Y es que la Final no fue un partido
bonito. O no respondió a las expectativas. O que, por lo menos, no respondió a mis expectativas. Porque, en realidad,
en esos 90 minutos, sucedieron cosas que no me gustaron ni un pelo.
Algunas de ellas, casuales,
como la bochornosa actuación del portero del Liverpool al que se le puede hacer
culpable, sin que nos tiemble la mano a la hora de firmar la sentencia, de dos
de los tres goles que marcó el Real Madrid: el primero de Benzema y el tercero
que, aunque las crónicas se le apuntaran a Bale, creo que es, más bien o mal (depende
desde qué lado lo miremos), un gol en propia puerta.
En cuanto al segundo, la
antológica chilena del propio Bale, disfrutarla o nada qué decir, aunque el
acrobático vuelo de Karius, el portero del Liverpool que se dejó las puertas
abiertas y las llaves en casa, volvió a resultar decepciónate y feo. Se estiró sí, pero ¡con las manos
en los bolsillos!, como un aplicado alumno al que se ha cogido en alguna cagada
y recibe, por ello, una agria reprimenda.
Si Karius hubiera sacado los
brazos tal vez nada habría cambiado, o sea que la chilena de Bale hubiera
acabado, igualmente, en el fondo de las redes y que el segundo gol del Real hubiera
subido, igualmente, al marcador. Pero igual
no: quizás el meñique de Karius hubiera tocado el disparo de Bale y hubiera
desviado el balón lo justo para que éste hubiera salido lamiendo, con la
puntiiita de la lengua, el larguero. Quién sabe. Pero de lo que nadie me va a
sacar es del convencimiento de que, con una estirada de Karius, como Dios
manda, el gol habría resultado más bonito. Sí, bonito. Lo que no fue el partido.
Como tampoco lo fue, y con
esto termino ya que me pareció literalmente una canallada nada azarosa, la entrada que Ramos realizó a la estrella del
Liverpool, Mohamed Salah, al que agarró del brazo sobre el minuto 20, retorció
con saña la extremidad y tiró de ella hasta que dio con el cuerpo del egipcio
contra el césped, produciéndole una luxación que hizo que la Final terminara para él y…
los suyos, con más de una hora de antelación.
Sí, Ramos cazó a Salah en otra
fea acción que me recordó los
placajes que sufren, a veces, los quaterbacks
en los partidos de fútbol, pero americano, y en los que los defensores se
emplean con particular dureza, y después se felicitan entre ellos dando saltos
de alegría por la proeza lograda: derribar al quaterback.
Claro, que Ramos ni ninguno
de los suyos realizó semejante bailoteo ni mostraron esa alegría incontenible.
No hubiera estado bien. Y ellos no estaban jugando un partido de fútbol…
americano. Pero que no lo jugaran o que expresaran esa alegría no quiere decir
que no la sintieran. Estoy seguro. Y que tampoco venga ahora nadie y me acuse
de escribir que Ramos lesionó a Salah a
propósito. No, eso nunca. Como tampoco ese defensor de fútbol americano
quiere mandar al quirófano al quaterback
al que placa como un bestia, pero que si sucede, bueno, gafes del oficio o que
no se hubiera puesto en medio, o que no hubiera sido tan bueno… Visita de
condolencias al hospital y asunto zanjado.
Pero el caso fue que sin Salah y con la gracia de Ramos la mayoría de espectadores nos quedamos sin Champions. La ganó, eso sí, el Real Madrid, pero ellos son muy pocos en comparación con los millones que veíamos