El pasado 7 de enero, martes
como siempre, y sin apenas tiempo para jugar con los regalos, el mítico cineclub
FAS (¡ya con más de 60 años sobre sus hombros, pero con la misma vitalidad que
el primer día!- soy testigo) inauguró, a las 8 menos cuarto como siempre, su
nuevo curso con la revisión de la bonita película de Percy Adlon, en su momento
pronto convertida en película de culto (como el Calling You que canta en ella Jevetta Steele, y que propongo como
banda sonora de estas líneas), Bagdad
Café, de 1987. Menos mal que los fas-icos
y los cinéfilos en general pronto nos olvidamos de los regalitos (si los
tuvimos y nos los merecimos), del tiempo, y de casi todo lo que no se proyecta
sobre la también mítica pantalla del Salón de El Carmen. Y claro, la tarde del 7 en
ella flotaba Bagdad Café…: ¡un regalazo!
Aunque yo, además de
disfrutar con las imágenes de Percy (¿qué habrá sido de él?) pensaba, como
siempre, en otras cosas. Es lo que tienen las buenas películas, que mientras
las ves, piensas en ellas y, además, en otras muchas cosas pero, ¡ojito!,
siempre relacionadas con ellas, porque con las películas-coñazo también piensas
en otras cosas (irónicamente en esto se parecían los dos antagónicos tipos de
películas), pero eso sí: en ninguna relacionada con la película-coñazo y sí, en
cambio, en otras movidas que nada le atañen, como, por ejemplo, ¡esta noche la
voy a liar!, ¿vendrá Fátima a la cena con sus pantalones ceñidos?, o qué sé yo,
pero de la susodicha película-coñazo que no me pregunten ni por el título
porque el parkinson se ha adelantado unos años para darme las buenas noches.
Pero, ¿a cuenta de qué viene
todo esto?, se preguntará más de uno. Pues a cuenta de que el Arte y Cine, sí,
también con mayúsculas, o sea las buenas pelis son algo más serio de lo que
parece en un principio porque nos cogen desprevenidos, con la pierna cambiada y
si no atendemos bien a lo que nos cuentan no veremos que, en muchas ocasiones,
se adelantan a los mismísimos tiempos en que las estamos visionando.
Como si casi todas estas buenas pelis fueran, en realidad, películas de ciencia ficción.
Como si casi todas estas buenas pelis fueran, en realidad, películas de ciencia ficción.
Y ya que estamos con ella, hablo
de Bagdad Café. ¿Y no sería la película
de Adlon una premonición ¡en 1987! de los tiempos #Metoo que nos están tocando vivir actualmente?, ¿no serían dos
mujeres, una blanca, Jasmin y otra negra, Brenda (sin duda para hacerlas más
universales), las auténticas protagonistas de la historia? ¿No se habría puesto
en marcha el guión, y la trama con él,
precisamente en el momento en que el hombre, el impresentable compañero de Brenda,
hace mutis por el foro y desaparece del Bagdad
Café? ¿Y no volvería ese mismo hombre al final, sumiso y con el rabo entre
las piernas, suplicando a su mujer si podría volver con ella? ¡A lo que Brenda
contestará que, primero, deberá consultarlo con Jasmin! ¡Toma ya! ¿Y no cuenta,
en definitiva, Bagdad Café los
esfuerzos y peripecias que las dos mujeres tienen que padecer para emanciparse
como personajes y personas, para hacer, literalmente, de la magia su modus vivendi más allá de la compañía de
sus respectivas e inútiles parejas masculinas? Y sin tener, afortunadamente,
nada que ver con las Thelma y Louise de la lamentable película del otrora
interesante Ridley Scout, y realizada ésta ya cuatro años después.
No me cabe, entonces, duda
alguna de que tanto la Jasminr
como la Brenda
de Bagdad Café son las auténticas pioneras,
antecedentes e iconos de las reivindicaciones que las mujeres, puestas ya en
pie, plantean hoy en día en las redes sociales, los mass media y en las calles a nuestros gobernantes. Percy Adlon sólo
se adelantó al fenómeno… casi 30 años. Y en su día apenas se reparó en ello. Pero,
¿qué se le va a hacer? ¿No anunciaba también el expresionismo del Caligari de Robert Wiene en 1919 los
derroteros que iban a caer sobre Europa 20 años después bajo las cruces gamadas
y los brazos en alto de un tal Adolf Hitler? Tampoco casi nadie reparó en ello
entonces. Así que repito, ¿qué se le va a hacer?
Y es que sólo el Arte no cura
ni la miopía ni la sordera. Necesita de la colaboración activa de todos, de los
espectadores. Y nosotros, los fas-icos,
no vamos a cruzarnos de brazos. Casi me atrevería a decir que al contrario: ¡cuánta más
apatía e indiferencia nos encontremos, más caña, más buenas pelis que nos hagan
comernos el tarro (un poco, al menos), que nos hagan pensar (en el futuro, ¿por
qué, no?), hasta que nos salgan por las orejas! Sí, los martes, a las 8 menos
cuarto, en el Salón del Carmen, en la
Plaza de Indautxu de Bilbao, sin ir más lejos…
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