Vi y escuché el otro día en la plataforma digital de Medici tv el espléndido Cuarteto de cuerdas nº2 de Benjamin Britten. Aunque lo realmente importante no estuviera tanto en qué música se interpretó como en los músicos que la interpretaban y que eran, en esa ocasión, Blake Pouliot y Stephen Waats con los violines, Teng Li con la viola y Stephen Elliott con el violonchelo.... Y tampoco exactamente con los músicos en sí mismos si no, más bien, con sus rasgos físicos porque uno era un rubiales con ciertas reminiscencias arias- Pouliot;, otro, un negro- Elliott; otro, posiblemente, y por su extrema palidez y prominentes narices, un judío- Waats y una joven oriental- Teng Li.
Pero todo esto, me atrevería a decir, también era lo de menos; sí, intrascendente. Cada músico de su pàdre y de su madre. Y punto. Y dificílmente podríamos agrupar para la ejecución de una obra- no sólo musical- a personas de aspecto y orígenes más antagónicos y, sin embargo, ningún conflicto se produjo entre ellos. El Cuarteto de Britten se deslizó por mis oídos como la seda más exquisita. El sonido que unas manos tan diferentes accionaban, y que brotaba de los instrumentos, se me antojó sublime. Sí, eran cuatro músicos como cuatro fueron los Mosqueteros, de Dumas. Sí, aquéllos de los que habéis oído alguna vez eso tan bonito de, ¡uno para todos, todos para uno!
Y esto me dio que pensar, ¡cómo no! en estos tiempos tan convulsos que nos ponen, demasiado a menudo, la piel de gallina. El mundo se agita. Parece que se resquebraja, que más bajo no puede caer, que las tropelías, que en él se producen diariamente, parecen que nunca tendrán fin. Sí, ¿ adónde demonios vamos con él; con el mundo, quiero decir?
Pero, sin embargo, el cuarteto, que vi y escuché, rezumaba paz y quietud, y perdón por la reiteración, por los cuatro costados. Era el paraíso que cantaria Lou Reed; y además, y sin contar apriori con todas las bazas a su favor; esto es, con un supuesto ario, un negro, un supuesto judío y una oriental. ¡Menuda mezcla! ¿¡Menudo cócktel molotov?! Como el prólogo de un chiste malo.
Y para nada. Porque ningún empujón se produjo. A nadie se le echó de su sitio. Ninguna mala u ofensiva expresión se escuchó. Ninguna explosión nos alteró los nervios. Sólo la fantástica música de Britten penetraba en mis sentidos y me conmovía con su maestría. Y lo pensé de seguido: ¿por qué el mundo no puede revestisrse con el espíritu de... un cuarteto de cuedas, ya que ha sido él quien me ha dado vela en este entierro?
Y para resolver este puñetero interrogante habría dado con una respuesta, tras una sesuda reflexión y que ahora paso a ofreceros en las líneas siguientes. Habla o suena el Cuarteto; un Cuarteto formado por personas, tan diferentes entre ellas como lo pueden ser sus nombres, pero que habrían acordado someterse previa y voluntariametne a una partitura común para los cuatro, el Cuarteto de cuerdas nº2 de Britten, adaptada a sus respectivas caracterísitcas o instrumentos, en este caso.
Y el sonido que se produjo entre ellos me subió al Cielo, como el título de esa excelente y casi desconocida, ¡ay!, película de Luís Buñuel. Pero, ¿dónde estaba la clave de semejante milagro?- y no me arrepiento para nada por usar semejante exageración. Y claro, la clave estaba en Britten, en su Cuarteto para cuerdas nº2, en su partitura,... claro, ¡EN LA PARTITURA!
Sí, eso es. Y es por eso que afirmo que el mundo también necesitaría una partitura en común que todos los hombres y mujeres supieran leer; en la que todos reconozcamos nuestras aptitudes y podamos, por ello, tocarla. La dificultad se trasladaría entonces hacia la búsqueda y encuentro de semejante "joya".
Porque, para qué negarlo- y a las pruebas me remito, sí, a las vacunas contra el COVID, sí, ¡porque no se descubrió una sino varias!, en cuanto los hombres y mujeres nos unimos para hacer frente a un proyecto que nos agrupa bajo un sentido o una partitura en común, salimos increíblemente bien-parados con independencia de esas cosas- ¿menudencias?- que tanto nos desunen como son las ideas políticas, los acuerdos éticos y morales, el sexo, el color de la piel, el idioma que hablamos, etc.
Entonces, si hasta aquí estamos de acuerdo, ¿qué nos pasa en esos otros aspectos que llenan nuestros telediarios y redes sociales con imágenes y mensajes de vergüenza ajena, terribles, de hacernos volver la cabeza? Y ahora ya no me cabría duda alguna sobre las razones que sostienen a estos diarios disparates: nos falta esa partituta en común, la que colocada sobre nuestros atriles personales, convenientemente adaptada a nuestras características, nos hace arrimar el hombro, tirar todos-a-una para que podamos, de esta forma, adscribirnos a un Cuarteto que se disponga a inaugurar un concierto o a una Comunidad Científica concentrada en buscar... el remedio contra el cáncer. ¿Y no sería, entonces, nuestro fallo el no saber definirnos bajo la común etiqueta de "simplemente "humanos"?, ¿y que, en su lugar, siempre nos haga falta más y más: las jodidas coletiñllas, "humanos científicos", "humanos músicos"?
Yo, y en previsión de que esta entrada me haya quedado pelín árida, os dejo a cambio con el increíble tercer movimiento (Chacona) del ya mencionado Cuarteto para cuerdas nº2, de Benjamin Britten con la ChamberMusic Society of Lincoln Center ¡Que lo disfrutéis! ¡Y que seais buenos!

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