Hoy es un mal día para el tango. Lo fue cuando Gardel murió, pero a esa pérdida ya nos hemos ido acostumbrando. Pero a partir de hoy tendremos que acostumbrarnos a otra. Bernardo Bertolucci también nos ha dejado, y para muchos de nosotros su tango, el último que se escuchó en París, formará siempre parte de nuestra pequeña historia, de nuestra pequeña educación sentimental, con el permiso de Flaubert.
Porque El último tango... de Bertolucci, mucho más allá que otras películas suyas (para mí siempre será la mejor, la más entrañable y sentida, la que a Bernardo le salió desde las más honda de sus entrañas) supuso una auténtica llamada de atención, una llamada que nos comunicaba que el cine también podía ser eso: algo nunca visto hasta entonces, como el personaje de Marlon Brandon, como ese Paul desesperado y desquiciado era también algo que, hasta el día de su estreno, no se había visto nunca sobre una pantalla de cine.
Después han ocurrido muchas otras cosas, gracias a Dios, pero El último tango en París, con Bernardo, con Marlon, con Maria, con el malogrado Gato, y su excelente banda sonora (ahí os va un enlace), siempre estará ahí, mientras que las otras "muchas cosas" pasarán de largo y apenas si sentiremos con su ausencia aquel mismo latigazo que experimentamos desde que vimos a Paul, en los minutos iniciales de la película, gritando mientras se tapaba los oídos bajo el paso elevado del tren; un grito que es todavía el grito de todos nosotros, el grito de nuestros tiempos, el grito de estos ruidosos tiempos que tanto nos cuestan comprender y que, a menudo, nos dejan perplejos, con el corazón metido en un puño...
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Porque El último tango... de Bertolucci, mucho más allá que otras películas suyas (para mí siempre será la mejor, la más entrañable y sentida, la que a Bernardo le salió desde las más honda de sus entrañas) supuso una auténtica llamada de atención, una llamada que nos comunicaba que el cine también podía ser eso: algo nunca visto hasta entonces, como el personaje de Marlon Brandon, como ese Paul desesperado y desquiciado era también algo que, hasta el día de su estreno, no se había visto nunca sobre una pantalla de cine.
Después han ocurrido muchas otras cosas, gracias a Dios, pero El último tango en París, con Bernardo, con Marlon, con Maria, con el malogrado Gato, y su excelente banda sonora (ahí os va un enlace), siempre estará ahí, mientras que las otras "muchas cosas" pasarán de largo y apenas si sentiremos con su ausencia aquel mismo latigazo que experimentamos desde que vimos a Paul, en los minutos iniciales de la película, gritando mientras se tapaba los oídos bajo el paso elevado del tren; un grito que es todavía el grito de todos nosotros, el grito de nuestros tiempos, el grito de estos ruidosos tiempos que tanto nos cuestan comprender y que, a menudo, nos dejan perplejos, con el corazón metido en un puño...