Sí, Nicholas Ray es uno de los directores que me pone la piel de gallina. Lo hace con sus películas, claro. No con todas, con algunas. Y no siempre sino a veces. Pero eso es mucho decir porque no son demasiados los directores de cine de los que lo puedo decir. A la emoción son pocos los que llegan. Y yo, después de tantos años y de tantas películas, hace tiempo que he decidido juzgarlas por la emoción que consiguen transmitirme, y que yo consigo experimentar en forma, por ejemplo, de eso, de los instantes en los que siento la piel de gallina. Ésa es la mejor señal, la única que no falla: la señal de que no estoy perdiendo el tiempo; la señal de que estoy asistiendo a algo muy especial.
Sólo por eso a Nicholas Ray
se le debería eternamente un respeto, un puesto entre los más grandes
cineastas. Quizás no en lo más alto de ese imaginario y cinematográfico podium;
quizás tampoco en el segundo; ni en el tercero con la medalla de bronce que,
por otro lado, ¿para qué la querría él? Porque posiblemente su cine no sea un
cine redondo, o sea, que entre sus películas no habrá una obra maestra
absoluta, de ésas que una mayoría estaría en condiciones de colocar entre “las
10 mejores de la Historia ”.
Pero ni falta que le hace. Porque el cine de Nicholas Ray es un cine de
momentos. Y en esto no hay muchos que le puedan aventajarle, que puedan
presumir más que él de tener en su filmografía tantas escenas inolvidables,
tantos momentos de esos que te ponen la piel de gallina.
Y con ellos yo me doy por
satisfecho. ¿Cómo no iba a dármelo? ¿Alguien se acuerda de una película entera?
Pocos. Y por supuesto que yo, con mi memoria acuática, no pertenezco a ese
club. Aunque tampoco lo echo de menos. Si valoro las películas, como he escrito
un poco más arriba, por la carne de gallina, por la emoción que me produce su
visionado no necesito juzgar la película en su totalidad. Me bastan los
momentos; el mágico (e inolvidable) momento, por poner un ejemplo, en que Tracy
se despide de Alvy en la penúltima secuencia de Manhattan que es uno de esos minutos en los que si decidimos que la
vergüenza torera se vaya a la mierda nos pondríamos a llorar, y tan a gusto.
Pero ¡ojo! que con esto no
defiendo los “juicios troceados” de las películas. Porque si esa escena de Manhattan nos emociona, eso indica que
la película entera tampoco es manca y sí algo también especial. Tanto que estaría
en condiciones de afirmar que una película será tanto mejor cuantos más
momentos de esos de “piel de gallina” tenga. Porque si el todo se descompone en
partes o la película en secuencias y planos, las partes se alimentarán y
enriquecerán con la calidad del todo o de las secuencias y planos en que se
descomponga la película. Por eso si cuando Tracy le dice a Alvy aquello de tienes que aprender a confiar en la gente,
se nos forma un nudo en la garganta, otra de las formas que tiene la emoción de
manifestarse, es que la película merece la pena. Y mucho.
Y en estas lides Nicholas Ray
podría sacar pecho. Su cine se encuentra con
los instantes en su salsa. Claro que por eso es un cine hecho más con el
corazón que con la cabeza, más a tumba abierta que apalancado en un confortable
butacón junto a una chimenea, más en carne viva que en el frío metal de un
microchip.
Aunque si me ha dado en pensar
hoy sobre todo no ha sido, paradójicamente, viendo una de sus películas sino
leyendo poesía; y concretamente, el Soneto
V de Garcilaso. Lo transcribo:
Escrito está en
mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
Claro que si la poesía, y la
duda ofende, no sería emoción en estado puro ya puede venir alguien y contarme
qué coño es esto de la emoción. Y Garcilaso y este Soneto V, sobre todo, su terceto final (en negrita) me recordó ese momento inolvidable del cine de Nicholas
Ray, cuando Humphrey Bogart dice, refiriéndose a Gloria Grahame, aquello de nací cuando ella me besó, morí cuando me
abandonó. Viví unas semanas mientras me amó. Piel de gallina, sí. Y de la
buena. En un lugar solitario. 1950.
O con la famosa secuencia de Johnny
Guitar (que ésta sí al menos, reconozcámoslo, suele figurar en las listas
de… mejores westerns), en la que Johnny
y Vienna en la cocina del salón que ella regenta, a los sones de la canción de
Victor Young, y que sería toda una declaración de principios, otro de esos
momentos del cine de Nicholas Ray que sirven para explicar qué coño es todo esto
de la emoción cinematográfica a la que tanto tiempo llevo dándole vueltas. Con sus
palabras os dejo, y con un consejo: mientras leéis las líneas de diálogo
hacedlo sobre la versión que Jeanne Balibar canta de Johnny Guitar (os adjunto el enlace), y encontraréis en la mezcla más
emoción, más “piel de gallina”.
Vienna:
Se divierte, ¿Sr. Logan?
Johnny: No podía dormir.
Vienna: ¿Y eso le ayuda?
Johnny: La noche pasa más deprisa. ¿Por qué estás despierta?
Vienna: Sueños. Pesadillas.
Johnny: Yo a veces también los tengo. Con esto los ahuyentarás.
Vienna: Ya lo he probado. No me ayudó demasiado.
Johnny:
¿A cuántos hombres has olvidado?Johnny: No podía dormir.
Vienna: ¿Y eso le ayuda?
Johnny: La noche pasa más deprisa. ¿Por qué estás despierta?
Vienna: Sueños. Pesadillas.
Johnny: Yo a veces también los tengo. Con esto los ahuyentarás.
Vienna: Ya lo he probado. No me ayudó demasiado.
Vienna: A tantos como mujeres tú recuerdas.
Johnny: ¡No te vayas!
Vienna: No me he movido.
Johnny: Dime algo bonito.
Vienna: Claro. ¿Qué quieres que te diga?
Johnny: Miénteme. Dime que todos estos años me has estado esperando. Dímelo.
Vienna: Todos estos años te he estado esperando.
Johnny: Dime que te habrías muerto si no hubiera regresado
Vienna: Me habría muerto si no hubieses regresado
Johnny: Dime que aún me quieres como yo te quiero a ti.
Vienna: Aún te quiero como tú a mí.
Johnny: Gracias. Muchas gracias.
Vienna: ¡Deja de compadecerte! ¿Crees que lo has pasado mal? Yo no encontré el local. Lo construí. ¿Cómo crees que pude hacerlo?
Johnny: No quiero saberlo.
Vienna: Pues yo sí quiero que lo sepas. Por cada tabla, tablón y viga de este local…
Johnny: ¡Ya tengo suficiente!
Vienna: ¡No, vas a escucharme!
Johnny: Ya te he dicho que no quiero saber más.
Vienna: No conseguirás callarme, Johnny. Nunca más. Antes me habría arrastrado a tus pies para estar a tu lado. Te buscaba en cada hombre que conocía.
Johnny: Mira, Vienna, has dicho que has tenido una pesadilla. Los dos la hemos tenido, pero ha terminado.
Vienna: Para mí, no
Johnny: Es como hace cinco años. No ha pasado nada en este tiempo.
Vienna: ¡Ojalá!
Johnny: ¡Nada! No tienes nada que decirme porque no es real. Sólo tú y yo somos reales. Tomamos una copa en el bar del Hotel Aurora. La banda está tocando. Celebramos que nos casamos. Y después de la boda, salimos del hotel y nos vamos. Así que ríe, Vienna, sé feliz. Es el día de tu boda.
Vienna: Te he esperado Johnny. ¿Por qué has tardado tanto?..
No hay comentarios:
Publicar un comentario