Yo
ya había hecho antes mis pinitos con la poesía. Nada serio, pero siempre me
había gustado: Miguel Hernández, Cernuda, Neruda, José Hierro, y tantos otros.
Y como siempre me pasa, aquello que me gusta quiero hacerlo yo o, por lo menos,
probar. Así me pasó con el cine, y rodé y ruedo mis cortometrajes, e incluso
realicé una película, Lo mejor de cada casa, de la que, quizás, alguno
os acordéis porque todavía me paran de vez en cuando por la calle, y me
preguntan por ella, por dónde pueden encontrarla o cómo pueden verla. Y esto es
una gozada que no tiene precio. Y lo mismo me pasó con el ensayo. Y ahí están,
todavía dando guerra, Divino tesoro o el más reciente y arduo Cállate
la boca. O el sueño de ser algún día director de orquesta.
Pero
reconozco que la poesía es algo especial. Siempre he pensado que un país sin
poetas y sin poesía es un país a medias (y luego trataré de explicar por qué), un
país que no puede merecer mucho la pena. Porque, desde los lejanos tiempos de
Homero, en la Antigua
Grecia , el poeta siempre colocaba a sus lectores en contacto
con unos mundos que estaban más allá de sus propias miradas, de sus propias experiencias,
y cuyas acciones les habían precedido y que, por lo mismo, podrían servirles de
ejemplos a seguir… o no; y esto es, porque la trascendencia siempre habría sido
algo inherente al sentir poético.
Aunque
quizás, por esto mismo, hoy en día la poesía provoca más rechazo que nunca. Lo
trascendente no casa bien con este mundo nuestro tan pragmático, tan de plazos
cortos, y donde la “muerte de Dios”, el principal baluarte de esa
trascendencia, ya es toda una realidad desde que lo proclamara Nietzsche a
finales del siglo XIX.
Por
eso creo que sin trascendencia nos quedamos a medias y la poesía no iba ser menos.
Estoy seguro que la poesía sin
trascendencia no es realmente poesía sino un arte cojo y de muy corto recorrido,
y por todo ello cuando cumplí mis 50 años, y mezclando mis gustos poéticos con
esta trascendencia que yo pensaba tan necesaria y que pretendía rescatar
modestísimamente, me enfrasqué en escribir este libro que hoy os presento,
PÓRTATE BIEN AUNQUE SEA ABURRIDO, intentando además quitar razones a todos
aquellos buenos amigos y lectores que cuando les comentaba que andaba
enfrascado en la redacción de un poemario me contestaban enseguida, ¡pero Toni,
¿qué haces? A la poesía no la entiende ni dios; la poesía es un coñazo!
Así
que en estas me encontraba queriendo ser trascendente pero, obviamente, no un
coñazo, cuando me encontré con un poeta chileno, Jorge Tellier un excelente
poema suyo: El día del fin del mundo. Os lo leo y os cuento…
El día del fin del
mundo
será limpio y ordenado
como el cuaderno
del mejor alumno.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la
estación
y la banda del
regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca
hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines
enredados
en los alambres
telefónicos
para volver llorando a
sus casas
sin saber qué decir a
sus madres,
y yo grabaré mis
iniciales
en la corteza de un
tilo
pensando que eso no
sirve para nada.
Los evangélicos
saldrán a cantar
a las esquinas sus
himnos de costumbre.
La anciana loca
paseará con quitasol.
Y yo diré ‘El mundo no
puede terminar
porque las palomas y
los gorriones
siguen peleando por la
avena en el patio‘.
Sí estas cosas debían de ser el meollo de la cuestión,
el argumento de una poesía que, de esta manera, debía ser también poesía
narrativa, una poesía que contara cosas, aquello que vivimos y de lo que
vivimos diariamente porque los relatos sí que entendemos, y creía que esto
podía librarme del peligro de resultar un coñazo, porque la Poesía a ras de tierra, o este PÓRTATE BIEN…
por extensión, sería una poesía que se lee, que cuenta…¡y que se entiende!,
porque hablaría de cosas que a todos nos han ocurrido alguna vez, o que entran
dentro de lo posible que nos ocurran.
Y entonces a partir de ese entendimiento podríamos dar
el siguiente paso, un paso que muchas veces nos sorprende porque, de repente,
una idea, esa idea cotidiana, ese verso, esa poesía nos emociona. Y esto, la
emoción ya resulta trascendente. Es como
aquello que escribía Quevedo hablando de todos nosotros, y que tantas veces
hemos escuchado, lo de somos polvo, pero polvo enamorado. Es decir algo tan
cotidiano como el polvo, pero al mismo tiempo, algo tan trascendental como
estar enamorado, algo para lo que nos cuesta encontrar palabras exactas para
definirlo, porque sí, porque está más allá de una simple explicación, porque ni
es pragmático, ni intrascendente, ni individual, porque a todos nos atañe, a
todos nosotros nos afecta; porque es, sin duda, el amor un universal.
Por eso la universalidad, esta trascendencia obra el
milagro y hace que todos tengamos algo en común, que todos seamos parte de algo
que sí, que nos trasciende, y que todos juntos, a partir de ahí, nos guste o
no, estemos embarcados en un mismo barco, al que podríamos llamar “VIDA
HUMANA”; cada uno jugando un papel distinto, pero todos iguales; cada uno,
capitán, contramaestre, fogonero, vigía o, incluso, polizonte pero todos, seres
humanos. Y esto que parece una tontada es lo que nos debe hacer, entre
otras muchas cosas, solidarios, lo que
debe hacer que nos pre-ocupemos por los demás, que sintamos que en este mundo
nadie puede ir a su bola, y quien insistiera en esta postura sería invitado,
amablemente, a tomar un bote y dejar el barco en el que vamos todos los demás.
Y él a flotar a la deriva, tan a gusto, en solitario, hasta que las fuerzas le
aguanten. Y que sea por mucho tiempo porque desear, no deseamos solidariamente
mal para nadie. Porque si de algo estoy convencido es que el arte, y la poesía
por inclusión, si deben servir para algo, es para hacernos mejores, mejores viajeros.
Por eso, con mis 50 años encima, comprado el pasaje y
subido a este barco al que he llamado VIDA HUMANA me puse a escribir PÓRTATE
BIEN… dentro de ese programa genérico al que aludía como Poesía a ras de tierra, y por eso me convencí de que los temas de
los poemas serían los argumentos que tendría más a mano, los más cotidianos,
los que todos conocemos. Por ejemplo, ese amigo al que hace años que no veía y
que un día, sin previo aviso, se presentó en mi casa y me contó que había
estado muy jodido y que acababa de salir del hospital. Cuando entonces escribí Una forma poética de pasar por la vida,
que más o menos viene a decir que…
Ayer por la tarde vino
a casa
el Casero Comunista.
Viví con él cinco
años.
No, tal vez fueron
cuatro.
O cuatro y medio. No
lo sé.
Pero fueron los justos
y suficientes.
Yo fui su Primer
Inquilino.
Y nos hicimos amigos.
Y de esos que duran
más que los años y los
números.
Tocó el timbre y entró
como siempre.
Como si la casa fuese
suya. Y con más kilos
aunque no estropeado.
Acababa de salir del
Hospital
después de quince días
ingresado,
después de haber
tonteado con las enfermeras
y después de haberse
puesto el hígado
en condiciones de
cruzar las calles.
Hacía mucho que no
hablábamos.
Y mucho más que no nos
veíamos.
Me contó que su hijo
ya ha cumplido los doce.
(Yo le calculaba siete
como mucho).
Y que apunta maneras
pegándole a la raqueta.
Gana con cierta
facilidad a jugadores que ya tienen catorce.
¡A ver si al final me
retiro por algún lado!,
me dijo. Y entonces
nos reímos y le miré.
No había cambiado
demasiado.
Porque yo también
habré cambiado.
Y los cambios nos
hacen soñar
que seguimos siendo
los mismos.
Por su parte, idéntica
seriedad.
Como si todo fuera una
cuestión de vida o muerte.
Y sin perder la
compostura,
la juerga, el desmadre
más sano e inoportuno
(de ahí que se me haya
ocurrido eso del Casero Comunista),
asoma detrás de su
pose regia.
Aunque a mí no me
engaña.
Fueron cuatro años y
medio.
Pero fueron muchos
años.
Con los veinte en los
bolsillos
cada año que se añade
da para mucho.
Y nosotros no
aprendimos a desaprovecharlos.
Pudimos haber estado
la tarde entera charlando.
Y la noche. Hasta que se
hiciera la mañana
como tantas veces se
nos hizo
hace… ¡cuánto tiempo!
Pero en los ratos que
nos pisábamos las palabras,
cuando las frases se
quedaban colgando
a medias y la
conversación crecía
describiendo los
disparates que habíamos cometido,
ese mismo tiempo se
comprimía e inconscientemente
descubríamos que las
agujas de todos los relojes
se habían detenido
para mirarnos y
escuchar
a dos amigos que
podrían contarse sin parar
a tomarse un respiro.
Luego, al final de la
visita, nos separamos.
Tenía que visitar a un
tío,
de más de ochenta
años,
que acababa de
quedarse viudo.
Iba a hacerle la cena.
El Casero
sigue siendo un
cocinero de primera.
Y nos despedimos con
un abrazo.
Más sincero yo no
sabría darlo. Lo juro.
Y quedamos en volver a
vernos.
Y cenar los cuatro.
Él y yo y nuestras
respectivas, Gema y Paula.
Y estoy planeando
decirle a Paula que prepare
un rape al horno con
patatas panaderas.
Quizás tengamos que
regarlo
con agua destilada.
Por lo del hígado del Casero.
Pero, ¡qué coño! La
salud ante todo.
Ya nos la maltratamos
bastante en su momento.
Y, ¡ojo!, no me
arrepiento. Aunque no repito.
Además sólo el
rape de Paula ya es de cinco estrellas.
Y con patatas
panaderas.
Lo borda.
Y trato de contarlo con esa necesaria y trascendente
emoción porque a todos nos ha podido ocurrir algo similar. Y en esto consistiría
la Poesía a
ras de tierra: algo simple pero endemoniadamete complicado de hacer. Y lo
digo por experiencia ahora que lo he hecho. Pero éste ya es un problema del que
escribe. Nosotros, y ahora me cambio de lado, somos, más bien, lectores. Y esto
es más sencillo. Jorge Tellier, por ejemplo, también nos habla en su poema
sobre él mismo, sobre una experiencia que él ha vivido, Jorge Tellier nos hablaba
sobre Jorge. Aquél sería su yo poético e intransferible, pero al mismo tiempo,
al hablarnos a ras de tierra, cotidianamente,
al hacer que le entendamos, que nos emocionemos, trasciende la línea del suelo,
los huesos y la carne de Jorge, y nos habla sobre todos, sobre todos nosotros;
esto es, sobre algo que a todos nos atañe y nos incumbe, seamos CAPITANES,
CONTRAMAESTRES, GRUMETES, POLIZONES A BORDO DE LA VIDA HUMANA , DE ESTE BARCO
EN EL TODOS NAVEGAMOS.
Y así yo mismo, con este poemario que hoy os presento
aquí, en la entrañable, por muchos motivos, LIBRERÍA CÁMARA[1], con este
PÓRTATE BIEN AUNQUE SEA ABURRIDO no he querido hacer otra cosa: apuntarme, como
el más humilde secretario, a este gran consejo de la Poesía a ras de tierra donde también podemos codearnos
con Ernesto Cardenal, o Gil de Biedma o Walt Whitman o al mismísimo Pasolini,
entre otros. Todos ellos, una compañía como difícilmente podríamos encontrar y que
nunca nos dejará en la estacada. Porque son ELLOS SÍ pero, al mismo tiempo, al
hacer que sus versos pierdan ese sesgo de anecdoticidad y se trascendentalicen,
consiguen que NOSOTROS, que les leemos, nos sintamos cómplices de sus
experiencias, que podamos subirnos a ese mismo barco “trascendente”, a la
VIDA HUMANA que ponen a nuestra disposición
y dejar, con ello, la tierra firme, pero intrascendente, repleta de
chascarrrillos, eslóganes, ocurrencias que no nos llevan a ningún lado pero de
donde habríamos partido sí, aunque para aspirar a algo más, a algo más
trascendente, y que no nos dé miedo decirlo, porque ningún otro ser vivo de los
que pueblan este Planeta, puede presumir de serlo.
Eta eskerrik asko, por venir y aguantarme…
[1] Cuando se me preguntaba de
niño qué quería ser de mayor, si médico o abogado o ingeniero, yo siempre
contestaba “ser el dueño de una librería como Cámara”.
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