Ayer me di una vueltilla por el BBK Live, para que no se diga, y elegí el concierto de Ángel Stanich del que me habían hablado muy bien. Y fui a pesar de la hora a la que estaba programado el concert, ¡a las 15,30!, y a pesar de la chicharra que cascaba a esa hora intempestiva.
Pero a pesar de todos estos pesares el Escenario Vueling, que así se llamaba el lugar donde Ángel iba a tocar (la pasta ordena y manda en nuestros días, ¡sniff!: empleados ataviados con uniformes Vueling repartíeron abanicos con el logo de la compañía aérea para sacudirnos de encima el bochornazo), ubicado entre las robustas y acristaladas Torres Isozaki, que el arquitecto japo del mismo nombre había disreñado y construido, estaba lleno hasta los topes (cierto, el concert era gratis: bereziak) y con la peña con muchas ganas de pasar un buen rato. Y Stanich, en ese sentido, no se iba a hacer de rogar. Tocó una horita, que a muchos nos supo a poco, pero ya se sabe, donde manda Vueling no manfda marinero. Esto es lo que hay en estos tiempos que sólo saben cotizar en Bolsa.
Pero si nos olvidamos del abuelete cascarrabias, la cosa estuvo más que bien. Para empezar y antes de que Ángel se subiera al las tablas sonó el majestuoso Main Theme de Twin Peaks, lo que habla, y muy bien, de los gustos de Ángel. Aquí os lo dejo para que vayáis entrando en calor,
Y cuando terminó Badalamenti, el concert empezó. 9 temas. La peñota tararreando las letras y Ángel brincando mientras rasgaba su guitarra acústica. Delgadito, delgadito, una especie de flautista de Hamelín (a lo Ian Anderson) con mucha barba y mucho descaro. Me lo imagino a gusto en mitad de una bronca. Entre los 9 temas, y para que os hagáis una idea, este Escupe fuego,
Y a las 16,45 Ángel terminó. Bajo las notas del Centro de gravedad, de Battiato el grupo se despidió bailando (sí, impecables sus gustos musicales) y la peña siguiéndoles el rollo a él y a la bonita canción de Franco, brincando a lo loco. Era de lo que se trataba, ¿no? De perder, irónicamente, el centro de gravedad durante 60 minutos y olvidarnos, durante esa horita, de que en Ucrania la gente muere como moscas, de que, seguramente, algunas pateras estén rellenando los últimos y pírricos huecos que quedan libres entre sus endebles maderos antes de ser lanzadas a ese Mare Nostrum, que a ver si nos enteramos, traducimos del latín y nos convencemos de que es un mar "de todos nosotros" y de que, por lo tanto, a todos nos atañe lo que en él suceda. Seguro que Ángel suscribiría el deseo.
Pero ya finito: y la baskota preparándose para subir a Kobertas, y yo preparándome para subir a casa a comer y ver el Alcaraz-Jarry. Tenía hambre. ¡Coño, eran casi ya las cinco y media! Y pensé que posiblemente en estos tres días de Festival habría habido otros conciertos tan buenos como éste de Ángel Stanich, pero mejores, lo dudo.
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