Porque El último tango... de Bertolucci, mucho más allá que otras películas suyas (para mí siempre será la mejor, la más entrañable y sentida, la que a Bernardo le salió desde las más honda de sus entrañas) supuso una auténtica llamada de atención, una llamada que nos comunicaba que el cine también podía ser eso: algo nunca visto hasta entonces, como el personaje de Marlon Brandon, como ese Paul desesperado y desquiciado era también algo que, hasta el día de su estreno, no se había visto nunca sobre una pantalla de cine.
Después han ocurrido muchas otras cosas, gracias a Dios, pero El último tango en París, con Bernardo, con Marlon, con Maria, con el malogrado Gato, y su excelente banda sonora (ahí os va un enlace), siempre estará ahí, mientras que las otras "muchas cosas" pasarán de largo y apenas si sentiremos con su ausencia aquel mismo latigazo que experimentamos desde que vimos a Paul, en los minutos iniciales de la película, gritando mientras se tapaba los oídos bajo el paso elevado del tren; un grito que es todavía el grito de todos nosotros, el grito de nuestros tiempos, el grito de estos ruidosos tiempos que tanto nos cuestan comprender y que, a menudo, nos dejan perplejos, con el corazón metido en un puño...
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