél.
Ciertamente, en estos casi 70 años muchas cosas han cambiado a nuestro alrededor, ¿verdad? Y las relaciones entre el Cine y la TV no serían, precisamente, una de las menores. Hoy la Pequeña Pantalla le está comiendo la tostada, cuando no se la ha comido ya toda entera y chupado los dedos, a la Pantalla Grande. El pez chico se ha tragado al grandote, que anda más liado y despistado que un pulpo en una caja de zapatos.
Cierto también que la Pequeña Pantalla es cada día menos pequeña, y que la Grande se presenta cada día menos grande (esto lo anoto literalmente), pero no sólo se trataría de un hecho que pudiera medirse con un centrímetro, sino de algo mucho más serio y complejo que competería a los propios protagonistas del enfrentamiento; es decir, a nosotros mismos, a los ciudadanos del mundo.
Porque resultaría obvio aducir que el público ha crecido. Se ha hecho mayor. Más malicioso. Más retorcido. Ya a casi nadie se le puede engañar con los "entrañables" Alfred Hitchcock presents o como a los chinos. No en vano ese país, China, y escrito sea entre paréntesis, ya tiene los dos pies sobre la vanguardia tecnológica y su amenaza, como futura alternativa a los dictados estadounidenses, ya no es ninguna broma.
Y la Pequeña Pamtalla enseguida se habría dado prisa en aprender y memorizar la lección. Claro, podríais decirme, por la cuenta que le traía. Su supervivencia como negocio estaba en juego (y esto también lo anoto literalmente), aunque, ironías de la vida y en sentido contrario, mientras esto le sucedía a la Pequeña Pantalla, contagiada por un desmedido y creciente gigantismo, la Grande no se enteraba de la fiesta. Su "tamaño" se reducía (literalmente), y sus entendederas iban a la par. ,Se encogía de hombros la Gran Pantalla y de todo lo demás: lenguaje cinematográfico, contenidos, etc. Indudablemente menguaba- como aquella inolvidable maravilla que fue El increíble hombre menguante, la película de Jack Arnold-, más y más chiquita (ahora metafóricamente) y lo que en estos días nos contaría, en la mayoría de las ocasiones, iría más bien dirigido (metáfora al canto) a los niños de teta, a los de la baba-colgando, a los inocentes que continúan abonando el precio de una entrada, con las cabezas más vacías que la nevera de Carpanta, como si fueran un remedo de aquel público inocenton que devoraba, por ejemplo, Alfred Hitchock presents.
Sí, es el mundo al revés. La tortilla a la que se le ha dado la vuelta. Y, de esta manera, las ficciones realizadas para la Pantalla Pequeña, y ahí estaría, por ejemplo, Los Soprano, darían sopas con onda a casi todas las rodadas para la Pantalla Grande, Y ahora no citaría a ninguna por no herir sensibilidades a flor de piel, para que nadie se moleste demasiado pero que, a buen seguro, muchos ya tienen presente. Ese, ¡menudo coñazo! o ¡menuda chorrada! con el que los sufridos espectadores se despachan a gusto a la salida del cine. Eso es, ¡a olvidar y otra cosa!
Claro, la Pantalla Grande convocando cada vez a menos espectadores, y la Pequeña frotándose las manos y acumulando dividendos y "pastizales". A las grandes productoras de cine de toda la vida: la Metro, la Paramount, etc., les habría cogido el toro (para mí uno de los grandes misterios económicos del siglo XXI) y les habrían sucedido las grandes productoras de televisión: Netflix (en junio de 2024 la plataforma contaba ¡con más de 270 millones de abonados!), HBO, etc., las cuales, habiendo partido de las series, sí como aquellas que Hitchcock presentaba pero adaptadas, o sea, sacando pecho-lobo, a los intereses de ese público que no dejaba de dar estirones, con progresivos, y cada vez más duros, callos en la piel y en la mollera, estarían comiéndose el pastel del audiovisual ellas solitas, sin invitar a nadie más al convite que, de esta forma avariciosa, el dulce, ¡qué duda!, siempre sabe mejor.
Por eso se podría decir que los 70 años (más o menos) que han transcurrido desde que Hitchcock nos entretuviera con sus pasatiempos y gracietas han dado para mucho. Para muchísimo. Fíjaos, para conseguir, por ejemplo, que el color blanco se convierta en negro. O que la Pequeña Pantalla sea, ahora, la verdadera Pantalla Grande.
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