lunes, 1 de septiembre de 2025

GAZA ME ENSEÑA A ENTENDER, POR FIN, AL III REICH

Siempre me he sentido desorientado a la hora de buscar explicaciones coherentes a lo sucedido con Alemania en el periodo aterrador que podemos situar entre los años 1933 y 1945 del pasado siglo. Que un país con semejante grado de desarrollo intelectual, social y económico alcanzara las cotas inhumanas que abrazó sin que, aparentemente, le templara el pulso, y con el resto de naciones civilizadas más calladas que una puerta, siempre me había dejado a mí, que a todo le busco una socorrida explicación, in albis, encogido de hombros y con una mueca que no dejaba lugar a la duda: ¡hala, id a preguntar a otra parte!

Pero 70 años después, que si los miramos bien tampoco son tantos años para buscar una explicación a semejante barbarie- ya sabéis, 2ª Guerra Mundial, la Solución Final, campos de concentración, 6 millones de judíos muertos y ni una concentración de protesta frente a los muros de Auschwitz, ni contra las enloquecidas consignas de Heil Hitler; sólo el humillante y persistente zumbido de las espitas de gas desmembrando a los judíos, a huesos ya sin carne para sostener sus lamentables condiciones de vida, sus espantados ojos en un océano de máxima incredulidad.

Pero la gente, como si nada: cabeza gacha, labios cosidos. Y yo no entendía. En un país donde vivían gente de la talla de Sigmund Freud, Martin Heidegger, etc. cómo se había podido llegar a tales extremos de locura, de solazarse con la sangre derramada en tan ingentes cantidades, de, en fin, de pura vergüenza ante la pertenencia al género humano.

Y sin embargo 70 años después, Gaza me ha dado, por fin, la explicación. ¿No se están repitiendo los acontecimientos?, ¿no serán ahora los propios judíos, parapetados en el Estado de Israel y con el apoyo del Tío Sam, quienes cargan contra el pueblo palestino mientras el resto del mundo civilizado protesta, sí, ma non troppo, sin rasgarse demasiado las vestiduras porque, en el fondo vivimos muy bien, y si somos sinceros, estos palestinos quiénes son, qué nos han hecho a nosotros, si siempre andan metidos en líos, que para líos ya tenemos los nuestros propios? ¿Y no serían éstas las mismas palabras que bien pudiéramos haber escuchado en el Berlín años 30, o que cruzaran fugazmente por las cabezas de esos millones de alemanes que decidieron mirar hacia el cordón de sus zapatos?

Cuando veo las imágenes de los bombardeos israelitas sobre los centros de distribución de comida frente a los que, desesperada, se agolpa la población civil de Gaza, a punto estoy de consentir que Auschwitz se nos ha quedado pequeño. Sí, esos bombardeos son una canallada a la que es imposible ponerle nombre. En mitad de una guerra, montar centros de distribución de comida para que los hambrientos palestinos se hacinen frente a su entrada y aprovechar entonces, que están todos muy juntos- sic, para dejar caer sobre ellos una hondadana de bombas, es algo que me invita a bajarme en la próxima que diría Lina Morgan, pero sin tomármelo a broma.

Porque yo no quiero seguir aquí. Quizás estos humanos me inoculen ese virus mortífero que parece que llevan en sus venas. Y, entonces, me vuelva malo, muy malo. ¡Y no quiero! Ahora que ya entiendo Auschwitz, porque la franja de Gaza me ha ayudado a entenderlo. Las discriminaciones, las injusticias, las matanzas que nos llevan a mantener los fusiles en alto continúan entre nosotros. Y parece que contnuarán mientras tengamos ojos para ver y sesos para pensar. ¿De verdad que somos así aunque nos neguemos a reconocerlo?, ¿de verdad que Dios nos habría hecho así para que hiciéramos esto? Sí, esta habría sido la respuesta que me habría chivado Gaza, la última del examen, la que nos dice cómo somos realmente, la que me invita a gritar, ¡SOCORRO!

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