A Víctor que me echó las dos manos para hacer esta entrada
En Smoke, la película que Wayne Wang dirigió en 1995, el personaje que
interpreta William Hurt cuenta una historia salida de la imaginación de Paul
Auster, el buen escritor norteamericano.
Al no encontrar el clip de dicha escena en la que William
Hurt cuenta el percance de un hijo que encuentra el cadáver de su padre
sepultado en la nieve y conservado tal y como era en el momento de su muerte, más
joven de lo que el mismo hijo es en ese momento, reproduzco el diálogo; vosotros
sólo deberíais añadir, con la imaginación, el rostro cansado de William Hurt, las
palabras que pronuncia, arrastradas lentamente sobre el humo de un cigarrillo:
Hace aproximadamente 25 años, un joven se fue a
esquiar solo a los Alpes. Mientras bajaba una de las laderas, se produjo una
avalancha y la nieve le cubrió por completo. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Su hijo por aquel entonces era un niño muy pequeño,
con el paso del tiempo creció y el también se convirtió en un buen esquiador.
Un día del invierno pasado, tomó los esquis y se encaminó hacia la misma
montaña para practicar. Cuando se encontraba a mitad de la ladera paró para
almorzar junto a una gran roca. Mientras estaba desenvolviendo su sandwich de
queso miró hacia abajo y su mirada se encontró con la de un hombre congelado en
el hielo justo debajo de sus pies. Pasado el susto inicial se agacha para
observar el rostro más de cerca y entonces siente que esta mirando a un espejo,
un reflejo de si mismo. Allí está -muerto- pero intacto, pero perfectamente
conservado en un bloque de hielo, como si se encontrase en un estado de
animación suspendida. Se pone a cuatro patas, mira la cara del hombre muerto y
en ese instante se da cuenta que está observando a su padre.
Y después, años más tarde, o
sea, hace unos días viendo Biutiful, la
película de Iñarritu con Javier Bardem, cuál no iba a ser mi sorpresa cuando
asistí a la visualización (con las alteraciones debidas a otro argumento y a
otra película, claro; ahora sería Bardem quien, después de morir, se
reencuentra con su padre, que también es tan joven como lo es él en ese
momento, y también sobre un paisaje nevado; ¡y los dos se encienden un cigarrito
(como si de un postrero homenaje a Smoke
se tratara! E Iñarritu, después de regalarnos esta particular visualización de aquella historia
que William Hurt contaba en Smoke,
cierra su película con el que es, sin duda, un momento mágico, el momento más logrado de
su sobrevalorada carrera hasta este momento.
Pero como siempre digo, vosotros diréis (por cierto, el clip de Biutiful
lo he alargado hasta que las notas del piano tocando el sobrecogedor adagio del
Concierto para piano de Ravel
finalizan; haberlo cortado antes hubiera sido como matar a un ruiseñor):
Desde
que al mundo pudimos colgarle las etiquetas de mundo cristiano o musulmán o
judío; esto es, no desde que el mundo es mundo sino desde el surgimiento,
asentamiento y abuso de estas tres grandes religiones monoteístas, a la
realidad que contemplamos con nuestros ojos día a día, incluyendo en ella,
¡cómo no!, a los seres humanos y los caracteres que conforman sus particulares
formas de hacer y de ser, nos ha dado por clasificarlas en buenos y malos, en
buenas y malas.
Hemos
trazado en la hoja una doble columna y en la de la izquierda, por ejemplo,
hemos ido anotando todo aquello que, según los criterios religiosos, entran en
la categoría de “malo” o perverso, mientras que en la columna de la derecha
hemos ido escribiendo sus contrarios; o sea, todo aquello que, según los mismos
dictados religiosos, pueden y deben ser concebidos como “bueno”.
Así
hemos vivido durante muchos siglos. (Solo reitero que no lo hemos así desde siempre). Es lo que los
antropólogos y filósofos llaman visión dual de la realidad: arriba-abajo,
izquierda-derecha, lejos-cerca, y no sigo por no aburrir a las ovejas. Y todo
esto nos ha servido para conducirnos y arreglarnos, con mayores o menores
contratiempos, por este mundo de dios, ya que nuestros objetivos finales
estarían encaminados a que lista que figuraría en la columna de la izquierda
(lo “malo”) fuera progresivamente menor y, al contrario: lo que entrara en la
columna de la derecha (“lo bueno”) fuera cada vez más abundante. Y asunto hecho
y terminado. Esta sería nuestra meta y hacia ella nos debemos dirigir. Punto
pelota.
Pero
la duda surge o surgió cuando unos filósofos llamados, no por casualidad,
filósofos de la sospecha encabezados, ¡casi nada al aparato!, por los insignes
Sigmund Freud (padre del psicoanálisis), Kart Marx (padre del marxismo) y
Friedrich Nietzsche (padre,…, ¿de qué es padre Nietzsche? A veces tengo la
sensación de que de todo lo que vino después de él). Estos introdujeron en
nuestras cabezas una nueva manera de enfrentarse al mundo. Rompían, entre otras
cosas, la lista con dos entradas con la habíamos con-vivido tantos siglos y
proponían una forma no-dual de calificar los hombres y sus mundanas acciones a
partir de la sospecha que ni lo bueno
era enteramente bueno, ni lo malo enteramente malo; y todavía más, que lo malo
podría surgir de lo bueno, o lo bueno surgir de los malo. Con lo que el lío
estaba ya montado. La sospecha hacía
polvo muchos siglos de aparente armonía y el panorama que se nos abría desde
entonces, eran los albores del siglo XX, resultaba entonces más inquietante.
Sí, los filósofos de la sospecha nos venían a espetar que había que andarse con
cuidado, que no todo lo blanco era blanco, ni todo lo bueno, bueno, o todo lo
malo, malo.
Y
si he soltado toda esta chapa ha sido porque en los últimos meses hemos asistido
a la muerte de Charles Mason en la cárcel de Bakesfield, después de casi 40
años de reclusión (estaba condenado a cadena perpetua): uno de esos grandes
malos-malotes de la reciente historia de la humanidad: el monstruo que conspiró
e instruyó a unos desalmados (se les conoció como “La familia Mason”) para perpetrar
alguno de los más horrendos crímenes a los que asistimos durante el siglo
pasado, y que se cobró en Beverly Hills la vida a 7 personas, entre ellas la
actriz Sharon Tate, embarazada y esposa por entonces de Roman Polanski, como todo el mundo recuerda aún.
Pero
con este monstruo, con este diabólico Charles Mason también trabaron amistad
otros artistas como el gran Neil Young que lo comparó, ¡nada menos!, que con
Bob Dylan. Neil Young hablaba de las canciones que Mason (¡sí, también era músico!) componía como de “piezas fascinantes en
las que nunca se repite nada” e incluso intentó que los dirigentes de Reprise editaran su trabajo.
Por
eso podríamos concluir que Neil Young tuvo trato directo con el Diablo, con el
Mal mayúsculo pero él, sin embargo, no incitó a nadie a que cometer un crimen y, en su lugar, bajo su diabólico influjo
publicó un increíble disco llamado Tonight´s
The Night (su oscuro aspecto en la portada no deja lugar a
dudas sobre las satánicas compañías que frecuentó el músico de Toronto),
como expresión directa del dolor que Young sintió por las muerte de dos amigos,
Danny Whitten y Bruce Perry, a causa de una sobredosis durante
los meses previos a la grabación del LP.
Por
todo eso termino y sospecho, como
Marx, Nietzsche y Freud, que el Mal nunca es enteramente malo, ni el Bien
enteramente bueno, sino que ambos están revueltos y enredados y que, muy a
menudo, lo uno sale de lo otro y viceversa, y que todo este jaleo hace que
las cosas que nos (pre)ocupan resulten aún más difíciles todavía, como si la vida, no contenta con ser “vida”,
tratara de ser también un grandioso y peligroso circo.