Tierras de penumbra, de Richard
Attenborough, el mismo director de la más célebre, más oscarizada y también más
plomiza, Gandhi, basada en una novela
autobiográfica de C.S. Lewis que no es ninguna excepción a la regla y es mucho
mejor que la película. Aunque lo que ahora me importa no es eso sino un diálogo
que podemos oir en la película y leer en el libro. Lewis, un solterón e
introvertido escritor irlandés, lleva una monótona pero cómoda existencia como
profesor de literatura en Oxford hasta el día en que conoce a Joy Gresham, una joven
poetisa estadounidense divorciada y gran admiradora de su obra, que viaja por
Inglaterra en compañía de su hijo, Douglas, de 12 años. Y a pesar de la edad y
de sus diferentes caracteres Joy y Lewis se enamoran, se casan y viven juntos unos meses
de intensa felicidad. Apenas un año, porque a Joy le diagnostican un terrible cáncer.
Y muy pronto, y ante la impotencia y desesperación de Lewis, la mujer muere. Entonces, y a lo que voy, una tarde en la Douglas pasea con Lewis por
los jardines de la
Universidad el muchacho pregunta al viejo profesor por qué
en la vida tienen que ocurrir cosas tan terribles ésta que les ha sucedido, como
la muerte de su madre. Y Lewis, sabio, estoico, pero casi tocado-y-hundido,
le contesta (y al que en ese momento no se le haga u nudo en la garganta que
levante la mano) que el dolor de hoy es
parte de la felicidad de entonces. Ése es el trato. Y pienso, claro, el trato que suscribimos sin bolis ni papeles con
la vida. Y desde que nos asomamos a este mundo. Y pienso, claro, el mismo trato al que
Kyrie Irving se refiere en el mensaje que envia a sus compañeros después de que
se confirmara la gravedad de su lesión. Quiero daros las gracias a todos por los buenos deseos, dice Irving en él. Estoy
triste por la forma en la que tengo que dejarlo, pero eso no me prohibirá ser
parte de estos playoffs junto a mis hermanos. Realmente significa mucho para mí
todo el apoyo y cariño que estoy recibiendo. He dado todo lo que tenía y no me
arrepiento de nada. Adoro este deporte sin importar lo que pase, y volveré pronto.
A mis hermanos: Ya sabéis cuál es el trato. (...).
Y el subrayado es, obviamente, mío. Porque el “trato” al
que alude Irving es, obviamente (y así lo quiero creer), el mismo al que Lewis alude
cuando habla con su hijo Douglas en estas tierras, a veces, de penumbra. Pero
también, a veces y gracias a gestos como estos de Curry, LeBron o de Irving,
tierras increíbles. Y ya sólo me quedaría quitarme el sombrero. Chapeau, Irving! Y desear que el ejemplo cunda por otras partes del planeta
(y no miro a nadie). Y en éste o en otros deportes (y sigo sin mirar a nadie).
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