Superando lo que había previsto en aquel mi primer ensayo o Divino tesoro, casi un ensayo contra la juventud, habría que convenir que en él me quedé corto. Porque no es ya la juvenilización sino la más flagrante infantilización por la que muchos pensadores estarían, hoy en día, echándose las manos a la cabeza.
Aunque, tal vez, no deberíamos desviarnos tanto del primer fenómeno o de la juvenilización como insistir en él con indepencdencia del paso del tiempo que, en teoría, nos debería sacar fuera y situarnos fuera de su alcance. De esta forma tendríamos que si un joven pronuncia, en la jerga de sus años, está chulo, podría considerársele guay, que está en el rollo. Y si años más tarde un hombre hecho y derecho insiste en usar en su conversación, está chulo, guay, etc. podríamos considerarle que sigue, o intenta seguir, en la onda o, y de acuerdo con la sobrevaloración de la que, en nuestros tiempos, gozaba la juventud, y sobre de la que disertaba aquel mi primer "jamacocos", una persona bien dispuesta, guapa (¡fundamental!) y arreglada a estos tiempos nuestros que corren que se las pelan; una persona, en definitiva, que merece la pena conocer y tratar, ¡y sólo por el mero hecho de hablar a la moda o de parecer joven!). Aunque, si trascurridos unos cuantos años más, ese mismo hombre, supongamos ahora con 80 años, continúa repitiéndose y nos suelta un enésimo está chulo, es guay, le apuntaremos con el dedo y diremos, sin temor a equivocarnos, al viejo se le va la chota o es como un NIÑO que aún no sabe que se ha hecho viejo.
Pero desgraciadamente en estas circunstancias infantiles nos estaría tocando vivir. No en vano vivimos entre innumerables micro-conflictos. ¿Qué es sino la rabieta de todo un Real Madrid porque a su "pequeño" Vinicius no le hayan dado el Balón de Oro? Porque no se trataría de una infantilización que apareciera retro-encadenada a una primera juvenilización- lo que, además, representaría un (imposible) retroceso (a lo Benjamin Button)- sino una persistencia, un insólito erre que erre, un seguir-siendo-niños caiga quien caiga, una resistencia a transportarnos a aquella juvenilización que se producía al margen de los años cumplidos o, hablando en plata, ser niños para siempre jamás, sin movernos del pupitre y dejando de lado, apartando de nuestro camino, de nuesro ser-siempre-niños a aquella juvenilización que nos habría tocado, simplemente por una cuestión de crecimiento natural.
Y así, tan pitxis: nos quedamos para siempre-jamás con la baba colgando, es un decir, con los calzoncillos mojados, es otro decir, renegando de la verdadera juventud que se atrinchera detrás de la barrera y nos dejará en paz abrazados una infantilización que, sólo, por sus pretensiones de eternidad, sería anti-natural. Porque, y si no fíjemonos bien, en este caso no podríamos ser consecuentes y reflexivos con lo que nos toca vivir y hacer porque nuestra razón infantil nos estaría impidiendo, precisamente, reconocernos como infantiles. Tal y como les sucede a los verdaderos niños: que no alcanzan a comprender que las razones que rigen sus actos son, necesariamente, infantles.
Y de ahí, esta segunda, y ésta sería la nuestra, concepción de la infantilización como una peligrosísima deriva de la juvenilización sobre la que ya habríamos escrito un rato. Y, entonces, retengo a ésta como una 1ª parte ya comentada, y alargo nuestra atención hacia esa infantilización que tenemos encima, y en cualquier esquina hacia la que se nos ocurra apuntar, como el verdadero emblema de nuestros tiempos que corren que se las pelan pero sin rumbo, como un niño, claro, y a lo loco, unos caracteres asociados sí con los niños de... hasta 10 años como mucho. Y luego compruebo, con un escalofrío recorriéndome la médula, cómo nuestra sociedad (¡ay!) vive y se decanta por esos derroteros. Porque aunque pretendamos y creamos que la nuestra es una sociedad que se afeita, adulta, de eso nada, ni infantil ni juvenil, ya que no conseguimos desterrar esos calificativos que se nos han adosado a la chepa y que parecen (¡ay!, ¡ay!) irnos como anillo al dedo, como a esos infantes recién salidos de la cuna: egoista-insolidario o solidario sólo cuando está de moda solidarizarse-piramidal-caprichoso-de mecha corta-terco (porque si no me enfado y ya no te ajunto)--ególatra (sólo yo y mi ego contamos)-etc. Así que mucho cuidadín, porque si después del niño ya no se espera al hombre, quizá el niño, que nunca sabe estarse quieto, recule, se eche para atrás y se transforme, entonces, en ese salvaje que tanto nos asusta. Porque, no nos engañemos, del niño al salvaje apenas si media ese pasito pa´trás.
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