Sé que esta entradita me va a granjear desacuerdos en manada. No importa. Lo políticamente correcto nunca ha ido conmigo y con los años que llevo a cuestas no voy a cambiar ahora. Ni me apetece ver Heidi ni leer a Los cinco de marras. Prefiero enredar, buscar la boca de áquel que tenga todavía la "piñada" completa, decir "no" cuando toca decir "sí". Porque, y yendo ya al grano, un día de abril de 2024, que bien pudiera ser cualquier otro día- porque los sucesos que relato continúan produciéndose ahora sí-, los seguidores del Atlético de Madrid profirieron, durante el partido que les enfrentaba al Athletic, inequívocos chillidos simiescos dirigidos a Nico Williams, el excelente jugador de color que milita en el equipo bilbaíno.
Y sin embargo a los impresentables y despistados muchachos del Frente Atlético parecía que se les escapaba un detalle, que por evidente, me deja sin habla. Y por eso debo recurrir a confesarlo en este blog, ya que en su equipo también militan jugadores negros, como era el caso aquella tarde de Samuel Lino que corría detrás del balón con el dorsal 12 a la espalda. Todo lo cual me ha traído a mi turbia cabezota la siguiente reflexión: si en cuanto se empezaban a escuchar las primeras lindezas racistas dirigidas contra Nico, todos, y fijaos bien que escribo "todos", si todos los jugadores negros, los negros del Athletic y ¡los negros del Atlético también!, en solidaridad con su compañero de raza, se hubieran parado en mitad del césped, cruzándose de brazos y conjurándose en no dar ni sola patada más al balón hasta que los improperios cesasen, seguramente otro gallo hubiera cantado. Y¡quién sabe!, quizás hubiese cundido el ejemplo, y ante el temor de ver suspendidos los partidos antes de llegar a los reglamentados 90 minutos, los voceras de turno hubieran decidido callar para siempre. Sí, quién sabe. Pero por probar nada se pierde. Porque tengo el pálpito de que la actitud que acabo de describir daría más que algún jugoso resultado. Sí, uno mucho más importante, de esos que no suben al marcador, y sí que se inscriben en nuestras más civilizadas conductas. Y así, el "¡negro-maricón!" quedaría encriptado en las hemerotecasi como un sucedáneo de las crónicas que daban fe de la 1ª Guerra Mundial.
Pero nada de todo esto ocurrió. Y mi gozo en un pozo. Pero, ¿por qué?, ¿qué es lo que ahora va mal? Y me temo que la respuesta que voy a dar sea una de esas, a las que aludía al comienzo de esta entrada, que no sirven para granjearse ni okeys, ni amigos, ni visitas a este blog y sí, por el constrario, para ser obsequiado en su lugar con un billete en business y sin escalas al Planeta de la Mierda. Aunque lo diría, si fuera preciso, tapándome las narices porque considero que si nada de todo lo descrito pasó, una de las razones (habrá más no lo niego pero ésta, de la que dejo constancia, es una de ellas y tan válida como cualquier otra que se nos pudiera ocurrir) es aquélla que coloca a la raza negra como una de las razas más insolidarias que pisan no sólo un terrenoi de juego, ya que hablamos de fútbol, sino cualquier otro lugar de esta Tierra nuestra. Al hombre negro le cuesta Dios y ayuda juntarse con otro compañero de fatigas y proclamar que lo que les está martirizando es una flagrante e inrtolerable injusticia. Uu hombre blanco no hubiera aguantado ni la mitad y ya habría montado la de Dios es Cristo. Sólo acordémonos de Espartaco, por ejemplo.
Pero, ¡'ay!, el hombre negro no es Espartaco. Y menos todavía Kirk Douglas. Porque para plantar cara a un desmán no se junta con sus semejantes ni con Super Glu. Al negro no le gusta hacer piña, es menos comprometido, va más a su aire, y así le ha ido históricamente. Y ¿así le irá? Confío en que no aunque aún resuenen en mis oídos aquellos comentarios que un excelente amigo me confiaba después de haberse pasado un mes en Sudáfrica. Toni, me decía, en Ciudad del Cabo los negros muestran el racismo más feroz que yo haya visto nunca contra aquellos a los que llaman "colours" y que no serían sino los negros "desteñidos" que no son ni blancos ni negros, sino todo lo contrario.
Cierto es también, y me sirve de consuelo, que el otro día leí, e incluso me inspiró un poema, que lo imposible sólo es aquello que siempre llega pero lo hace con retraso, al contrario que lo posible que siempre es puntual como un Telediario. Así que, ¿por qué no soñar con que los sofocones y agresiones racistas vayan a terminar una noche en el cubo de la basura? Llegará, sí, llegará, aunque no nos impacientemos. Lo hará con retraso. Por eso hoy nos parece imposible.
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