Jonah Lomu murió el 18 de noviembre. Tenía 40 años. Medía 1,96 y pesaba 120 kilos. Y los
Y yo le he visto correr, zafarse de los contrarios y he
flipado como pocas veces lo he hecho en el universo deportivo. Quizás con
Michael Jordan o con las mágicas asistencias
de Magic o con los regates de Messi o
los putts de Tiger o con las subidas
a la red de Roger. No son muchos ni muchos esos momentos que se perderán como lágrimas en la lluvia,
que nos decía el valiente Nexus6
antes de morir en aquella mugrienta azotea de un edificio de Los Ángeles. Pero por
eso son inolvidables.
Y el miércoles pasado también Jonah Lomu murió. Aunque este lo
hizo de verdad, y en Auckland. Hace veinte años se le había diagnosticado un
síndrome nefrítico y sufría desde entonces graves problemas en el riñón. Pero,
a pesar de ello, algunos pensamos que Jonah era inmortal. Como las ballenas
blancas o las secuoyas. Y nos hemos vuelto a equivocar. La naturaleza se ha
llevado a una de sus mayores “fuerzas”. Se ve que no podía o no quería seguir
prescindiendo de ella por más tiempo. Nos la dejó disfrutar durante unos años,
y habrá estimado que ya han sido suficientes. Por estos lares todos andamos de
paso. Y todos somos todos, sin excepción. Pero más aún esas fuerzas que, por sus
singulares y explosivas características, son, sin duda, las presas más codiciadas
y apetecibles. La naturaleza pide y exige que le sean devueltas. Y siempre nos
parece que demasiado rápido. Así Jonah Lomu se ha ido. Con sólo 40 años… Y este
18 de noviembre otra lágrima muy especial se habrá perdido en la lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario