La primera de ellas la
jugaron durante casi 5 increíbles horas (en concreto, durante 4 horas y 57
minutos exactamente) Federer y Djokovic y la otra durante una hora y media (80 minutos reglamentados, OK), igualmente
memorable, Inglaterra y Sudáfrica. Y la primera la ganó Djokovic. Y la segunda,
Sudáfrica (12-32). Pero no mentiría si añadiera que eso de ganar o perder no debería
tener demasiada importancia en estas excelsas circunstancias, aunque el bueno
de Di Stéfano, QEPD, nunca estará de acuerdo conmigo.
Cierto es también que yo hubiera
preferido que Federer hubiera ganado su 9º Wimbledon, pero qué se la va a
hacer. Dice un manido proverbio que lo que no puede ser, no puede ser y,
además, es imposible. Porque, de hecho, es casi imposible jugar mejor de lo que
lo hizo el suizo durante esas casi cinco horas de partidazo. Incluso dispuso de
dos match balls. Una de ellas,
incluso, con su servicio, creo recordar (y si no que alguien, ese alguien
preguntón por ejemplo, me corrija). Pero ni aún así. Nada de nada. Y es que a
Roger, que nunca se ha caracterizado ni por su sangre fría ni por su saber
lidiar como se debe con los puntos decisivos de un partido, volvió a
encogérsele el brazo. Le sucedía con 23 años. Y ahora, con 38, el músculo se le
agarrota igual, aunque multiplicado por 2. Pero ésa fue la enseñanza que
extraje del partidazo. Y comparad si no las estadísticas de la final…
DJOKOVIC FEDERER
10
|
Saques
directos
|
26
|
9
|
Dobles
faltas
|
6
|
61 %
|
% de primer
servicio
|
65 %
|
74 %
|
Gana % en el
primer servicio
|
78 %
|
56 %
|
Gana % en el
segundo servicio
|
56 %
|
3/8
|
Puntos de
break
|
7/13
|
3
|
Tiebreaks
ganados
|
0
|
64
|
Puntos de
recepción ganados
|
79
|
204
|
Puntos
ganados
|
218
|
32
|
Juegos
ganados
|
36
|
3
|
Máximo
juegos seguidos ganados
|
4
|
7
|
Máximo
puntos seguidos ganados
|
8
|
140
|
Puntos de
servicio ganados
|
139
|
26
|
Juegos de
servicio ganados
|
29
|
… pero cuando a uno le
tiembla el pulso en las situaciones más comprometidas de la vida o de un
partidazo, por genética o capricho divino, según vaya cumpliendo años, según
vaya ganando en experiencia, el pulso le temblará más y más, contraviniendo al
sentido común y a la propia experiencia, como si ésta no contase para muchísimas
cosas pero no para esto de controlar el “parkinson”. Curioso y paradójico pero,
creedme, tan cierto como que la
Tierra da vueltas. Yo, que siempre he llevado el tema de los
exámenes y las charlas, por ejemplo, peor que horrible, a medida que me voy
haciendo viejo, ¡hostias!, lo llevo peor. Y si antes un par de sumiales me
bastaban para pasar el mal trago, hoy ya ni con dos cajas. Así que he decidido
que, en esas ocasiones, mejor me aguanto y trago saliva hasta atragantarme. Lo
paso fatal, y hasta que el cuerpo, o la cabeza en este caso, me diga, basta,
Toni.
Luego la final de Wimbledon
2019 me enseñó eso. Que no estoy sólo en el mundo de los “cagaos”, y que si has
nacido con marcadas tendencias hacia el “cague”, morirás con esas mismas
tendencias elevadas a la potencia que se te ocurra o que te marquen los años.
Pero eso sí: la final fue inolvidable: inolvidablemente injusta. Federer ganó a
Djokovic en todos los apartados del juego menos en el más importante: en el
marcador. Y esto es algo que puede y suele ocurrir en otros deportes pero, muy
raramente, en el tenis.
1
|
Novak Đoković
|
7-7
|
1
|
7-7
|
4
|
13-7
| |
|
2
|
Roger Federer
|
6-5
|
6
|
6-4
|
6
|
12-3
|
Aunque hasta en eso,
podríamos añadir, que Federer es único porque perdió siendo el mejor en la
majestuosa pista Central de Wimbledon donde, por cierto, se acabó con el 13-12 del 5º set con los interminables y absurdos sets sin tie-breaks (cualquier cosa, y cualquier partido- de tenis- no iba a ser menos, debemos saber cuándo se va a acabar).
¿Y 2020? Puede ser… Puede que
repita. Y puede que no repita. Pero pase lo que pase estemos atentos porque
seguro que Roger nos enseñará algo nuevo y útil. Es lo que tienen los maestros:
que aunque se lo propongan nunca pueden dejar de enseñar. Y sin desperdicio.
Y ahora, respecto a la otra
final qué decir. Que Sudáfrica es un fantástico equipo. Que Inglaterra venía de
derrotar a los todopoderosos All Blacks en
las semifinales y parecía que, por fin, la Copa Ellis estaba a su
alcance pero no, este año tampoco, este año les vuelve tocar esperar, porque si
por algo guardaré esta final en mi memoria deportiva 2019 es por ver jugar a un
equipo al rugby como 15 ángeles catxotas; un equipo que fue Sudáfrica, los del appartheid, los de Nelson Mandela, los
del 5º pino por aquello de las distancias kilométrica que nos separan de ellos,
los que nos repiten que en este mundo nunca hay que darse por vencidos, que la
victoria siempre puede sonreírnos y hacer que la derrota sea un símbolo de la
injusticia y que las finales, como decía Di Stéfano, no estén para jugarlas,
sino para ganarlas. Pero para ganarlas bien.
Y en eso Sudáfrica estuvo bien
sobrada de talento. El rubio, pequeño y explosivo Fat de Klerk, el almirante,
el último en abandonar el navío en caso de zozobra, Handré Pollard, el diabólico
extremo y las piernas más veloces del universo rugby, Cheslin Kolbe, el señor
al que sólo cabe tratarle de “usted” (por la cuenta que te trae), Eben Etzebeth…
y así hasta que el talento se nos salga por las orejas.
Claro que su entrenador también responde al nombre de Rassie Erasmus y, tal vez, por no desmerecer de su apellido, no se canse tampoco de enseñar. Y nosotros, de aprender con él.
Sí, creo que en 2019 me quedaré con estas dos finales. Y me imagino que me quedaré con ellas durante mucho tiempo… Mientras pueda y me tenga salud.
Claro que su entrenador también responde al nombre de Rassie Erasmus y, tal vez, por no desmerecer de su apellido, no se canse tampoco de enseñar. Y nosotros, de aprender con él.
Sí, creo que en 2019 me quedaré con estas dos finales. Y me imagino que me quedaré con ellas durante mucho tiempo… Mientras pueda y me tenga salud.
¡¡¡FELIZ AÑO!!!
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