jueves, 28 de marzo de 2024

LADY´S GODIVA OPERATION


Hace 40 años escribí esta poesía basada en el temazo Lady Godiva´s Operation de la Velvet Underground. El tema, con sus repetidos, lúgubres e inquietantes riffs de guitarra, con la inconfundible y tierna voz de Lou, con los diabólicos ritmos y ecos desafinados de John Cale o con los tambores primigenios de Maureen Tucker, me alucinaba. Y todavía hoy me flipa. En él, ya sabéis, se describe una operación de cerebro al que es sometida la protagonista de la canción. Algo que a nadie se le había ocurrido contar antes en un disco; algo que me confirmaba que la Velvet era mucho más que un grupo de música, que había muchas cosas que, en este país de pandereta, me había perdido y que, todavía, me estaba perdiendo. Y Lou posiblemente fuera el guardián de muchas de esas cosas, que él siempre las conservaría en sus canciones, a la espera de que estuviéramos preparados y dispuestos para escucharlas. Aunque, por aquel entonces y a mis 18 años, yo me contentaba con escribir, eso sí, con las mejores intenciones, ingenuas poesías como ésta:

Lady Godiva,-

¿Quién sabe de los sueños

de una loca de amor?

Lady Godiva, ¿dónde estás?

Lady Godiva, ¿dónde vas así,

despeinada y terca?

Ven y déjame al menos

una tierna despedida con tus ojos.

Lady Godiva, la locura

después de Lady Godiva

una noche de agujas,

de correas y descargas,

una noche agotadora,

incierta, despiadada.

Lady Godiva, ya te lleva

la sirena a rastras.

Lady Godiva, ¿dónde vas?

Déjame compartir

tus sueños locos, tus sueños

increíblemente atentos.

Lady Godiva suena el timbre,

¿dónde vas a llorar? Lady Godiva,

¿qué fue de tu sonrisa?

Lady Godiva, ¿dónde vas?

Lady Godiva, ¿dónde estás?

Te digo que las estrellas

no tienen que reír,

no tienen que llorar.

Te digo que sol

cuando mira el mar

se lo lleva entre sus rayos.

Lady Godiva, ¿quién sabe

cómo te perdió el amor?

Lady Godiva, ¿quién sabe

cómo te ganó la locura?

Lady Godiva, ¿quién sabe

a qué estás esperando ahora?

Lady Godiva, ¿quién sabe

de tantas cosas?

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martes, 19 de marzo de 2024

PÁJAROS DE FUEGO LIBRES

El otro día escuché el fantástico El pájaro de fuego, de Igor Stravinski, al que tenía medio olvidado y con ello me resarcí. Aquí os lo dejo entero y verdadero. En una increíble versión con la Filarmónica de Viena y Gergiev a los mandos de la nave. Y es que, por mucho que lo intento, yo no le veo desperdicio por ningún "ala" (jeje).


Pero a la vez, mienras escuchaba este Pájaro, de Stravinski un 2º pájaro se posó sobre mi cabeza. Y éste no era sino el no menos mítico Free Bird, de los Lynyrd Skynyrd. También, o más que medio olvidado. Y también os lo dejo aquí. Cómo no, Con Ronnie Van Zant luciendo ¡la emblemática camiseta del Tonight´s the Night, del imprescindible Neil Young (siempre andará el juego entre afines)!, y antes de aquel fatídico 20 de octubre de 1977 cuando el grupo sufrió el terrible accidente de avión que acabaría con la vida, entre otros miembros de la banda, del propio Ronnie y, con ello, del propio grupo. Dejo también las letras en inglés:

If I leave here tomorrowWould you still remember me?For I must be traveling on, now'Cause there's too many places I've got to see
But if I stay here with you, girlThings just couldn't be the same
'Cause I'm as free as a bird nowAnd this bird you cannot changeOh-oh-oh-oh-ohAnd the bird you cannot changeAnd this bird you cannot changeLord knows I can't change
Bye-bye, baby, it's been a sweet love, yeah-yeahThough this feeling I can't changeBut, please, don't take it so badly'Cause Lord knows I'm to blame
But, if I stay here with you, girlThings just couldn't be the same
'Cause I'm as free as a bird nowAnd this bird you cannot changeOh-oh-oh-oh-ohAnd the bird you cannot changeAnd this bird you cannot changeLord knows I can't changeLord, help me, I can't change
Lord, I can't changeWon't you fly high, free bird, yeah



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miércoles, 13 de marzo de 2024

QUÉ POCO ESPAÑOL ES LO LATINO

El otro día, sé que no fue ayer sino hace más tiempo, ¿cuánto?... ni idea, por eso lo del "otro", pues eso el otro día vi a través de la imprescindible plataforma de medici.tv un concierto interpretado por la conocida como Orquesta de las Américas en la que juntan destacados y jóvenes intérpretes de diferentes nacionallidades americanas. Sonaba la música y el público asistente aplaudía a rabiar. Incluso, entre tema y tema, la gente, no contenta sino lo siguiente, hacía ondear banderas de sus respectivos países. Y así pude ver banderas argentinas, banderas puertoriqueñas, banderas mexicanas, banderas chilenas, banderas venezolanas..., hasta ¡banderas estadounidenses! y ¡¡banderas canadienses!! Sí, todo era alegría, el verdadero fiestón de las Américas. Y viendo todo aquello me embargó una cierta envidia, y más aún cuando por ningún lado se veía, ni se esperaba ver supongo, una banderita, ni tan siquiera un broche o una insignia que nos recordara a nosotros, a la España de Cristóbal Colón, me refiero.

Claro, me direis, España no está en América. Cierto. Pero dicen que son tantos los vínculos que nos unen con aquellas tierras del otro lado del charco, que sentí como que la echaba de menos, que debería de haber estado allí. Pero no. Me equivocaba. Y viene ahora la reflexión. Porque escuchando y presenciando el concierto de la mencionada Orquesta de la Américas se me hizo, de pronto, una luz, y esa luz me hablaba y me decía de que esos vínculos de los que tanto hablamos y de los que tantos se nos llenan las bocas, sobre todo o principalmente, a nosotros los españoles, no son tales para los otros, para los americanos o, por lo menos, no lo son tan férreos. Exceptuando el idioma, aunque éste, incluso, ma non troppo ya que aún dejando, y por motivos obvios, al portugués, al inglés o francés que hablan brasileitos, estadounidenses o canadienses a un lado, no es muy fácil entender el español de un oriundo de Bolivia, o de Perú, o ¡de Argentina, boludo!

Y, por ahora, me freno, paro y me vuelvo al concierto. Porque la música que escuché, el repertorio que la Orquesta de las Américas iría desgranando durante hora y media,  fue puramente latino pero sobre los vínculos, sobre las influencias españolas, y hablaría de Falla, Albéniz, y del que se te pudiera ocurrir, cero-patatero. Incluso escuché música con ecos europeos, pero acordes franceses en su mayor parte. Y España a verlas venir, o a escuchar, como era el caso.

Y si ahora nos cambiamos de Arte y nos pasamos al 7º; esto es, al Cine, ¿qué podríamos añadir? Pues un más de lo mismo. Y aún a riesgo de ser tachado de anti-patriota que nunca he pensado que pudiera serlo- simplente porque las patrias me pillan siempre a desmano. Pero, ¡sed sinceros!: cualquier semejanza entre el Cine Español y el Cine Latinoamericano es pura coincidencia. Nos empeñamos en no subtitular sus películas- vade retro, Satanas!- y no entendemos ni jota. Reconozcámoslo. Y os invito a que escogáis dos películas, conocidillas a ser posible, y una de cada lado del Atlántico, y habladas en castellano, para que no penséis que juego con ventaja, porque incluso en estas circunstancias, ¿con qué nos encontramos?

Con Belle Epoque, de Fernando Trueba y con Un lugar en el mundo, de Aristarain, por ejemplo. Y tal vez, en el blanco del ojo se parezcan. Lo concedería. Pero ahí me planto. Y, ¿si pruebo otra vez? Ahora con dos comedias, mismo género, mismo idioma, ¿alguien daría más? Y me acuerdo de la popular Torrente, el brazo tonto de la ley, de Segura y de los Relatos salvajes, de Szifrón. Sí, otro blanco del ojo. Más de lo mismo. Entonces, qué pasa. O peor "escrito", qué nos pasa. ¿Se habrá consumado el desastre del 98, en todos sus aspectos y consecuecias?, ¿se habrán perdido ya no sólo las tierras que, una vez, poseimos al otro lado, y no de la cama precisamente (ya que hablamos de cine) sino también, y esto sería lo más triste e irrevesible del asunto, el carácter, el alma que habríamos plantado en ellas? Suena terrible pero así lo oigo yo cuando escucho a la Orquesta de la Américas o así lo veo yo cuando veo El secreto de sus ojos, de Campanella y, sin equivocarnos de título y sala, La flor de mi secreto, de Almodovar. Incluso participada, y en suculenta y buena medida, por capital español, la película de Campanella tiene de español lo que de porcelana podría tener un botijo. Sí, el sólo el dinero tampoco hizo nunca al monje.

Pero entonces, y repito la pregunta ¿qué nos pasa?¿Nos hemos quedado, y en contra de lo que nuestra pertenencia a la OTAN o al Mercado Común pudiera sugerirnos, aislados en una isla desierta, al margen de todo y de todos, gritando, por dar el cante y por hacernos oír más que nada, Spain is different!, y a lo que ahora, cuando hasta nuestros hermanos- sic- del otro lado nos han dicho adiós con la mano, habría que añadir different... and ALONE?

Me gustaría hacerme entender, ¿o tendremos aún aquel maldito tufillo pegado a la piel que nos designaba como "el imperio donde jamás se ponía el sol" y que nos hacía terriblemente anipáticos a los ojos del resto del mundo (América, incluida por supuesto)? Demasiado hidalgos, de los lanza en astillero, adarga antigua... por recurrir a las inmortales páginas de El Quijote. Así que hoy en día, cuando el viento no sopla, precisamente, en nuestro favor (¡cuántos frentes abiertos por nuestra propia cuenta y riesgo!), ese resto del mundo habría descubierto que darnos, por fin, la puntila, la estocada definitiva está al alcance de sus manos.

Nunca les hemos sido simpáticos. Para qué engañarnos. Siempre nos han tenido por el cuello. Les encanta nuestro clima, nuestro radiante sol. Pero el sol no es nuestro. Sólo nos ha caído del cielo. Por longitud y latitud; o sea, por casualidad. Y por eso no nos van hacer la ola. Así que afilan los dientes, y los cuchillos por si fallaran aquellos. Y nosotros, a componérnoslas por nuestra cuenta y riesgo. No es que estemos en una isla perdida en medio del océano, sino que nosotros somos esa isla. Y si pedimos ayuda que nadie se extrañe si no ve aparecer un mañoso bombero que apague esta olla en la que nos estamos cociendo solitos y a fuego lento.  


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jueves, 7 de marzo de 2024

EL AMOUR FOU DE FRANÇOIS Y SIR ALFRED


Que La sirena del Missisipi, la película que François Truffaut dirigió en 1969 con Jean-Paul Belmondo y Catherine Deneuve, es una verdadera muestra de amour fou, es algo que casi ningún buen aficionado podrá poner nunca en duda. Y más aún tratándose del director parisino, ese amante (el mejor y más fiel de todos) que el Cine, con mayúscula, ha tenido desde aquellos memorables años en los que escribió su imprescindible El cine según Hitchcock, ese libro de cabecera que, inmerso en la Política de Autores que ideara la mítica Cahiers du Cinema- con el mismo Truffaut al frente de sus redactores- hiciera bandera de una nueva forma de ver y analizar películas, y que ningún proyecto de cineasta debería dejar pasar y tener, por el contrario, siempre a mano: sobre la mesilla de noche, por ejemplo.

Sí, Truffaut habría sido el amante del Cine por excelencia. Habría admitido a otros a su lado, pero nunca por delante de él. Y El Cine según Hitchcock sería, entonces, como la antorcha que el direcrtor parisino habría enarbolado en sus manos, iluminando por siempre los caminos, siempre difíciles y, en muchas muchas ocasiones, pedregosos y en cuesta, que conducen a quienes lo intentan hacia la realización de películas que merecen la pena, buenas películas con las que no tenemos la maldita tentación de haber preferido tirar el dinero de la entrada al cubo de la basura, antes que haber entrado al cine a verlas. Y si en El Cine según Hitchcock, Truffaut habría plasmado todo esto en negro sobre blanco, con La sirena del Missisipi lo habría hecho en color, y  sobre su más querido celuloide.

No es que piense, con todo esto, que La sirena... es una excelentísima película, porque Truffaut- según mi modesto criterio- jamás habría firmado una de esta índole, pero a cambio sí que es una declaración de amor en toda regla; una doble, inolvidable- al menos lo es para mí- y bella declaración de amor. Por un lado, de Jean-Paul Belmondo (Louis) hacia Catherine Deneuve (Julie), embelesado por su presencia y sin que, más allá de su verdadera identidad, de las verdaderas e ignotas intenciones que pudiera tenerle reservadas, dude nunca de que su lugar no pueda estar en otra parte más que a su lado, entre sus brazos. Pase lo que pase. Por siempre jamás.

Por eso, el plano final de La sirena..., entre la nieve y la niebla, en el que Louis y Julie escapan, y lo harán hasta que Julie decida poner fin a la huída, cuando ella lo quiera y se haya cansado de Louis- y que éste admitirá sin alzar lo más mínimo la voz y sí, por el contrario, bajando la mirada y asumiendo que hasta aquí habría llegado, pero que nadie le quitará ya de encima todo lo que ha vivido y sentido por esa mujer de incomparable y glacial belleza.

¿Glacial, digo? Sí, la nieve te delata, Julie. Y Truffaut, encantado. O, ¿quién no piensa viendo el pesado caminar de los dos amantes entre la nieve, en el final que Jean Renoir diera a su gran ilusión y que Truffaut, rizando el rizo, convierte en su magnífica y propia gran ilusión. ¿Quién no quiere ver que detrás del personaje, que detrás de la ficción, que detrás de Julie, se esconde la persona de carne y hueso, el real,  Sir Alfred Hitchcock, así como detrás de Louis no hay otra sombra más que la del propio François Truffaut?

Sí, lo reconozco, este paralelismo me encanta. Por eso La sirena... no será una excelentísima película (quizá demasiada precipitación en algunos pasajes, ciertos trazos gruesos para una película que hubiera necesitado de una mayor sutileza, o una banda sonora a todas luces insuficiente y pobretona, etc.), pero siempre tendrá reservado un lugar en mi particularísima lista de películas que me hicieron amar la vida a tope Amour fou, escribía antes. Amour fou, repito ahora.faut noSeguro que Truffaut no es mejor director de cine de la Historia, ni tan siquiera uno de los mejores, pero seguro que ha sido su mejor amante.Y esta sirena sería el más ardiente ejemplo de lo que digo. Hace que la película se someta al espíritu de Hitchcock, y tome la figura y los gélidos rasgos de Catherine Deneuve. Mientras él mismo adopta el semblante de Belmondo, dejándose llevar hasta donde la Rubia quiera. Amour fou, lo llaman los franceses.

es mejor director de cine de la Historia, ni tan siquiera uno de los mejores, pero seguro que ha sido su mejor amante.Y esta sirena sería el más ardiente ejemplo de lo que digo. Hace que la película se someta al espíritu de Hitchcock, y tome la figura y los gélidos rasgos de Catherine Deneuve. Mientras él mismo adopta el semblante de Belmondo, dejándose llevar hasta donde la Rubia quiera. Amour fou, lo llaman los franceses.

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sábado, 2 de marzo de 2024

VINCE LOMBARDI Y LA OREJONA

Hace días (madrugada del 12 de febrero de 2024) vi la Final de la National Football League o de la NFL, en plan más breves. No me importa ahora qué equipos disputaron dicha Final ni cuál de ellos la ganó. La NFL no me importa para tanto. Pero sí que me importa, o por lo menos me da qué pensar, que el trofeo Vince Lombardi que se entrega al vencedor se entregó, y por exte orden lo levantaron ante el estusiasta griterio de sus seguidores,  al Presidente y Propietario del Equipo, después al Entrenador y en tercer lugar, y antes de que lo tocasen y disfrutasen el resto de los jugadores ganadores, al Capitán del equipo campeón.

Parece una chorrada, y tal vez lo sea, pero para mí no lo es. Y al contrario creo ver en este acto protocolario una muestra palmaria de aquello que es el país, de la sangre que corre por sus figuradas venas, de sus más innegociables señas de identidad. Porque ya sabéis, si me habéis leído aunque sea por encima, lo que opino: el carácter más certero de una Nación asoma en los modos en los que el Deporte en sus fronteras. Asistiendo a un partido de la NFL, y que hablamos de ella, aprendemos más sobre los Estados Unidos, ya que allí, y no en vano, este deporte es su deporte, que leyendo la biografía de Abraham Lincoln, por ejemplo otro ejemplo.

Y así tendemos que el Empresario que ha sabido, con su dinero contante y sonante, y con los colaboradores con los que ha querido o podido rodearse y en última instancia, sí, en última instancia con los jugadores que los anteriores han querido o podido contratar, ha formado un equipo ganador: el ganador, en nuestro caso, de la NFL/2024.

Y de ahí el protocolo de entrega del trofeo Vince Lombardi que, si se piensa bien durante unos minutos, responde punto por punto a esas señas de identidad que citábamos antes y de las que el ADN norteamericano se encuentra embadurnado hasta las cartolas. Y de esta forma, el Empresario, primero; el Entranador, después y, por último, el Capitán. Y si lo analizamos con la objetividad que se destila en aquellas tierras del otro lado del charco, veremos que esa liturgia no es más que el modo más recnocible de sus verdaderos modos de ser.

Por eso, y ante todo, pleitesía al Líder- o no se llama el trofeo Vince Lombardi?. Y si hay más de uno, primero pleitesía al Líder Económico, si se me permite la fea expresión. El de la pasta, y no precisamente italiana, el que hace posible, con su cuenta bancaria, que, entre el resto de personas, puedan surgir otros líderes, aunque estos siempre por detrás de él, siempre condicionados por su mayor o menor pericia (en los negocios, sí). Claro, en los EEUU el Empresario, el Propietario manda. Él es el Jefe del cotarro, el Dueño del Equipo. Y por eso es el primero en poner sus manos sobre Vince Lombardi. Y nadie lo discute. Y todos le mirar y le admiran con la baba colgando o los dientes rechinando por la envidia. El resto son sus "muchachos", las piezas con las que ha armado esa empresa (¡otra más!) que juega al football como ninguna otra empresa del país sabe hacerlo. 

Sin embargo en Europa es la Orejona, como popularmente se conoce, el trofeo que se entrega al equipo ganador de la Liga de Campeones (nada de Vince: nótese la diferencia: Orejona en lugar de Vince Lombardi), máxima competición a nivel de equipos, y lo más parecido a la NFL fuera de las esferas estadounidenses. Y esta Orejona por supuesto que no le ríe las gracias ni le hace el más mínimo caso al líder, Y por eso es alzada por el capitán del equipo campeón: por un simple asalariado. Y el entrenador lo mismo: la toca, sí o no pero, en cualquier caso, como los demás miembros asalariados del equipo. Pero al Empresario, al Propietario y Dueño del equipo ni se le ve sobre el césped, ni se le espera. A lo sumo se le escapará una sonrisa, o un puño de alegría conteniido en un, por lo común, hierático Palco de Autoridades.

Es como si el auténtico Líder del grupo deportivo, el Propietario no contara o no contara más que para garantizar que sus "muchachos" cobran la nómina a final de mes. Y como si eso fuera agua de borrajas. Pero es que es así: en Europa, en este lado del charco, la valoración del líder brilla por su ausencia. La pleitesía que los norteamericanos rinden a su (buena) estrella, nos suena en nuestros viejos oídos europeos, a impresentable y cobarde rendición a las órdenes del dinero. Y nosotros todo eso de agachar cabeza o plegar velas ante un rastrero billete de 500€- si es que existe (jeje)- nunca lo meteremos en el equipaje y, muy a menudo, se nos olvida (¡y qué importa!) sobre la cama.

Y es que, y con esto daré por concluida esta entrada, en el imaginario estadounidense el éxito económico siempre es una fiable pista que nos lleva hacia los Elegidos, hacia aquellos que, sin ningún mérito por su parte, han sido tocados por los dedos divinos. Por eso el Propietario es el primero en tocar a Vince Lombardi o al Trofeo que lo representa, mientras que en Europa la Orejona es tocada y levantada por todo el equipo haciendo piña. Claro, es la nuestra una tierra donde a los líderes siempre se les mira con recelo. Siempre desconfiamos de ellos. Por algo, por estos lares, hemos conocido a Napoleón, Mussolini, Hitler o Stalin. Por algo preferimos verles de lejos. En cualquier lejano e inaccesible Palco de Autoridades.  

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