Y nota que la lectura de Schopenhauer va plantando sus semillas, dejando sus huellas sobre este cuerpo abonado y abierto a todas las circunstancias posibles e imposibles. Que Arthur es un pesimista reclcitrante lo sabemos y lo sé. Lo habría escrito al principio de esta entrada. pero él lo asume e intenta no hacer de ello una tragedia. Eso me gusta de Arthur: no dejar que el mal rollo nos tuerza el gesto, vivir con él y seguir adelante, ¡valiente!
Y ya la semana pasada cayó entre mis manos aquel pasaje en el Arthur ya afirma, sin cortarse un pelo y como prueba irrefutable de que este mundo es muy jodido, que las contrareidades, la congoja, la tristeza superan en intensidad pero, sobre todo, en tiempo y duración a los instantes felices, a esos momentos que nos gustaría meter en una botella y echar un traguito de ella cada que el yu-yu amenace con acorralarnos
Porque habría que consentir que uno de los caracteres que dibuja la alegría es, precisamente, que el cachondeo, más pronto que tarde, se va a terminar. Ese brecve espacio de felicidad es, paradójicamente y aunque nos cueste reconocerlo, uno de los rasgos que más nos hacen disfrutar con ella.
Pero, ¡ay!, amigos y amigas, la tristeza no la vivimos de igual manera. La tristeza, desgraciadamente, suele ser mucho más larga, nos ocupa un mayor espacio de tiempo. De tal forma que si nadie se pregunta, cuándo voy a dejar de reírme, en cambio muchos nos hemos preguntado y, ¡ay!, muchas veces cuando voy a dejar de sentir este mal rollo que me oprime el corazón.
Sí, en este sentido y en muchos otros, Arthur se lleva la razón a su casa y nos deja con un palmo de narices... para sonar. El mundo como representación es más patético que glorioso- sólo hace falta echar un vistazo o escuhar, los avatares que vienen sucediendo estos días en Gaza, ¡con los bombardeos a los centros de distribución de comida! Si había algo que no acababa de entrarme en la cabeza es cómo un pueblo instruido como el alemán pudo permitir las escabechinas de los campos de concentración. Ahora, sin embargo, ya me entra. Y Arthur, si viviera, me echaría una mano al hombro y me consolaría recurriendo a Vonnegut, tranki, Toni, es lo que hay. Y yo le daría las gracias.
Aunque lo peor de todo aún estaría por venir porque el mundo como voluntad, el mundo en-sí, como aquel mundo que en su objetivización se viste con los ropajes de la representación, no estaría obedeciendo a otra consigna que a ésta que surge del mal rollo. Porque la voluntad manda y la representación obedece. La voluntad es amarga y la representación si es muy, muy, muy dulce, exagera. Y pronto un ceño fruncido y desorientado se dibujará en su rostro.
Pero mientras tanto, y esto lo digo yo, aquí seguimos y ni siquiera Arthur Schopenhauer va a hacer que deje de comerme el tarro y aspirar a esa Felicidad mayúscula que, unos más y otros menos, todos nos merecemos.
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