Sí, creo que El largo adiós es inolvidable y entrañable, amén de una emocionante historia de amistad traicionada que es algo que siempre me pone. (A saber qué me habrán metido en la cabeza). Así que con esto por delante lo que (me) vino después fue una de esas casualidades que no pienso que sean tales, sino que las llamamos de esta forma por no conocer otro término para referirnos a ellas. Son un misterio.
El caso es que visionando las películas que cuelga EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los productores Audiovisuales) en su página para que sus asociados votemos para dictaminar los ganadores de los Premios José Mª Forqué que otorga, puntualmente, desde hace 27 años como antesala de los Premios Goya, di con 98 sin sombra, una película boliviana sobre la que no tenía ninguna referencia y sobre la que debo reconocer que sus primeros minutos me predispusieron para lo peor. Aunque luego, las prisas siempre serán malas consejeras, fue a más y más, hasta terminar convirtiéndose en un pedazo de celuloide entrañable. Sí, entrañable como el chandleriano largo adiós. Por lo que cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que el bonito tema musical que se escucha durante una parte de la cinta y durante los créditos finales se llamaba, precisamente, ¡El largo adiós!
Así que me he puesto a escribir sobre este misterio. Y os lanzo, yo que soy bastante poco amigo de decir a los demás lo que tienen que hacer, estas dos recomendaciones. Por un lado, animaros a comprar y leer la novela de Chandler y a escuchar El largo adiós (el enlace de abajo es para eso), el tema escrito y cantado por Gabriel Lema, que si me preguntáis quién es apenas os podría contestar algo más que el autor de esta entrañable canción lo cual, ciertamente, no es poco.
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