Termino con esta las entradas dedicadas a las Elecciones Generales.
Han sido tres, si no cuento mal, y tres "26-J:" ya me parecen bastantes
para cualquiera; o sea que para mí que no soy excesivamente politiquero y sí excesivamente mal pensado, ni os cuento.
Me sobra con las tres.
Además las tres entradas, tal cual se quedan, conformarán así
una especie de Trilogía Electoral, y
esto de las Trilogías siempre está bien. Tienen un prestigio que no sé muy de
dónde les viene. Quizás de la Santísima Trinidad , quién sabe. Luego basta de
circunloquios sobre elecciones. Se acabaron. Cerramos el chiringuito hasta un
nuevo aviso que esperamos tarde mucho, mucho en regresar. Porque si continúo hablando
o escribiendo, como es el caso, sobre elecciones y políticos creo que, incluso,
los sordos y los muertos pudieran alzarse en justísima rebelión.
Han sido seis meses, seis, seguidos, sin parar de darle a la
sin-hueso, de teclear casi lo mismo en las mismas teclas, de monopolizar los
telediarios, las tertulias, programas de radio y redes sociales con las mismas
monsergas: promesas y promesas, declaraciones y declaraciones de todos los
candidatos fueran del signo que fueran, que si yo sí pero que el resto para
nada, encuestas y previsiones, porcentajes, leyes dom, repartos de territorios, miedos a lo que nos podría caer
encima si…, que yo, por lo menos, me he hartado, y cuando estoy harto como
cuando estoy sudando prefiero retirarme del sol y tumbarme a la sombra con un cuba-libre
fresquito. Así que con las elecciones y los políticos haré lo mismo: apartarme
a un lugar donde las palabras “urna” y “mitin” produzcan el más doloroso y
antipático sarpullido.
Porque, incluso, el panorama que nos habría quedado después de semejante batalla dialéctica no sería precisamente un panorama para tirar y que brillen los cohetes recortados contra el cielo. Vamos, que para este viaje no habrían hecho falta tales alforjas y sí, en su lugar, unas cuantas tabletas de aquellas viejas pero efectivas biodraminas; por aquello de los mareos, más que nada.
Porque, incluso, el panorama que nos habría quedado después de semejante batalla dialéctica no sería precisamente un panorama para tirar y que brillen los cohetes recortados contra el cielo. Vamos, que para este viaje no habrían hecho falta tales alforjas y sí, en su lugar, unas cuantas tabletas de aquellas viejas pero efectivas biodraminas; por aquello de los mareos, más que nada.
Lo diré como lo siento. Creo de verdad que esto del mes de
junio, y de los nos vendrán a continuación, es bastante peor y más
desmoralizador que aquello que teníamos en el mes de diciembre del pasado año. Para
ello sólo habría que reparar en un detalle. De los cuatro partidos que
enarbolaban, allá con las nieves del invierno, su euforia y su alegría
triunfalista, hemos pasado, con las bermudas y los potingues veraniegos, a unos
resultados donde de esos cuatro partidos, tres han resultado claramente
derrotados, se empeñen en contradecirnos, y en contradecir con ello a los sabios
números, cuanto les dé la gana; y el cuarto, el único partido que podría
presumir de haber ganado, tampoco debería sacar demasiado la cabeza ni hinchar demasiado
el pecho. Su victoria no recoge, ni de lejos, la debacle que los otros tres
contendientes han sufrido, aunque se empeñen estos en continuar sonriendo y
exhibiendo unas chulescas maneras que resultan, hoy más que nunca, ridículas
y con un empecinamiento difícil de entender en seres que presumen de ser
racionales.
Por todo esto el panorama después de la batalla del 26J me resulta,
cuanto menos, preocupante. El PSOE habría pasado de sus raquíticos 90 escaños a
los aún más raquíticos 85; UNIDOS PODEMOS se habría tomado al pie de la letra
eso de la unión y a los 69 escaños que obtuvo en diciembre un solitario PODEMOS
le habría añadido los 2 pelados que sacó en aquellas elecciones IU, y ahora UNIDOS,
PUEDEN sumar precisamente 71. Nunca hubo suma más exacta y deprimente, y a nada
que se coja al toro por los cuernos, sus responsables deberían agachar la
cabeza y reconocer el fracaso más absoluto.
Me quedaría CIUDADANOS, pero no me quedaría mucho más que añadir. ¿Cómo calificar el hecho de haber
obtenido 40 escaños en diciembre, y seis meses después 32? Como el 26J me
abstuve de votar, y ya que la abstención se ha disparado hasta cotas nunca antes alcanzadas (que todos se pregunten el por qué), me abstengo ahora de responder. Que lo hagan los CIUDADANOS, y se dejen
también de esas bravuconadas que sólo asustan por su patetismo.
Y me falta el ganador, por llamarle algo. El PP, sí, el ganador
ma non troppo que me corregiría un
italiano. Sumar apenas 14 escaños sobre los resultados de diciembre, después de
haberse rodeado de tanto fiasco entre sus rivales tampoco me parece como para presumir
de guapo por mucho beso y abrazo que se dediquen sus líderes.
Por eso apuntaba que el panorama después de la batalla me resulta
preocupante. Porque, siendo serios y dejando esos falsos poses de alto standing
y dignidad para otro momento, ¿quién, o qué partido o partidos, se pueden
arrogar con la moral suficiente y necesaria, con la energía del vencedor el
derecho a gobernar, y sacar, y más con las peliagudas circunstancias
internacionales que estamos atravesando, el país adelante? Todos jugaron con fuego y todos han terminado chamuscados, y de los quemados no me fío ni un pelo.
Les tenemos ahí delante. A todos. Disimulando las quemaduras y presumiendo de que no duelen. ¡Bah!Son incansables. Incansablemente tercos. Siguen copando las portadas y las entradillas de los
telediarios. Achulados y ensoberbecidos. Para pelmazos nunca habrá nadie como
ellos. Pero a modo de último consejo, y si les quedara un poco de vergüenza
torera en los cuerpos, les aconsejaría que metieran las manos en los bolsillos
y agacharan a continuación los pescuezos para recibir, sobre las quemaduras, las merecidas y sonoras toñejas
por parte de todos y cada uno de los ciudadanos por habernos aburrido tanto, y
sobre todo aburrirnos para qué, durante estos seis meses.
Entonces tal vez pudiéramos mirarles con otros ojos y ser más comprensibles con ellos. Nadie está libre de meter la pata. Cualquiera tiene derecho a equivocarse. Yo el primero. Pero por eso mismo, nada de persistir en vocingleras posiciones, en un orgullo fuera de sitio, en los puños cerrados, furiosos y en alto, en los aplausos por doquier y sí, a cambio, un poco más de humildad, de reconocerse perdedores y preguntar qué se puede hacer, de arrimar el hombro y empujar de este carro donde, nos guste o no, todos vamos montados.
Entonces tal vez pudiéramos mirarles con otros ojos y ser más comprensibles con ellos. Nadie está libre de meter la pata. Cualquiera tiene derecho a equivocarse. Yo el primero. Pero por eso mismo, nada de persistir en vocingleras posiciones, en un orgullo fuera de sitio, en los puños cerrados, furiosos y en alto, en los aplausos por doquier y sí, a cambio, un poco más de humildad, de reconocerse perdedores y preguntar qué se puede hacer, de arrimar el hombro y empujar de este carro donde, nos guste o no, todos vamos montados.
Quizás entonces este
gris y desolador panorama después de la batalla, aunque haya que colegir
que incluso esta, la batalla, ha sido más bien una batallita de críos
malencarados durante un recreo y que huele a derrota allá por donde coloques la nariz, varíe su colorido y sin llegar a lucir como el
arco iris, ¡no nos vamos a pasar, qué más quisiéramos!, sí que presente una
tonalidad más acorde con el sentido común que nos impone la tarea de afrontar
estos complicados tiempos en los que andamos metidos y que en mi caso, por lo
menos, me haga recapacitar mi próxima decisión electoral y me acerque hasta el
colegio que me corresponda para introducir en la urna una papeleta, cualquiera,
lo mismo da. Ese sí que sería un buen indicativo de que el panorama, después de
la batalla que haya tocado, ha cambiado; y huele mejor.