El caso es que este buen hombre siempre tenía a mano un ocurrente comentario, una respuesta chispeante que, muy a menudo, te cogía a contrapié y que a mí, que andaba más aburrido que una ostra en aquel deprimente negocio, me llevó incluso a escribir alguna de esas frases en un cuaderno donde solía apuntar cosas bajo el anodino título de "curiosidades".
Y en estos tiempos en donde parece que los desastres nos esperan a la vuelta de cualquier esquina para sorprendernos con un ¡¿muerte o susto?!, como si fuera una cruenta reedición del inofensivo e infantilón ¿truco o trato?, me viene a la cabeza una de sus expreiones más desternillantes, al menos lo sigue siendo para mí después de tantos años, aquélla con la que se despachaba ante cualquier calamidad: que vuelva Franco..., ¡pero de teniente!, solía decir y se quedaba tan ancho mientras yo no dejaba de partirme la caja. Y mil veces podía repetrise la circunstancia y la afortunada frase que mi caja siempre estaba a punto de abrirse y partirse en dos.
Así que ahora, que cuando no es el uno es el otro el que la lía o se descuelga con algún comentario de verguenza ajena, cuando se arrojan bombas como migas de pan a los patos de un estanque, cuando los incendios, ¡provocados la mayoría de ellos!, nos han dejado la piel de toro deprimentemente chamuscada y luciendo calvas a lo Kojak, cuando aún siguen coleando los destinos que les,sonreirán a los Koldo, Ábalos y demás amiguetes del "aquí-vale-todo", o la resaca de las infaustas lluvias que casi se llevan por delante al litoral valenciano, buscando a los responsables de semejante irresponsbilidad, la consigna de aquel enrañable representante vuelve a resonar en mis oídos con una fuerza e insistencia que, entre risas- aquel "por un lado tiene gracia, pero por otro maldita gracia que tiene" que escuhábamos en una ¡película de Hitchcock!- me obliga deternerme un segundo y a hacerle caso.
Porque, ¿por qué no se echa mano del Ejército en estas circunstancias tan especiales y peliagudas? El Ejército te organiza cualquier contingencia en un boleo. No en vano ellos se habrían educado en el pormenorizado aprendizaje de la peor contingencia a la que los humanos podemos enfrentarnos: la guerra pura y dura, con lo que dentro de su gravedad, episodios como la fractura del Barranco del Poyo o aquella terrible erupción del volcán canario, sería para ellos peccata minuta y apostaría a que en menos que canta un gallo, las localidades y las poblaciones afectadas estarían convenientemente organizadas y abastecidas.
Ahora bien, ¿por qué no se echa mano del Ejército más que para acciones, muy necesarias nunca lo negaré, humanitarias en el Quinto Pino?, ¿no habrá detrás de todo ello un terror atávico a que del desastre surja el "salvador del desastre", el héroe popular, el vitoreado y aclamado hasta la ronquera; sí, el Franco de teniente, y volvamos con ello a empezar no desde "cero" sino desde "mil novecientos treinta y seis"?
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