Sobre el arte y el cine (como siempre) contaré otro par de jugosas reflexiones; o ésa es mi intención, por lo menos.
Al arte figurativo, a ese en
que con mayores detalles todos nos reconocemos; ese que con todas las
distancias que quieran salvarse podría asemejarse a una fotografía, voy a
dejarle de lado. Cualquiera está en disposición de reconocer sus grandísimos
méritos o, ¿habría que citar, y solo pongo un par de ejemplos, al David, de Miguel Ángel o a Las meninas, de Velázquez?
Pero, ¿qué ocurre con el otro arte, con ese que ya no es tan figurativo?, ¿con el más abstracto? Y esto que escribo se me vino a la cabeza el otro día que tuve la oportunidad de visionar un espléndido documental que daba cuenta de la problemática que suscitó la entrada en los Estados Unidos del Pájaro en el espacio, del escultor rumano Constantin Brancusi.
El caso, resumiéndolo y por no provocar con ello ningún indeseado dolor de cabeza, consistió en lo siguiente. En la aduana norteamericana las obras de arte no estaban sujetas a aranceles, mientras que los productos manufacturados pagaban, religiosamente, sus tasas correspondientes, y cuando las autoridades vieron el Pájaro, de Brancusi, no tuvieron dudas al respecto: aquello era una obra manufacturada y, por lo tanto, debía pagar por entrar en los EEUU.
Brancusi, obviamente,
protestó. Su Pájaro era una
escultura. Muchos se rieron. (Ahí tenéis la fotografía, por si os apetece
opinar). Pero Brancusi insistió. Hasta el punto que su terquedad le llevó a
juicio, y el debate saló a la calle: ¿era el Pájaro en el espacio una escultura?
Porque entonces todos
asociaban el arte con el arte figurativo, y rápidamente respondieron que, por
supuesto que no. O ¿dónde coño está el pájaro en este Pájaro en el espacio? Que lo señalaran. Y claro, ninguno lo veía
por ninguna parte. Quizás, el pájaro había volado,
contestaría seguramente alguno continuando con el cachondeo.
Pero Brancusi no desistía por
las risas, y continuó defendiéndose. No era mudo el rumano, precisamente. Su
pájaro no era ningún pájaro figurativo, faltaría más, sino una representación del vuelo de un pájaro.
Luego con esta aparentemente inocua declaración, el escultor pasaba a decir, y
a atrincherarse detrás de algo mucho más importante y decisivo: el arte puede describir las ideas, sin dejar
por ello de ser arte; ahí teníamos en su obra la idea de un vuelo, por
ejemplo, y que la viera quien quisiera verla.
Con ello el arte figurativo, entendido
tradicionalmente como el único arte con probados caracteres para ser entendido
como tal, pasaba a tener un compañero, opuesto a él en formas y significados,
el arte abstracto.
Por todo ello la decisión que
adoptó el Tribunal americano en 1928 dando la razón a la postura de Brancusi y
sus abogados fue de aquéllas que dejan huella: el arte vanguardista, el arte
abstracto también merecía ser llamado arte, también merecía pasar a ocupar su
lugar correspondiente en los museos y muestras más emblemáticas del mundo
entero.
34 años después de estas
peripecias portuarias le tocó pasar por el torno de los más dogmáticos e
intransigentes al cineasta italiano Federico Fellini. En 1962 Fellini rueda su
famoso 8 ½. Y la polémica, aunque con
otros protagonistas, se reabre: servida en bandeja. ¿Qué demonios es 8 ½?, ¿qué argumento tiene? (los
figurativos siempre intentando agarrarse a algo concreto; el Pájaro de Brancusi, ¡34 años después!,
no había terminado de convencerles del todo)? Sin reparar en que el argumento
de 8 ½ era, precisamente, que no
tenía argumento; o, por decirlo más exactamente, que su argumento giraba sobre
un director de cine que no tiene un argumento concreto (¡figurativo!) para su
próxima y esperadísima película. (Incluso el tráiler, cuyo enlace incluyo aquí abajo, no tiene desperdicio)
Pero Fellini, el director de
verdad de la película, lejos de amedrentarse con estos ataques a su película, a
su falta de argumento, a la ausencia de elementos cinematográficamente
figurativos donde agarrarse (¡pobres
figurativos!), tira para adelante, sin redes que valgan (más elementos
figurativos), y rueda su película. Y creo que con un éxito que nadie debería
estar en condiciones de poner en duda.
Porque si Brancusi, con su Pájaro en el espacio, había abierto al
arte a poder ser reflejo del mundo de las ideas (un vuelo, por ejemplo, ¿cómo
reflejar un vuelo? Pues así), Fellini
con 8 ½ daba un increíble segundo paso
y dirigía una película donde no sólo el argumento era el no argumento, sino que
la misma idea era la no-idea, con lo que el arte se abre con él a cualquier
posibilidad. Con 8 ½ nada queda ya fuera del universo artístico que, desde entonces,
puede apelar a argumentos y no-argumentos; en definitiva, ser infinito.
Sí, en el 8 ½ felliniano el ½ es un ½ socarrón e irónico, porque en esa mitad cabe esa totalidad infinita. El arte puede ya tratar sobre cualquier cosa sin pedir permiso por ello a nadie.
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