viernes, 31 de diciembre de 2021

PARA QUÉ SIRVE UN CINECLUB

Porque creo que, en contra de las opiniones más agoreras, la utilidad hoy en día de un cineclub es mayor de la que ha podido ser en cualquier otro momento de estos más de 100 años que el cine lleva entre nosotros. A simple “leída” puede parecer un poco descabellado este comentario, incluso producto de una mente alucinada por el más efectivo de los opiáceos. Pero trataré de defenderme. Como gato panza arriba, si es preciso.

Aunque confío en que no haga falta. Los gastos no me gustan. Al contrario, me asustan. No comparto su terco silencio. Claro, yo que hablo por los codos. Por eso espero que no necesite enseñar las uñas y, simplemente, pueda recurrir a un comentario en este mismo blog, en el que disertaba  sobre I vitelloni, de Fellini y escribía, entre otras cosas, “Ved o volved a ver La strada”.

Porque ésa es una de las más preci(o)sas utilidades de un cineclub: conseguir que mientras vemos una película, al instante ya estemos pensando en ver o volver a ver otra. Porque, a diferencia de las salas comerciales al uso, el cineclub predispone a los espectadores que entran en él, y se van a enfrentar a la película que esa tarde se proyecta, a un cierto y sagrado ejercicio de “comerse el tarro”, por decirlo en plata.

Porque los espectadores, arrellanados en sus butacas, aparte de haber dejado atrás y para otro momento, las palomitas y demás chupitangas, han colocado, incluso inadvertidamente,  sus mentes en modo “cineclub”, en el más saludable modo de… pensar. Pensar en lo que la película me aporta en este instante, desentrañar porqué ese plano o esa secuencia están diseñados de esa manera y no de otra diferente, en qué fragmentos de cine me vienen a la memoria ahora mientras veo éstos otros, por qué los relaciono, por qué el uno me pone la piel de gallina y un nudo en la garganta, y los otros me emocionan también sí, pero no tanto. Y de esta forma, hasta extraviarme en un larguísimo etc.

Por eso escribía al principio de esta entrada que la utilidad de un cineclub es, hoy por hoy, más fundamental que nunca cuando pensar está más pasado de moda que las maracas de Machín . O si no, que alguien me “chive” otra actividad que nos ayude a eso, a pensar y con ello y,  por si esto fuera poco, nos ayude también a disfrutar… Sí, no veo ningún dedo levantado… Así que, estando ya en familia, os diré que yo mismo después de I vitelloni, volví a ver La strada; y no contento con “E`arrivato Zampanó!” escuché, después, en youtube la Suite que Nino Rota compuso para la película. Toda una sobredosis de emoción en vena. Una gozada.



Así que, ¿todavía alguien se atrevería a sostener que un cineclub no vale para nada, que está apolillado? Porque para que nadie se quejara daría, todavía, un paso atrás. A chulo nadie nos va a ganar. Y admitiría “pulpo” como animal de compañía. Porque el cineclub estaría tan desgraciadamente apolillado como lo está ese darle “vueltas al tarro” durante estos tristes días en que, “gracias” a los mass media, a las redes sociales, tenemos tantísimos datos entre las manos que hasta se nos olvida pensarlos. Vaya, que sólo “sabemos” recitarlos como un interminable (y este sí, viejo) listín de teléfonos, desconociendo las relaciones que existen entre esos números y los “diálogos” que podemos establecer entre ellos y, sobre todo (the last but not the least), las metaenseñanzas (¡toma ya!) que podemos extraer de estas relaciones.

Y si esto, en estos tiempos huecos como el tronco de un alcornoque,  no es “valer-para-algo”, que baje Dios y nos lo diga a la cara mientras yo os deseo,

URTE BERRI ON!!!

😄

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martes, 28 de diciembre de 2021

EL CONDE DE MONTECRISTO HIGHLIGHTS

 Acabo de terminar de leer El conde de Montecristo, la famosa e increíble novela de Alexandre Dumas. Han sido casi 3 meses, 1138 páginas (Random House Clásicos Universales) ¡que se me han hecho cortas!,  embebido en el más puro placer de la lectura, ya que el libro es inagotable en cuanto a inabarcable y, como todas las obras maestras, imperecedero.

Y ya que muchos continuarán creyéndose eso de que El conde…  no deja de ser, como mucho, un aceptable ejemplar literatura juvenil, como si ese “sobrenombre” no fuera una más de las ocurrencias de una crítica literaria empeñada,  únicamente, en vender-y-vender-más-y-más, postrada a los pies de los grandes y fríos emporios culturales, aquí pretendo yo sacar a colación algunos de los highlights más memorables de la novela, en la creencia (¡ay, pobre de mí!) de que algunos de los lectores de esta entrada se muestren (más o menos) de acuerdo conmigo o echen marcha atrás, despejen sus cabezas de telarañas y lugares comunes y se animen a entrar en una librería y compren la novela de Dumas, con la promesa, por mi parre, de que ése será con seguridad uno de esos momentos que marcará para bien el resto de sus vidas.

Así que empecemos, y ¡cuánto antes! (los números entre paréntesis corresponden a las páginas de la mencionada Edición que he estado manejando):

Ya en la nota introductoria de Constantino Bértolo leemos (7): “Gramsci vio en el conde de Montecristo la figura de un precursor del Superhombre nietzcheano. Su interpretación denunciaba el origen folletinesco de los aires de superioridad de Benito Mussolini. Umberto Eco interpreta la novela dentro de la tradición de la literatura del consuelo que caracteriza a la literatura popular en el doble sentido del término. Popular de pueblo y popular de consumo masivo. Eco advierte sin embargo que en El conde de Montecristo esa doble acepción cohabita, se mantiene y evita su caída en la simple “narratividad degradada” que se produce cuando popular ya solo es sinónimo de éxito comercial”.

En su diálogo con Dantés,  el señor Morrel, el naviero para cuya casa trabaja, reconoce aludiendo a Napoleón (15): “ Dantés, si decís a mi tío que el emperador se ha acordado de él, le veréis llorar como un niño”.

Y más adelante Dantés responde (16): “Mi padre es demasiado orgulloso, señor Morrel, y aunque hubiera carecido de lo más necesario, dudo que hubiera pedido nada a nadie, excepto a Dios”. Y (21): “Nunca se está en paz con los que nos hacen un favor- dijo Dantés-; porque aunque se pague el dinero, se debe la gratitud”.

Calderousse, uno de los personajes, junto a Villefort, Danglars y Morcef, que traiciona a Dantés enviándole al penal de la isla de If apunta (37): “¡Cuando pienso- observó Calderousse, dejando caer su mano sobre el papel- que con esos medios se puede matar a un hombre con mayor seguridad que en un camino a puñaladas! Siempre tuve más miedo a una pluma y a un tintero, que a una espada o a una pistola”.

Una gran verdad (40): “(…) pocas veces la elección de un jefe está en armonía con los deseos de los subordinados”.

Dantés apunta (42): “El caso es- dijo Dantés-, que soy en este momento demasiado feliz para estar alegre.”

Danglars confirmando ante Calderousse la traición de Dantés (49): “(…) al igual que los arlequines, dije la verdad cuando bromeaba”.

O refiriéndose a Napoleón (50): “(…) aquél a quien cinco años de destierro debían convertir en un mártir, y quince de restauración en un dios”. Y más (50): “(…) después de haber oído gritar ¡Viva Napoleón! por ciento veinte millones de vasallos en 10 lenguas diferentes era tratado allí como un hombre perdido para Francia y para el trono.”  Y más, ahora en boca de Villefort (52): “(…) dejo a cada cual en su puesto: a Robespierre en la plaza de Luis XV sobre el cadalso; a Napoleón, en la plaza de Vendome sobre su columna; con la diferencia que uno ha creado la igualdad que abate; el otro, la igualdad que eleva; el uno ha puesto a los reyes al nivel de la guillotina; el otro ha elevado al pueblo al nivel del trono.” Y más Villefort (52): “(…) Dios puede cambiar el porvenir, mas no el pasado”. (62): “(…) era dichoso, cosa que trueca en buenos a los hombres malos. Y todavía (62): “(…) le sonreía también como su pensamiento.  Y después (63): “(…) como si quisiese penetrar ese velo impenetrable que cubre en el corazón los secretos que no suben a los labios”.

En el presidio de la isla de If (68): “(…) uno de esos pasadizos sombríos que hacen temblar a los que por ellos pasan, aunque no tengan por qué temblar”.

Cuando anteriormente se ha conducido a Dantés al penal de If no puedo dejar de recordar la detención de Henry Fond en Falso culpable (1956), de Alfred Hitchcock. También Henry Fonda mirará asustado y sumiso desde las ventanillas del coche policial ese mundo cercano pero que a la vez se va alejando irremisiblemente de su presencia. O leed (69): “Quiso Dantés hacer algunas observaciones pero la portezuela se abrió, sintiéndose empujado para que subiese, y como no tenía ni posibilidad ni intención de resistirse, hallóse al punto en el interior del carruaje, sentado entre los dos gendarmes. Ocuparon los otros dos el asiento de la delantera, y el pesado vehículo se puso en marcha, causando un ruido sordo y siniestro.

El preso dirigió sus ojos a las ventanillas, pero todas tenían rejas: no había hecho sino mudar de prisión; solamente que esta se movía, transportándole a un sitio por él ignorado. A través de los barrotes, tan espesos que apenas cabía la mano entre ellos, reconoció Dantés que pasaban por la calle de la Tesorería, y que bajaban al muelle por la calle de San Lorenzo y de Taramis”.

Y luego (70): “Sus ojos, acostumbrados a las tinieblas como lo de todo buen marino, devoraban la oscuridad y el espacio”. Y más (73): “(…) una sala casi subterránea, cuyas paredes negras y húmedas parecía que sudasen lágrimas”.

Sobre Danglars (82): “(´´´) uno de esos hombres calculistas que nacen con una pluma detrás de la oreja y un tintero por corazón.”

El padre de Villefort dixit (98): “Todos los días te encuentras en el Sena cadáveres de desesperados o de personas que no saben nadar”. Y más adelante (98): “… en política no se mata a un hombre, sino se allana un camino”.

PRIMERA PARTE. EL CASTILLO DE IF. CAPÍTULO XII LOS CIEN DÍAS (102). Inciso: los 100 días comprenden desde el 20 de marzo de 1815, fecha del regreso de Napoleón a París desde su exilio en la  isla de Elba, hasta el 8 de julio de 1815, fecha de la segunda restauración de Luis XVIII como rey de Francia. Y son, desde entonces, estos 100 días, el periodo que los gobiernos se toman para evaluar el resultado de sus primeras resoluciones.

Sobre Dantés (107): “ (..)  olvidado, si no de los hombres, de Dios al menos”.

Dantés dixit (113): “ Diecisiete meses de cárcel para un hombre acostumbrado al aire del mar, a la independencia del marino, al espacio, a la inmensidad, a lo infinito; caballero, diecisiete meses de cárcel es el mayor castigo que pueden merecer los crímenes más horribles del vocabulario humano”.

El abate Faria, compañero de presidio de Dantés, habla con el inspector de la prisión sobre Napoleón (115): “(…) como Su Majestad el emperador había creado el reino de Roma para el hijo que el cielo acababa de darle, supongo que siguiendo el curso de sus conquistas, haya realizado el sueño de Maquiavelo y de César Borgia, que era hacer de Italia entera un solo y único reino”.

Y más tarde el inspector contesta al gobernador del presidio, hablando del abate Faria y de las supuestas riquezas que éste posee (117): “- Si realmente fuera tan rico, no estaría preso- añadió el inspector con la sencillez del hombre corrompido”.

Dantés por el abate Faria (119-120): “Hablar con un hombre, aunque no le respondiese, había llegado a parecerle una gran felicidad. Hablaba para escuchar su propia voz, pues cierta vez que ensayó a hablar a solas, su voz le dio miedo.”

 Y luego (122): “(…) hoy la muerte me sonríe como una nodriza al niño que va a amamantar”. Y más (125): “(…) su cerebro, flotante como un vapor, no podía condensarse para concebir una idea”.  Y (127): “(…) con la esperanza había recobrado la paciencia”. (133): “Las quejas exhaladas en común son casi oraciones; las oraciones en común son casi himnos de gratitud”.

En el penal de If, el abate Faria a Edmundo (140): “(…) al hombre, por el contrario, le repugna la sangre, y no creáis que son las leyes sociales las que prohíben el asesinato, no, que son las leyes de la Naturaleza”.

 Y luego (140): “(…) hay ideas que brotan del cerebro e ideas que brotan del corazón”.

Más del abate Faria a Edmundo (148): “Todas las letras escritas con la mano derecha son varias, y semejantes todas las escritas con la mano izquierda”. Faria y Edmundo (153): “-(..) Aprender no es saber, de aquí nacen los eruditos, los sabios, la memoria forma a los unos y la filosofía a los otros. – Pero, ¿no se puede aprender la filosofía?- La filosofía no se aprende. La filosofía es el matrimonio entre las ciencias y el genio que las aplica. La filosofía es la nube resplandeciente en que puso Dios el pie para subir a la gloria”.

Quizás éste no sea para tanto, pero para mí es una debilidad y una premonición al recordarme a la muerte de Rutger Hauer en la mítica Blade Runner: la despedida que el abate Faria pronuncia ante Edmundo en el penal de If (173): “(…) Decididamente Dios se acuerda de vos, os da más que os quita, pues ya es tiempo de que yo muera”. La muerte del abate Faria (176): “(…) y aunque sus ojos seguían abiertos, ya no miraban”. Y más (176): “Pronto acudieron los otros carceleros, se oyó después ese paso regular y sordo que usan los soldados, aunque no estén de servicio”. Y por fin (179): “Faria, su útil y buen compañero, a cuya presencia tanto se había acostumbrado, no existía ya más que en su memoria”.

Descripción del castillo de If (187): “El sombrío edificio se recostaba entre las olas con esa imponente majestad de las cosas inmóviles, que parece que tengan ojos para vigilar y acento para ordenar”. En prisión (188): “Cuando Edmundo en una especie de delirio, ocasionado por su abatimiento y el vacío de su inteligencia”.

Sobre el Genovés, personaje al que Edmundo engaña cuando huye de prisión (195): “¿Quién sabe, además, si el genovés era uno de esos hombres que tienen bastante talento para no saber nunca más que lo que deben saber, ni creer nunca más que aquello que les importa creer?

Dantés, herido en una escaramuza (198): “Sonriendo había arrostrado el peligro, y al recibir el balazo había dicho como aquel filósofo de Grecia: “Dolor no eres un mal””.

Dantés, lleno de tribulaciones,  sueña antes de ir a la isla de Montecristo donde, supuestamente, se encuentra el tesoro del que le ha hablado el abate Faria (201): “El tesoro desaparecía, el tesoro había vuelto a ser propiedad de los seres de la tierra, a quienes tuvo esperanzas de quitárselo”. No puedo dejar, leyendo este pasaje, de pensar en el wagneriano oro del Rhin. Y más (204): “Así aquel hombre, que tres meses ante sólo aspiraba a la libertad, no tenía ya bastante con la libertad, y ambicionaba las riquezas. La culpa no era de Dantés, sino de la naturaleza, que haciendo tan limitado el poder del hombre, le ha puesto deseos infinitos”.

Dantés ha encontrado el fabuloso tesoro (218): “Se apretó un instante la cabeza con las manos, como para impedir a la razón que se le escapara. (…) murmurando una oración, inteligible solo para el cielo”.

Calderouse le habla sin reconocerle detrás de su disfraz de abate (246): “(…) os juro por la salvación de mi alma y por mi fe de cristiano, que os lo he contado tal y como pasó, y como el ángel de los hombres lo repetirá al oído de Dios el día del Juicio Final”.

Cuando Dantés como Montecristo regresa a la vieja casa de Morrel, el naviero y su antiguo empleador (253): “(…) hallara a primera vista un no sé qué de triste, un no sé qué de muerto”. Y más adelante sobre uno de los nuevos empleados de apodo Cocles: “(…) apodo en fin, que había asumido tan por completo su propio nombre, que según todas las posibilidades no habría vuelto la cabeza si le llamaran por aquel”. Y sobre el propio Morrel (255): “(…) su mirada, en otro tiempo tan firme, era a la sazón irresoluta y vaga, como si temiera a cada momento verse obligado a bajarla ante una idea o ante un hombre”. Y Morrel comenta  durante la conversación (257): “(…) en el comercio no hay amigos, sino socios”. Y añade sobre uno de sus barcos del que no tiene noticias (258): “Casi tanto temo saber noticias sobre mi bergantín, como estar en incertidumbre…la incertidumbre encierra algo de esperanza”.

Penedón, uno de los  empleados de Morrel, le habla sobre su último viaje (262): “(…) estuvimos tres días sin comer ni beber…, como que ya hablábamos de echar suertes a ver a quién le tocaba servir de almuerzo a los otros”.

En otro momento (270): “(…) no es necesario conocer el peligro para tenerlo”.

Y otro pasaje (273): “Morrel hizo un movimiento para arrojarse a los pies de su hijo, que se lo impidió abrazándole, con lo que aquellos dos corazones nobles confundieron sus latido”. Y otro (298): “Al fin la barca tocó a la orilla, aunque sin violencia, sin sacudidas, como toca un labio a otro labio”. Franz, prometido de la hija de Villefort, embriagado por los vapores del hachís en una de las grutas de la isla de Montecristo (299): “Entonces le pareció que las tres estatuas habían fundido sus amores en uno para un hombre solo, y que ese hombre era él y que se acercaban a su lecho envueltas en largas túnicas blancas, desnuda la garganta, destrenzados los cabellos, con una de esas actitudes que seducían a los dioses, pero que los santos resistían.  (…) y después cerrados sus ojos a las cosas materiales, se abrieron sus sentidos a las fantásticas”. Cuando Franz despierta (300): “Imaginóse en un sepulcro, donde apenas penetraba un rayo de sol como una mirada compasiva”. Y más adelante (301): “(…) no dejó de examinar ni un solo pie de aquella muralla granítica, impenetrable como el porvenir”.

A Franz le hablan sobre los bandidos que rondan la ciudad (315): “Las leyes de los bandidos son en cuanto a eso terminantes: una joven pertenece al que la ha raptado, después a cada uno por suerte, y la desgraciada sirve para los placeres de toda la compañía hasta que la abandonan o muere”.

Edmundo Dantés, el conde de Montecristo, rumiando su terrible venganza. Tampoco puedo dejar de pensar en El secreto de tus ojos, la película de Campanella (356): “(…) por un dolor lento, profundo, infinito, eterno, devolvería, si era posible, otro semejante al que me habrían hecho: ojo por ojo, diente por diente, como dicen los orientales, nuestros maestros en todo, esos elegidos de la creación que han sabido formarse una vida de sueños y un paraíso de realidades”.

Sobre la crueldad aún adherida a la sociedad francesa del XIX (361): “(…) en torno a la guillotina, un espacio de cien pasos de circunferencia. El resto de la plaza estaba abarrotado de hombres y de mujeres. Muchas de estas sostenían a sus hijos sobre sus hombros, y esos niños que dominaban la turba, estaban admirablemente colocados”. Y sobre uno de los reos ajusticiados (362-363): “(…) todo su ser parecía obedecer a un movimiento maquinal en el cual no entraba ya para nada su voluntad”.

Una enseñanza (381): “(…) la vida. Es verdad que el hombre no ha encontrado hasta ahora más que un medio de transmitirla y ese medio se lo ha dado Dios, pero, en cambio ha descubierto mil medios para quitarla, aunque también es verdad que para tal operación el diablo le ha ayudado un poco”.

El conde de Morcef (440): “(…) porque cuando como yo, se han ganado las charreteras en los campos de batalla, no se sabe maniobrar sobre el resbaladizo terreno de los salones”.

Detalle del conde de Montecristo (441): “(…) respondió Montecristo con una de esas sonrisas que jamás podrá copiar un pintor, y en vano tratará de analizar un fisiólogo”.

Morcef, hijo (446): “El joven, en pie delante de ella, la miraba con ese amor filial más tierno y afectuoso en los hijos cuyas madres son aún hermosas”.

Cuenta Bertuccio, uno de los fieles sirvientes del conde de Montecristo (462-463): “Aunque no hubiese visto nunca el rostro de Villefort, le reconocí por los latidos de mi corazón. (…) ya sabéis, o más bien no sabéis, señor conde, que el que espera el momento de cometer un crimen cree siempre oír gritos en el aire”. Bertuccio cree haber matado a Villefort (463): “Yo sentí su sangre saltar humeante y ardiente sobre mis manos y sobre mi rostro, pero estaba ebrio, deliraba. En lugar de quemarme la sangre me refrescaba”. Bertuccio recoge y abre un cofre que Villefort iba a enterrar (464): “Entre unos paños de finísima batista estaba envuelto un niño recién nacido. Su rostro de color púrpura y sus manos de color de violeta, anunciaban que debió sucumbir por una asfixia producida por ligamentos naturales arrollados alrededor del cuello. No obstante, como aún no estaba frío, procuré bañarle con el agua que corría a mis pies. En efecto, poco después creí sentir un ligero latido hacia la región del corazón. Desembaracé su cuello del cordón que le rodeaba y como había sido enfermero en el hospital de Bastia,  hice lo hubiera hecho un médico en mi lugar, es decir, le introduje aire en los pulmones, y después de un cuarto de hora de inauditos esfuerzos, le vi suspirar y oí escaparse un grito de su pecho”.

La Caronte, mujer de Calderousse, habla con Joannés, un experto platero (475): “- ¿Y a los ladrones?- preguntó la Caronte- Ahora durante la feria no está el camino muy seguro. - En cuanto a los ladrones- dijo Joannés-, estoy preparado contra ellos. Y sacó de su bolsillo un par de pistolas cargadas. Veo que tenéis- dijo- un par de cachorros que ladran y muerden al mismo tiempo”.

Un paréntesis (479): “En ese momento la moribunda llama encendió un leño seco que antes olvidara”.

El conde de Montecristo recibe una visita (487): “La mirada de ese hombre era viva, pero astuta. Sus labios, tan delgados que más bien parecían entrar en su boca que salir de ella”. Luego habla con Bertuccio: “(…) todo está siempre en venta para quien lo paga bien”.                              

Danglars dice conversando con el conde de Montecristo (494): “(…) lo vago es la duda, y según dice el sabio, en la duda, abstente. Y después (494): “- Digo un millón- repitió Danglars con el aplomo que da la insensatez. Y más y, luego, responde el conde (496): “- (…) no soy aficionado a la escuela moderna.- Es verdad, caballero, porque todos adolecen de un gran defecto: les falta tiempo para ser antiguos”.

Apuntes en el capítulo llamado Ideología en boca del conde de Montecristo en diálogo con Villefort(508): “(…) estímate a ti mismo y serás estimado por los demás. Axioma más útil cien veces en nuestra sociedad que el de los griegos: Conócete a ti mismo, sustituido en nuestros días por el arte menos difícil y más ventajoso de conocer a los demás”. (510): “(…) las invenciones humanas marchan de lo compuesto a lo simple, que es siempre la perfección”. (511): “(…) los hombres que Dios ha creado superiores a los empleados de los ministros y de los monarcas, encargándoles que cumplan una misión, en vez de desempeñar un empleo”. (513): “(…) no me paralizan ni me detienen los escrúpulos que detienen a los poderosos o los obstáculos que paralizan a los débiles”. (514): “(…) Satanás bajó la cabeza y lanzó un suspiro: “Te engañas- dijo-, la Providencia existe, pero tú no la ves, porque, hija de Dios, es invisible como su padre”. (…) –Decís que no teméis más que la muerte. – No es que la tema, sino que solo ella puede detenerme. - ¿Y la vejez? – Mi misión se habrá cumplido antes de que llegue a viejo.”

Y ahora el conde de Montecristo hablando con la señora Villefort (546): (…) el hombre no será perfecto hasta que sepa crear y destruir como Dios. Ya sabe destruir, luego tiene andado la mitad del camino”. Y sigue (548): “Pero si pasando de palabra al sinónimo, hacéis una sencilla eliminación, en lugar de cometer asesinato innoble, si apartáis pura y sencillamente de vuestro camino al que os incomode, y eso sin choque ni violencia, sin el aparato de esos padecimientos que hacen de la víctima un mártir y del que obra un carnicero, entonces os liberaréis de la ley humana que os dice: “¡No turbes a la sociedad…!”

El vizconde de Morcef y el conde de Montecristo asisten a la ópera (561): “- (…) una música muy hermosa, para ser compuesta por un compositor humano, y cantada por pájaros sin plumas, como diría Diógenes. - ¡Ah!, querido conde, ¡parece que pudierais oír cantar los siete coros del Paraíso! – Así es en efecto. Cuando quiero oír música admirable, vizconde, como ningún mortal la ha oído, duermo. – Pues bien, querido conde, ¡dormid! La ópera no se ha inventado para otra cosa”.

Diálogo entre Valentina, hija de Villefort, y Maximiliano Morrel, su pretendiente (597): “-¡Como si las mujeres fuesen muy justas las unas con las otras! – Porque casi siempre hay pasión en nuestros juicios”.

Un apunte que suelta un empleado del telégrafo (630): “(…) no tengo responsabilidad. Soy una máquina, y con tal que funcione, no me piden más”.

Otro pequeño detalle (636): “(…) ese olor desagradable que se puede llamar olor de tiempo”.

El conde de Montecristo dice (644): “(…) habiendo llegado a cierto grado de fortuna, nada es más necesario que lo superfluo”.

Villefort habla con el conde de Montecristo (652): “- Sí, señor conde- respondió este con un acento que nada tenía de humano”.

Danglars y su mujer (668): “Danglars no la miró, aunque ella hizo todo lo posible por desmayarse”.

Villefort dice (678): “¡(…) nuestros pasos por esta vida se asemejan a la marcha del reptil sobre la arena y dejan un surco! ¡Ay! Para muchos este surco es el de sus lágrimas”. La señora Danglars contesta (679): “… pero vos, ¿qué tenéis que temer en todo eso, vosotros los hombres a quienes el mundo disculpa todo, y a quienes el escándalo ennoblece? Pero Villefort (679): “Vosotras, al contrario, rara vez sois atormentadas por los remordimientos, porque rara vez sois las que decidís; vuestras desgracias os son impuestas casi siempre; vuestras faltas son casi siempre la culpa de otro”. Luego añade (666): “- ¡Oh!, la maldad de los hombres es muy profunda- dijo Villefort-, puesto que es más profunda que la bondad de Dios”.

Maximiliano a Valentina (730): “(…) todo parece creíble al condenado a muerte”. Y más tarde (732): “- Pues bien, ¿estás contento de tu mujer? - ¿Mi querida Valentina, es tan poco decir que sí! – Pues dilo siempre”. Y después en una carta escrita por la propia Valentina (733): “(…) Dios es insensible como los hombres”.  Sobre Maximiliano (735): “El demonio que le había soplado al oído este pensamiento”. Y luego (741): “(…) las dos pasiones humanas más fuertes: el amor y el miedo”. Y Maximiliano y Valentina (743): “(…) los dos vacilaban en romper aquel silencio que parecía ordenado por la muerte, que se hallaba en algún rincón, con el dedo índice puesto sobre los labios”.

El viejo, parapléjico y afásico Noirtier, padre de Villefort (748): “Una sonrisa iluminó el rostro del anciano, sonrisa extraña. Como es la de los ojos de un rostro inmóvil”.

Franz d´Epinay a Beauchamp, periodista (752): “Los asuntos políticos os han acostumbrado a reíros de todo y a no creer en nada”.

Un apunte (766): “Noirtier miraba a Villefort con una expresión casi sublime de desprecio y de orgullo”. Y otro sobre París (770): “(…) una sociedad parisiense, tan fácil en recibir a los extranjeros, y en tratarlos, no como lo que son, sino como lo que quieren ser”. Y otro (770): “El mal inútil y sin causa repugna como una anomalía”.

Morcef al conde de Montecristo (782): “- (…) con vos, señor conde, no se vive, se sueña”. Y Haydée, la compañera del conde de Montecristo, a Morcef: “(…) aquella larga fila de esclavos y de mujeres, adormecidas aún, o al menos así lo creía, porque lo estaba yo”. Y luego (790): “(…) ese asombro de la infancia que hace que los objetos sean mayores de lo que son”. Y Morcef (800): “- Señor conde, todos los días están sucediendo cosas que hacen que se renueven las reflexiones”. Y el conde de Montecristo ; contesta Morcef (801): “- Cuando se vive con locos, es preciso también aprender a ser insensato. - (…) ¡Estamos en una época en que se admiten tantas cosas! -Ese es precisamente el defecto de la época”.

Beauchamp recibiendo a Morcef (810): “- (…) buscad una silla. Mirad, allí veo una, junto a aquel geranio, que es lo único que recuerda que haya hojas en el mundo además de las de papel”.

Y otro apunte (814): “Valentina bajó los ojos, lo que le pareció de buen agüero a Morcef, porque ella era débil en los momentos en que se sentía dichosa”.

La QUINTA PARTE de la novela se titula La mano de Dios, lo que no puede dejar de recordarme a Maradona y al gol, quizás, más comentado de la Historia del fútbol, el que marcó contra Inglaterra durante el Mundial de México86´.

Uno de los personajes secundarios, d´Avrigny: “- ¡Oh, hombre!- exclamó d´Avrigny-, el más egoísta de todos los animales!”

Calderouse (839):”- El apetito viene comiendo”.

Sobre el conde de Montecristo (848): “(…) la lucha que muchas veces sostenía contra la naturaleza, que es Dios, y contra el mundo, que puede muy bien llamarse el diablo”.

Calderouse, again (860): “- (…) Muero con esa esperanza, y ella me ayuda a morir”. Y continúa (862): “- (…) no hay Dios, no hay Providencia, no hay más que casualidad”.

Alberto de Morcef (867): “(…) ocultaba sus ojos con las manos, como si quisiese impedir que penetrara hasta ellos la claridad del día”. Y después con Beauchamp (868): “- Tomad- dijo Beauchamp presentando los papeles a Alberto. Este los recibió con mano convulsiva, los apretó, los iba a romper, pero temiendo que el viento se llevase la más pequeña partícula, y ésta viniese un día al darle en la frente, se fue a la bujía que ardía, para encender los cigarros, y quemó hasta el último fragmento”.  Y Alberto de Morcef, again (869): “(…) el cansancio me hará bien”.

Sobre Mocef todavía (881): “Como todos los que han salido de la nada, para conservarse a la altura de la clase, tenía que observar un exceso de altivez”. Y más (882): “(…) aquella conmoción que podía atribuirse lo mismo al asombro del inocente que a la vergüenza del culpable”.

Detalle (890): “(…) aquel silencio, que parecía un sueño”.  Y sobre Haydée (890): “(…) y salió con aquel paso con que Virgilio veía marchar a las diosas”. Y otro detalle (892): “(…) todo se olvida pronto en esta gran Babilonia, donde la vida es tan agitada y los gustos cambian con tanta facilidad”.

Sobre Morrel (901): “Su voz era lúgubre, y apenas se dejaba oír entre los dientes”. Y Beauchamp sobre el conde de Montecristo (904): (…) dijo Beauchamp sin saber si tenía que habérselas con un fanfarrón charlatán o con un ser sobrenatural”. Y el conde de Montecristo a su criado Alí (906): “- Alí, mis pistolas con culata de marfil. Le trajo la caja, la abrió, y el conde se puso a examinarlas con aquella atención propia del hombre que va a confiar su vida a un poco de hierro y pólvora”.

Mercedes, la mujer con la que Edmundo Nantés iba a casarse, al propio Nantés, hoy conde de Montecristo (911): “¡Desgraciada!, he envejecido más a causa de los disgustos que por la edad, y ni siquiera puedo recordar a mi Edmundo con una sonrisa, con una mirada; aquella Mercedes que otras veces ha pasado tantas horas contemplándole”.

El conde de Montecristo habla para sí (913): “(…) es preciso que ese miserable de Morcef, y un Danglars y un Villefort no se figuren que la casualidad les ha libertado de su enemigo. Sepan que la Providencia, que había decretado ya su castigo, ha variado, pero que les espera en el otro mundo, y solamente han cambiado el tiempo por la eternidad”. Y ahora con Morrel (915): “Montecristo no pudo resistir ese prueba de afecto, y no fue la mano la que alargó al joven, sino los brazos los que abrió”. Y termina el capítulo el conde de Montecristo (921): “- Siempre la Providencia- murmuró-, ¡ah!, ¡desde hoy sí que estoy persuadido de que soy el enviado de Dios!” Y yo pensando en “la ira de Dios” con que se autoproclama exultante Aguirre, en la también inolvidable Aguirre, la cólera de Dios, la película de Werner Herzog.

Mercedes, sobre su hogar (925): “- (…) para quien el sepulcro empieza a la puerta de esta casa”. Y después dirigiéndose al conde de Montecristo (930): “- Te creo como si fuera Dios quien me estuviese hablando”.

Muerte del conde de Morcef, padre de Alberto (934): “En el momento en que pasaron las ruedas por la puerta, y el ruido del coche resonó en la calle, se oyó un tiro: una espesa humareda salió por uno de los cristales del dormitorio del conde, que se rompió por efecto de la explosión”. Lo que ahora  no puede dejar de recordarme, ahora, la muerte (también en off) de Michel Piccoli (Columbine) en la asombrosa Topaz, la película de Alfred Hkitchcock.

Eugenia Danglars, hija de Danglars cita, sin nombrar, a Platón (962): “¿No dice el sabio nada de más?” Y luego (963): “Tengo algo de talento y cierta sensibilidad relativa, que me permite aproveche lo que considero bueno de la existencia general para hacerlo entrar en la mía como el mono cuando rompe una nuez para sacar lo que contiene”.

Cavalcanti, otro personaje (975): “(…) se durmió con aquel sueño que el hombre tiene a los veinte años, aun cuando tenga remordimientos”.

Sobre la baronesa Danglars, madre de Eugenia (982): “(…) demostrado a la baronesa que Eugenia la detestaba, no porque era la piedra de escándalo de la casa paterna, sino porque la colocaba en la categoría de los bípedos que Platón no llama hombres, y Diógenes designa con la denominación de animales de dos pies y sin plumas”. Y ahora sobre Debray, otro de los personajes secundarios  (983): “(…) se defendía como hombre que quiere ser vencido”. Y otra vez sobre la baronesa Danglars (984): “(…) aquella Providencia misteriosa que lo dispone todo, según los sucesos que deben tener lugar, y hace que un defecto o un vicio sirvan a veces para nuestra dicha”.

Y Valentina sobre el conde de Montecristo(996): “(…) por entre la cerradura de la biblioteca veía el ojo del conde, que velaba sobre su porvenir, y que cuando pensaba en ello le causaba tal vergüenza, que se preguntaba a sí misma si su gratitud llegaría a borrar el penoso efecto que producía la indiscreta amistad del conde. Veinte minutos, veinte eternidades pasaron de este modo (…)”. Y más (997): “(…) Valentina procuró cerrar los ojos, pero aquella operación tan sencilla del más temeroso de nuestros sentidos, aquella operación tan común, era en aquel momento imposible”.

Del señor Noirtier, el joven Cavalcanti (1006-1007): “(…) el alma del anciano pasó toda a sus ojos, que inmediatamente se llenaron del rojo de la sangre. (…) solo le faltaba un grito. Este salió, por decirlo así, de todos los poros, horrible en su mutismo. (…) Al fin, sus ojos se llenaron de lágrimas, más feliz en eso que el joven, que sollozaba sin poder llorar. (…) cada aspiración parecía que iba a romper por dentro de su pecho los resortes de la vida”.

Morrel, frente a Villefort y d´Avrigny (1008): “(…) esa fatalidad de quien habláis, y Dios, a quien acusáis injustamente, no tuvieron más parte que haber creado al asesino de Valentina”.

Sobre Noirtier (1011-1012): “Era terrible ver aquel dolor sin movimiento de Noirtier, aquella desesperación sin genio y aquellas lágrimas sin voz. (…) Una lágrima que se asomó a los ojos del anciano fueron las gracias que recibió el doctor”.

Morrel ante el conde de Montecristo (1034): “Maximiliano bajó la cabeza y obedeció como un niño o como un apóstol”.

La señora Danglars (1040): “(…) esperó una palabra de amor que la consolase de ser tan rica”.

La señora Morcef ante su hijo Alberto (1042): “(…) se esforzaba en sonreír con los labios, ya que le faltaba el dulce fuego de la sonrisa en los ojos, sonrisa que causa el mismo efecto que la reverberación de la luz, es decir, la claridad sin calor”.

Un comentario (1042): “(…) no es lo mismo necesidad y pobreza; son dos sinónimos entre los cuales media todo un mundo”. Y sobre la cárcel de la Fuerza (1048): “(…) los presos le han dado el sobrenombre de Foso de los Leones porque los cautivos muerden frecuentemente los hierros y muchas veces a los guardianes”.

Sobre el conde de Montecristo, su criado Bertuccio a Cavalcanti (1053): “-(…) el que lleva ese nombre es demasiado favorecido del cielo para ser padre de un miserable como vos”.

Sobre Villefort (1067): “(…) aquella cara grave y serena, sobre cuya impasibilidad no tenían dominio los disgustos personales”. Y después (1071): “(…) conservaba en su asiento la inmovilidad de un hombre que el rayo acaba de convertir en cadáver”.

Y un detalle (1072): “Hubo un instante de silencio, pero tan profundo, que se hubiera creído que la sala estaba desierta”. Y otro (1074): “Los grandes dolores son de tal modo venerables que no hay ejemplo ni aun en los tiempos más desgraciados, de que el primer movimiento de la multitud reunida no haya sido un movimiento de simpatía hacia una gran desgracia”.

Villefort por su mujer, la señora Villefort(1075): “-(…) ¡esa mujer no es criminal más que por haberme tocado! ¡Yo soy el crimen, yo! ¡Y ha adquirido el crimen como se adquiere el tifus, como se adquiere el cólera, como se adquiere la peste, y yo la castigo! ¡Oh!, ¡no!, ¡no!, vivirá… me seguirá… Huiremos, abandonaremos Francia, correremos por la tierra mientras nos sostenga”. Y sobre Villefort (1078): “(…) era un tigre herido de muerte que deja los dientes rotos en su última herida. No temía las preocupaciones, sino los fantasmas”. Y más (1079): “El pasado vino a él como una de esas olas, en las cuales se levanta doble espuma que en las demás”. Y más (1081): “Sintió las venas de sus sienes llenarse de espíritus ardientes que pasando por la estrecha bóveda del cráneo inundaron su cerebro de un diluvio de fuego”.

Sobre Morrel (1081): “(…) andaba por la fonda de los Campos Elíseos silencioso como una sombra que espera el momento señalado por Dios para entrar en la tumba”.



El conde de Montecristo (1084): “(…) la mirada húmeda, alegre y tierna de mis semejantes me produce un bien”.  Y hablando de París (1085-1086): “- ¡Gran ciudad!- exclamó inclinando la cabeza y juntando las manos como para orar-, no hace ni seis meses que crucé tus umbrales. Creo que el espíritu de Dios me había traído, y que me vuelve, triunfante. El secreto de mi presencia en tus muros se lo he confiado al Dios, que solamente puede leer en mi corazón. Él sólo conoce que me alejo de aquí sin odio ni orgullo, pero no sin recuerdos. Sólo Él sabe que no he hecho uso ni por mí ni por vanas causas del poder que me había confiado. ¡Oh, gran ciudad!, ¡en tu seno palpitante he hallado lo que buscaba, minero incansable, he removido tus entrañas para extraer de ellas el mal; al presente mi obra está cumplida, mi misión terminada; al presente no puedes ofrecerme ni alegrías ni dolores! ¡Adiós, París, adiós”. Y hablando con Morrel (1086): “- Los amigos que perdemos no reposan en la tierra, Maximiliano- dijo el conde-, están sepultados en nuestro corazón, y es Dios quien lo ha querido así para que siempre nos acompañen”.

Un detalle (1086): “Los árboles, sacudidos por los primeros vientos de otoño, parecían ir delante de ellos como  gigantes desgreñados”. 

El conde de Montecristo le dice a Mercedes: “- (…) pero tras de mí, invisible, desconocido, irritado, estaba Dios, de quien yo no era más que un mandatario, y que no ha querido contener el rayo que yo mismo había lanzado. ¡Oh!, juro ante el Dios a cuyos pies hace diez años me prosterno diariamente, juro a Dios que os había hecho el sacrificio de mi vida, y con mi vida, de los proyectos a ella encadenados. Pero lo digo con orgullo, Mercedes, Dios tenía necesidad de mí, y he vivido. Examinad el pasado y presente, tratad de adivinar el porvenir, y ved que yo soy el instrumento de Dios”. Más Aguirre, más la cólera de Dios, más Superhombre nietzscheano,  tal y como apuntaba Gramsci en el prólogo (7). Y Mercedes contesta (1092): “- (…) Dios me ha atormentado tanto en sus borrascas, que he perdido la voluntad. Me hallo entre sus manos como una avecilla entre las garras del águila”.

Y detalles “gramscianos” (1093), again: “(…) la melancolía que suele reinar en las almas vulgares, dándoles una originalidad aparente, pero que aniquila las almas superiores”. El conde de Montecristo se dice a sí mismo (1097): “- (…) Dios te ha hecho para sobrenadar en las aguas y en las llamas”. El conde de Montecristo, de nuevo, en la celda que ocupó en el presidio de la isla de If (1100): “Edmundo fue a arrodillarse ante los restos del lecho que la muerte había convertido para él en altar”. Y dice (1112): “- (…) es uno de los orgullos de nuestra pobre humanidad el creerse cada hombre más desgraciado que cualquier otro que gime y llora a su lado”. Y más (1113): “- (…) uno de esos caprichos de la suerte que haría dudar de la bondad de Dios, si Dios no se revelase al cabo, mostrando que todo es para Él un modo de guiar a su unidad infinita”.

Sobre el barón de Danglars (1116): “El francés abrió la puerta y entró en la primera pieza. Su sombra hizo lo mismo”.

Detalle (1112): “(…) en medio de una sinuosidad que solo los lagartos podían tener por un camino expedito”.

El barón de Danglars (1125): “(…) vio que estaba cerca de un arroyo, y como tenía sed, se arrastró hacia él. Al bajarse para beber, vio en el espejo de las aguas que sus cabellos se habían vuelto blancos”.

Otro detalle (1126): “(…) una sonrisa más triste aún que lo hubiesen sido las mismas lágrimas”.

Morrel al conde de Montecristo: “-(…) Vos, conde, cuya palabra me esclaviza, que sois más que un hombre, a quien llamaría dios si no fueseis mortal”. Y le dice después (1130): “- (…) me parecéis bajado de un mundo más adelantado y sabio que el nuestro”. Y el conde de Montecristo contesta (1130): “- (…) he bajado de un planeta que llaman el dolor”.    

Sobre el conde de Montecristo (1133): “(…) como uno de esos ángeles que amenazarán a los pecadores el día del juicio eterno”. Y Morrel (1134): “Trató de tender nuevamente al conde la mano, pero carecía ya de movimiento”.

Hadyée entregándose al conde de Montecristo (1136): “- ¡Oh, sí, te amo!- dijo,¡ te amo tanto como se ama a un padre, a un hermano, a un esposo! ¡Te amo como se ama a Dios, porque eres para mí el más bello, el mejor y más grande de los seres creados!

Y Morrel (1136): “Al fin, se abrieron sus ojos, pero fijos primero, recobró luego la vista clara, real y, con la vista, la sensibilidad; con la sensibilidad el dolor”. Y en una carta escrita por el conde de Montecristo para Morrel (1137):Decid al ángel que va a velar por vuestra vida, Morrel, que ruegue alguna vez por un hombre que semejante a Satanás se creyó un instante igual a Dios. (…) En cuanto a vos, Morrel, he aquí el secreto de mi conducta. No hay ventura, ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo.  Solo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede tener la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida”.

Morrel y Valentina sobre el conde de Montecristo (1138): “- ¡Quién sabe si algún día le volveremos a ver!- dijo Morrel, enjugándose una lágrima. – Cariño-repuso Valentina-, ¿no acaba de decirnos que la sabiduría humana se encierra toda ella en estas dos palabras?: ¡Confiar y esperar! “.
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miércoles, 8 de diciembre de 2021

EL LARGO ADIÓS

Hace unos meses y a través de un foro literario virtual se nos pedía que elaboráramos una lista con nuestras diez novelas preferidas, y yo no dudé en incluir en ella El largo adiós, de Raymond Chandler, a la que no sólo considero (¿adónde se habrá ido mi modestia?) la mejor novela de Chandler, y la mejor novela "negra" que se haya escrito; uno de mis libros de cabecera, de esos que me llevaría a una isla desierta, si alguna vez tuviera la desgracia de embarrancar en una de ellas, y una de las recomendaciones que haría, sin que me temblara la memoria, a cualquiera que me preguntara por un libro para no dejar de leer antes de estirar la pata.

Sí, creo que El largo adiós es inolvidable y entrañable, amén de una emocionante historia de amistad traicionada que es algo que siempre me pone. (A saber qué me habrán metido en la cabeza). Así que con esto por delante lo que (me) vino después fue una de esas casualidades que no pienso que sean tales, sino que las llamamos de esta forma por no conocer otro término para referirnos a ellas. Son un misterio.

El caso es que visionando las películas que cuelga EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los productores Audiovisuales) en su página para que sus asociados votemos para dictaminar los ganadores de los Premios José Mª Forqué que otorga, puntualmente, desde hace 27 años como antesala de los Premios Goya, di con 98 sin sombra, una película boliviana sobre la que no tenía ninguna referencia y sobre la que debo reconocer que sus primeros minutos me predispusieron para lo peor. Aunque luego, las prisas siempre serán malas consejeras, fue a más y más, hasta terminar convirtiéndose en un pedazo de celuloide entrañable. Sí, entrañable como el chandleriano largo adiós. Por lo que cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que el bonito tema musical que se escucha durante una parte de la cinta y durante los créditos finales se llamaba, precisamente, ¡El largo adiós!

Así que me he puesto a escribir sobre este misterio. Y os lanzo, yo que soy bastante poco amigo de decir a los demás lo que tienen que hacer, estas dos recomendaciones. Por un lado, animaros a comprar y leer la novela de Chandler y a escuchar El largo adiós (el enlace de abajo es para eso), el tema escrito y cantado por Gabriel Lema, que si me preguntáis quién es apenas os podría contestar algo más que el autor de esta entrañable canción lo cual, ciertamente, no es poco.

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