Hace días (madrugada del 12 de febrero de 2024) vi la Final de la National Football League o de la NFL, en plan más breves. No me importa ahora qué equipos disputaron dicha Final ni cuál de ellos la ganó. La NFL no me importa para tanto. Pero sí que me importa, o por lo menos me da qué pensar, que el trofeo Vince Lombardi que se entrega al vencedor se entregó, y por exte orden lo levantaron ante el estusiasta griterio de sus seguidores, al Presidente y Propietario del Equipo, después al Entrenador y en tercer lugar, y antes de que lo tocasen y disfrutasen el resto de los jugadores ganadores, al Capitán del equipo campeón.
Parece una chorrada, y tal vez lo sea, pero para mí no lo es. Y al contrario creo ver en este acto protocolario una muestra palmaria de aquello que es el país, de la sangre que corre por sus figuradas venas, de sus más innegociables señas de identidad. Porque ya sabéis, si me habéis leído aunque sea por encima, lo que opino: el carácter más certero de una Nación asoma en los modos en los que el Deporte en sus fronteras. Asistiendo a un partido de la NFL, y que hablamos de ella, aprendemos más sobre los Estados Unidos, ya que allí, y no en vano, este deporte es su deporte, que leyendo la biografía de Abraham Lincoln, por ejemplo otro ejemplo.
Y así tendemos que el Empresario que ha sabido, con su dinero contante y sonante, y con los colaboradores con los que ha querido o podido rodearse y en última instancia, sí, en última instancia con los jugadores que los anteriores han querido o podido contratar, ha formado un equipo ganador: el ganador, en nuestro caso, de la NFL/2024.
Y de ahí el protocolo de entrega del trofeo Vince Lombardi que, si se piensa bien durante unos minutos, responde punto por punto a esas señas de identidad que citábamos antes y de las que el ADN norteamericano se encuentra embadurnado hasta las cartolas. Y de esta forma, el Empresario, primero; el Entranador, después y, por último, el Capitán. Y si lo analizamos con la objetividad que se destila en aquellas tierras del otro lado del charco, veremos que esa liturgia no es más que el modo más recnocible de sus verdaderos modos de ser.
Por eso, y ante todo, pleitesía al Líder- o no se llama el trofeo Vince Lombardi?. Y si hay más de uno, primero pleitesía al Líder Económico, si se me permite la fea expresión. El de la pasta, y no precisamente italiana, el que hace posible, con su cuenta bancaria, que, entre el resto de personas, puedan surgir otros líderes, aunque estos siempre por detrás de él, siempre condicionados por su mayor o menor pericia (en los negocios, sí). Claro, en los EEUU el Empresario, el Propietario manda. Él es el Jefe del cotarro, el Dueño del Equipo. Y por eso es el primero en poner sus manos sobre Vince Lombardi. Y nadie lo discute. Y todos le mirar y le admiran con la baba colgando o los dientes rechinando por la envidia. El resto son sus "muchachos", las piezas con las que ha armado esa empresa (¡otra más!) que juega al football como ninguna otra empresa del país sabe hacerlo.
Sin embargo en Europa es la Orejona, como popularmente se conoce, el trofeo que se entrega al equipo ganador de la Liga de Campeones (nada de Vince: nótese la diferencia: Orejona en lugar de Vince Lombardi), máxima competición a nivel de equipos, y lo más parecido a la NFL fuera de las esferas estadounidenses. Y esta Orejona por supuesto que no le ríe las gracias ni le hace el más mínimo caso al líder, Y por eso es alzada por el capitán del equipo campeón: por un simple asalariado. Y el entrenador lo mismo: la toca, sí o no pero, en cualquier caso, como los demás miembros asalariados del equipo. Pero al Empresario, al Propietario y Dueño del equipo ni se le ve sobre el césped, ni se le espera. A lo sumo se le escapará una sonrisa, o un puño de alegría conteniido en un, por lo común, hierático Palco de Autoridades.Es como si el auténtico Líder del grupo deportivo, el Propietario no contara o no contara más que para garantizar que sus "muchachos" cobran la nómina a final de mes. Y como si eso fuera agua de borrajas. Pero es que es así: en Europa, en este lado del charco, la valoración del líder brilla por su ausencia. La pleitesía que los norteamericanos rinden a su (buena) estrella, nos suena en nuestros viejos oídos europeos, a impresentable y cobarde rendición a las órdenes del dinero. Y nosotros todo eso de agachar cabeza o plegar velas ante un rastrero billete de 500€- si es que existe (jeje)- nunca lo meteremos en el equipaje y, muy a menudo, se nos olvida (¡y qué importa!) sobre la cama.
Y es que, y con esto daré por concluida esta entrada, en el imaginario estadounidense el éxito económico siempre es una fiable pista que nos lleva hacia los Elegidos, hacia aquellos que, sin ningún mérito por su parte, han sido tocados por los dedos divinos. Por eso el Propietario es el primero en tocar a Vince Lombardi o al Trofeo que lo representa, mientras que en Europa la Orejona es tocada y levantada por todo el equipo haciendo piña. Claro, es la nuestra una tierra donde a los líderes siempre se les mira con recelo. Siempre desconfiamos de ellos. Por algo, por estos lares, hemos conocido a Napoleón, Mussolini, Hitler o Stalin. Por algo preferimos verles de lejos. En cualquier lejano e inaccesible Palco de Autoridades.
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