miércoles, 17 de febrero de 2016

EL ESPECTÁCULO HA JODIDO EL PARTIDO DE LAS ESTRELLAS


El otro día vi el All Star Game de la NBA. Y digo “día” porque lo vi grabado, por la tarde, justo después de comer. Y lo siento. Pero ni por todo el oro del mundo (y es un decir, claro) hubiera trasnochado, estando como estaba sobre aviso, ya que el Gasol Star de 2015 había sido igualmente insufrible, para presenciar semejante chirigota, diseñada y escenificada en loor del espectáculo más circense y menos deportivo que quepa imaginar. Y dicho sea esto con todos los respetos hacia el muy honroso trabajo en el circo, hecho para entretener a la parroquia de cualquier edad. Ahí es nada.
 

Pero el baloncesto, y la NBA con más motivos aún (por algo presume de ser el mejor baloncesto del mundo), es deporte antes que nada. Y el espectáculo que le acompaña, cuando quiere resultar aún más atractivo para el espectador, debe estar por detrás de él, del deporte, del baloncesto, de la NBA, en este caso. Y si no sucede así, y ocurre al revés, como ocurrió en el Gasol Star de 2015, y como ha ocurrido este año en Toronto, tenemos lo que Goya nos ilustra en el famoso cuadro que he elegido para ilustrar este artículo: que Saturno o el espectáculo devora literalmente a su hijo o al deporte o al baloncesto o a la NBA.

Y lo explico. El año pasado, en el Gasol Star, ya habíamos tragado una de esas píldoras de desagradable sabor e ingesta, aunque de eficadísimos resultados contra el insomnio más puñetero, y asistido a un partido bochornoso e insufrible donde sin embargo todos, jugadores, técnicos, comentaristas, etc. incluidos, no dejaban, ni por un segundo, de sonreír bobaliconamente ante cualquier circunstancia por nimia que fuera ésta, y de dibujar con sus labios las sonrisas más estomagantes y “profiden” que uno pudiera  soportar.

Pero, ¿es que había no había nada de que reírse? Y creo sinceramente, sin pecar de aguafiestas, que no, que no había nada. Porque el All Star Game es traduciendo, más o menos el título, El partido de todas las estrellas. Y repito, por si alguien no me habría oído, el partido. Y lo pongo, además, en cursivas para que a nadie se le olvide que el partido es lo más importante. Y que se lo pregunten si no a los miles de espectadores que pagaron las entradas para el evento con una antelación digna de mejor causa o que las adquirieron, incluso, en la reventa abonando a todas luces, y más aún en esta ocasión y en estos tiempos que corren, un precio desorbitado.

Aunque entonces, y con más motivos que nunca, el espectáculo debería estar al servicio del partido. Hacer que éste resulte inolvidable de verdad. Pero si el espectáculo se coloca al frente del show, saca pecho y se presenta en primer lugar relegando deporte, al partido, lo realmente importante no lo olvidemos, a un papel segundón, de mera comparsa o bufón que le ríe las gracias espectaculares, pasa lo que pasa. Lo que ha pasado. O lo que me pasó a mí viendo el partido en diferido: que me faltaban dedos en las manos para manejar el mando a distancia y echar para adelante la grabación, ¡a toda hostia!, y no sólo en los descansos entre los cuartos, ni en los tiempos muertos, ni en los tiros libres, ni… Sí, la alteración de los factores o el espectáculo por delante del deporte, me incita a levantarme decepcionado y aburrido, a apagar el televisor e irme directamente a la cama, que para perder el tiempo ya me he hecho, sin duda, demasiado mayor.

¿O no es perder el tiempo presenciar un partido, como el del pasado año, el flamante (sic) Gasol Star o el de este año en Toronto, de cuyo resultado ni me acuerdo aunque sí recuerdo que se cruzaban apuestas sobre si alguno de los equipos, ya sabéis en estos All Star:, el Este y el Oeste, llegarían a ¡¡200 puntos!! Sí, cachondeo puro, pero del peor. Porque, ¿dónde estaban las defensas? Sí, de acuerdo, el All Star, el partido es, sobre todo, una fiesta, pero hasta en los encuentros entre solteros y casados hay pique, hay al final unas ganas de imponerse, de ganar, de derrotar al contrario que en este encuentro entre súper profesionales no vi por ningún lado.

Allí, en Toronto, el otro día, no defendía ni dios. ¿Cuántas personales se pitaron?, ¿cuántos tiros libres se lanzaron?, ¿cuántos tapones se pusieron? Cero coma. Sí, todo era un corre-calles continuo. Sin ningún orden ni concierto. Cogía uno la pelota, un par de botes contra el parque (no fuera a estropearse la madera) y… triple que te crió, estuviese donde estuviese (Stephen Curry se hartó de intentarlo, sin ton ni son, casi desde el medio campo), o se marcaba un mate (¿habrá llevado alguien la cuenta de cuántos se hicieron? No lo sé, pero a mí su reiteración me dejó tan grogui como si el Tyson de sus mejores veladas me hubiera atizado un crochet en pleno mentón) o un alley-hoop tan imposible y disparatado que hubiera hecho sonrojarse a los mismísimos Globetrotters.

Así que con estos precedentes, y con los peores antecedentes del año pasado confirmados, para el 2017 que no cuenten conmigo porque ni en diferido pienso presenciar semejante gracieta que a mí, por lo menos, no me hace ninguna gracia. Será, a lo peor, que soy uno de esos anticuados admiradores de los Marx Brothers. Y más hoy, porque los otros Brothers, los Splash, o los Thompson y Curry, ni una vez me hicieron esbozar la más triste y raquítica de las sonrisas.
 

Por eso todo había pensado en llamar al presente artículo con el conocido título de la patriotera canción, que Irving Berlin compusiera en 1918 y revisara 20 años después, God Bless America yet?, pero añadiendo al título el yet, o sea, un todavía. Porque,  ¿bendice todavía Dios a América? Ya que a este paso, con tanto espectáculo donde el deporte, el baloncesto, la NBA es apenas una migaja asomando en los labios del gigante tragón, terminarán cargándose el partido, el otrora esperado All Star Game, el Partido de las Estrellas donde los mejores jugadores del planeta (¿o hacemos memoria y repasamos las plantillas del Este y del Oeste con los Jordan, Magic, Larry Bird, Abdul Jabbar, Kart Malone, Shaquille, el mismo Kobe Bryant, etc. y etc.?) se reunían una vez cada año para jugar juntos, y divertirse sí, pero para ganar también y hacían, con todo esto, que para nosotros fuera, sin duda, un partido singular e irrepetible.
 

Porque en ganar el partido, cualquier partido pero el All Star con mayores motivos, en la victoria residía, para todos esos “jugones” (que diría el añorado Andrés), el honor de ser los mejores entre los mejores y eso no podían olvidárselo en el bolsillo de cualquier chaqueta. Por algo luego, en sus curriculums presumen (y a mucha honra) de haber sido elegidos All Star tantas veces.

Pero hoy en día ese honor, ¿dónde coño está?, que se preguntaría un buen aficionado harto del partido; perdón, de la pachanga. Seguramente escondido, avergonzado ante semejante espectáculo (sic); espectáculo “saturnial” y devorador de su propio vástago, que se olvida que él no es el rey de nada por sí solo, y que debe plegarse (en el caso que nos preocupa) a los intereses del deporte, de la victoria, y nunca a la inversa; cosa que aquellos Jordan, Magic, Larry Bird siempre tuvieron muy clarito: solo con el espectáculo no se construye ningún deporte. Quizás se alce la carpa de algún Circo del Sol pero al Partido de las Estrellas, en realidad, a ningún partido de ningún deporte, eso no le vale. Le resulta claramente insuficiente. Y si alguien no se lo recuerda urgentemente a todos esos Mandamases de la NBA muy pronto este histórico Partido de las Estrellas será tan histórico como el Tyranosaurio Rex. Y lo que es más triste aún, nadie lo lamentará. Porque como en su momento Spielberg rodó Parque Jurásico nosotros también podremos echar mano, con youtube o nuestra apañada videoteca, de los jurásicos y alucinantes All Star de los tiempos prehistóricos, pre-saturniales, donde el espectáculo no lo era todo.


PS,-  Sobre la Super Bowl también habría que escribir algo. Y darle otro merecido tirón de orejas o de patillas porque durante esta edición de 2016 me he hartado de contar ovejas. Y desgraciadamente no ha sido la última vez en estos últimos años. Claro, en América el espectáculo se lo está comiendo todo. Siempre tiene hambre el muy glotón. Ya se ha zampado el All Star. Y amenaza con seguir... Así que estos yankees, y todos nosotros por extensión y globalización, y por muy diferentes que nos creamos ahora, mejor que estemos al loro. O atengámonos a las consecuencias. Yo sólo aviso. 

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