Claro, con la cosa me estoy
refiriendo a la Vida ,
a nuestras vidas cotidianas, en las que andamos diariamente enredados mientras
el tiempo pasa (volando), mientras que con esa Egalité nos las prometíamos tan felices. O, ¿no nos ha resultado,
acaso, una promesa fallida o, por lo menos, no tan feliz como proclamaban y soñaban
nuestros antepasados en las Tullerías?
Claro, la cosa nunca se nos
dice del todo. Parece que siempre nos empeñamos en hablar a medias. Y la Egalité se nos
presenta, hoy en día (y ya en el siglo XXI), como una preciosa conquista
irrenunciable. ¿Preciosa, he puesto?
Porque ya sabéis que he aprendido desde que escuché el mítico vinilo The Dark Side Of The Moon, de los
imprescindibles Pink Floyd, que todo lo bueno tiene su otra cara, aquélla oscura,
no tan buena y que, por lo tanto y del mismo modo, todo lo precioso tiene
también su otra cara, también oscura, no tan preciosa, e incluso, fea (como eso de atizar
a la abuela con un palo).
Y es que con la Egalité ,
con la Igualdad
corremos un serio peligro en el que no siempre hemos reparado: pensar que todos
somos iguales, que todos valemos lo mismo, que todas nuestras palabras cuestan,
por lo tanto, lo mismo, las pronuncie quien las pronuncie, sin reparar en que,
quizás, esta completa y absoluta Igualdad nos está llevando por los más oscuros
y revueltos (de “eses”) caminos de la amargura que, de hecho, es por donde
parece que nos estamos empeñando en transitar.
Porque si nos agarramos a esa
Igualdad universal posiblemente también nos estemos acercando (inconscientemente,
vale, lo concedo) a ese qué más da
con el que comenzaba el título de esta entrada. Claro, qué más da, si todo da igual, si todo vale lo mismo, si todo es
igual, si todos somos iguales, si lo mismo vale un roto que un descosido. Y es
que, aún a riesgo de encontrarme más solo que la una o con más de uno en
desacuerdo o, peor todavía, con ganas de gresca, apuntaría a que esta Igualdad
debe ser afinada ya que si con Ella nos vemos abocados a ese peligroso
todo-da-igual, habrá que frenarle los pies y reconocer que no todos somos tan iguales,
que al igual que un brazo y un cerebro, que pertenecen los dos al mismo cuerpo
humano pero con innegables y diferentes valores, un servidor y Bill Gates, por
ejemplo se me ocurre, también somos iguales en cuanto integrantes de la raza
humana sapiens pero, ¡qué duda cabría!,
también somos diferentes (y no sólo físicamente, claro) y valorados, por lo
tanto, con diferente rasero y precio.
No podemos obviar esta
realidad. Cruda o no. Pero en un hipotético caso de destrucción masiva del
Planeta y en la coyuntura de tener que salvar, digamos, a 20 individuos de esta
raza humana sapiens, a la que sí,
todos pertenecemos porque todos somos humanos e iguales, algunos habría que
tendrían prioridad sobre otros, por sus mayores méritos o valía para la Humanidad , y desde este
punto de vista yo mismo debería reconocer con la cabeza gacha y, quizás, con
los ojos arrasados por las lágrimas (soy un giñao) que Bill Gates, con los
otros 19 afortunados, subiría a esa nave nodriza que le sacaría de la Tierra y lo llevaría a otro
planeta más saludable y a salvo, mientras que un menda le vería despegar con
los pies en el suelo, tragando saliva y muerto ya (de envidia cochina).
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