"(...) Los dos se abrazan sobre la toalla. En la
playa reina la algarabia propia de esos momentos de felicidad absoluta.
En la banda de sonido vuelve a oirse el tema musical “Sé de un lugar” de Triana.
*** FIN***
EN LA TIERRA PROMETIDA”
Y como tampoco debe resultar complicado de intuir, en aquella época yo andaba muy enganchado con la música Triana, y en concreto y más allá de su archiconocida Tu frialdad, me encantaba Sé de un lugar. Y de hecho si me decidí a escribir el guón de En la tierra priometida fue porque esperaba poder introcucir en ella el tema de Triana, creando un evidente paralelismo entre mi tierra prometida y ese lugar mágico, perfecto e imposible, me temo, al que Triana se refiere con su canción.
Claro que después, y como tantos otros
proyectos y como ya he adelantado, el guón encalló en el cajón de las ideas postergadas, no gustó lo
suficiente, falló la financiación o no me acuerdo. El caso es que el proyecto no llegó a materializarse.
Pero el caso es que más de 20 años después,
visionando las películas que optarán a los Premios José María Forqué, me he
encontrado con la notable Girasoles silvestres, de Jaime Rosales, y cuál no sería sido mi sorpresa cuando comprobaba que la película de Rosales finaliza sobre un plano
general en el que la estupenda Anna Castillo paseando con Alex, su pareja
actual y con sus hijos, se alejan de cámara ¡bajo mismos acordes de Sé de un
lugar!, de Triana.
¿Una casualidad? OK. La concedo. Pero no sin darle alguna vuelta de más. Por algo este blog se llama como se llama y por algo yo cada día estoy más convencido de los “tesoros” que guardaba la mente de Platón, el filósofo de la Grecia Antigua que defendía el Mundo de las Ideas, y al que luego Aristóteles se le puso enfrente y quiso ponerle en sus sitio.
Aunque sin lograrlo del todo… Y menos aún, definitivamente... O, por lo menos a mí, no habría acabado de convencerme la superioridad que el filósofo de Estagarita ostentaría sobre Platón a lo largo de muchos (¿demasiados?) siglos.
Porque tratando de explicarlo
deprisa y corriendo el Mundo de las Ideas platónico sería Aquel Mundo donde los
hombres tienen acceso a todo, absolutamente a todo. Y lo que habría ocurrido es que
al pasar o caer desde ese Mundo de las Ideas a este Mundo Real, o sea, a nuestro Mundo
el impacto habría sido tan brutal y tremendo que el ser humano se habría olvidado de
todo, o mucha parte, de aquello que ya habría aprendido. Por ello, un recién nacido sería un ser
ignorante y a medida que va creciendo NO ES QUE APRENDA SINO QUE RECUERDA LO QUE YA SABRÍA Y HABRÍA OLVIDADO.
Por eso para Platón aprender es recordar. Lo que no es cualquier menudencia porque, en un primer momento, el
hombre, por muy listo que se crea, no inventaría nunca nada sino que, simplemente, hallaría algo que
habría perdido por culpa de su maltrecha memoria.
Esto me encanta. Porque la Educación, en este caso, se trataría principalmente, de aprender a recordar. Y a más Educación, más
Aprendizaje y mayores y mejores Recuerdos. Y al homo sapiens se le bañaría con una capita de humildad y se le restaría buena parte de su albornoz de orgullo-aquí-estoy-yo. Porque ahora el que sabría más, sería simplemente el que más recuerda. Las Ideas no serían nuestras. Viven más allá de nuestros hogares y cerebros.
Picasso lo decía bien clarito: yo no invento nada; yo sólo encuentro. Porque, según él, y según Platón, y según yo mismo (modestia súper aparte) las ideas no pertenecen a nadie. Ellas están en su prístino Mundo y es nuestra labor traerlas a escena para que todo el Mundo pueda aprovecharse de Ellas sin que nadie pudiera reclamarlas como patrimonio suyo porque de ningún modo lo sería. Nadie se definiría como su autor. Y sí, y a lo sumo, como su recordador.
Por ello cuando vi la película de Rosales
y desempolvé mi guión de En la tierra prometida supe que el empleo de la música
de Triana no fue una creación que debiera atribuírseme, de igual forma que
tampoco Rosales debería adjudicarse ninguna (original) paternidad. Terminar una
película con las notas de Sé de un lugar sería alguna Idea escondida en algún rinconcito del platónico Mundo de las Ideas esperando que alguien algún día la recordara.