La cosa, no penséis que
exagero, se las trae. Porque desde que la Revolución Francesa
instauró aquello tan bonito de Igualdad-Fraternidad-Libertad la cosa no sólo ha
ido rápido sino que, con esta rapidez (o liquidez, que diría el imprescindible
Bauman), la cosa se nos ha hecho paradójicamente complicada, o muy complicada.
Claro, con la cosa me estoy
refiriendo a la Vida,
a nuestras vidas cotidianas, en las que andamos diariamente enredados mientras
el tiempo pasa (volando), mientras que con esa Egalité nos las prometíamos tan felices. O, ¿no nos ha resultado,
acaso, una promesa fallida o, por lo menos, no tan feliz como proclamaban y soñaban
nuestros antepasados en las Tullerías?
Claro, la cosa nunca se nos
dice del todo. Parece que siempre nos empeñamos en hablar a medias. Y la Egalité se nos
presenta, hoy en día (y ya en el siglo XXI), como una preciosa conquista
irrenunciable. ¿Preciosa, he puesto?
Porque ya sabéis que he aprendido desde que escuché el mítico vinilo The Dark Side Of The Moon, de los
imprescindibles Pink Floyd, que todo lo bueno tiene su otra cara, aquélla oscura,
no tan buena y que, por lo tanto y del mismo modo, todo lo precioso tiene
también su otra cara, también oscura, no tan preciosa, e incluso, fea (como eso de atizar
a la abuela con un palo).
Y es que con la Egalité,
con la Igualdad
corremos un serio peligro en el que no siempre hemos reparado: pensar que todos
somos iguales, que todos valemos lo mismo, que todas nuestras palabras cuestan,
por lo tanto, lo mismo, las pronuncie quien las pronuncie, sin reparar en que,
quizás, esta completa y absoluta Igualdad nos está llevando por los más oscuros
y revueltos (de “eses”) caminos de la amargura que, de hecho, es por donde
parece que nos estamos empeñando en transitar.
Porque si nos agarramos a esa
Igualdad universal posiblemente también nos estemos acercando (inconscientemente,
vale, lo concedo) a ese qué más da
con el que comenzaba el título de esta entrada. Claro, qué más da, si todo da igual, si todo vale lo mismo, si todo es
igual, si todos somos iguales, si lo mismo vale un roto que un descosido. Y es
que, aún a riesgo de encontrarme más solo que la una o con más de uno en
desacuerdo o, peor todavía, con ganas de gresca, apuntaría a que esta Igualdad
debe ser afinada ya que si con Ella nos vemos abocados a ese peligroso
todo-da-igual, habrá que frenarle los pies y reconocer que no todos somos tan iguales,
que al igual que un brazo y un cerebro, que pertenecen los dos al mismo cuerpo
humano pero con innegables y diferentes valores, un servidor y Bill Gates, por
ejemplo se me ocurre, también somos iguales en cuanto integrantes de la raza
humana sapiens pero, ¡qué duda cabría!,
también somos diferentes (y no sólo físicamente, claro) y valorados, por lo
tanto, con diferente rasero y precio.
No podemos obviar esta
realidad. Cruda o no. Pero en un hipotético caso de destrucción masiva del
Planeta y en la coyuntura de tener que salvar, digamos, a 20 individuos de esta
raza humana sapiens, a la que sí,
todos pertenecemos porque todos somos humanos e iguales, algunos habría que
tendrían prioridad sobre otros, por sus mayores méritos o valía para la Humanidad, y desde este
punto de vista yo mismo debería reconocer con la cabeza gacha y, quizás, con
los ojos arrasados por las lágrimas (soy un giñao) que Bill Gates, con los
otros 19 afortunados, subiría a esa nave nodriza que le sacaría de la Tierra y lo llevaría a otro
planeta más saludable y a salvo, mientras que un menda le vería despegar con
los pies en el suelo, tragando saliva y muerto ya (de envidia cochina).
Pero esto que suena tan horrible evitaría que cayéramos de bruces en ese
babilónico todo-da-igual y evitaríamos tonterías como este calendario con el
que nos viene obsequiando la copistería Goya desde hace un par de años, y en el
que se han suprimido los santorales (se supone que por no herir las
susceptibilidades de nadie, ya que todos-somos-iguales- sic) que corresponden a cada día del año. De forma que el 14 de
febrero, ya no es San Valentín sino Valentín, a secas; del mismo modo que el 19
de marzo ya no es San José sino José, como si el tal José fuese un coleguita más
de la cuadri (sí todos-somos-iguales) y sin caer en la cuenta, además, que por
estos derroteros tan absolutamente igualitarios podemos despeñarnos en cualquiera
de esas “eses” que puntúan nuestro particular camino de la amargura. Sí,
posiblemente, en el año 2021 este 19 de marzo sea el día de Pepe. Y todos nos
reiremos cuando arranquemos la hoja de febrero y lo veamos; sí, porque
todo-da-igual. ¡Socorro!
El fin de semana del 8 de
febrero di cumplida cuenta de uno de mis añorados viajes; a la 1ª parte de uno
de mis añorados viajes, para ser más exactos. La cosa consistía en presenciar,
como primer objetivo, en directo un Escocia versus Inglaterra en Murrayfield
con la Copa Calcuta
en juego; o sea, el partido que enfrenta a estos dos equipos dentro del VI
Naciones de Rugby, y en Edimburgo, en la guarida escocesa y lugar de nacimiento
de mi admirado Robert Louis Stevenson.
Porque visitar la Stevenson House, donde el escritor
residió desde los 7 a
los 30 años, y recitar (soy un romántico o un colgao, ¿qué se le va a hacer?)
junto a la farola que preside, desde la acera, la subida por las escaleras que
conducen a esa puerta del 17 de Heriot Street, el precioso poema de El farolero, era el segundo de mis
deseos:
(En traducción de Txaro Santoro
y José María Álvarez)
Mi té está a punto y el sol
se va;
es hora de apostarme en la
ventana para ver pasar a Leerie;
cada atardecer a la hora de
sentarnos a tomar el té,
con su escalera y su luz pasa
Leerie encendiendo las farolas.
Tom será conductor y María
irá al mar,
y papá es banquero, el más
rico de los banqueros;
pero yo cuando sea mayor y
pueda decidir qué quiero ser,
oh Leerie, iré contigo para
hacer cada tarde la ronda de las farolas.
Nosotros somos muy
afortunados; tenemos una farola junto a la puerta.
Y Leerie se detiene para
encenderla igual que hace con todas;
oh Leerie, antes de marcharte
con tu escalera y tu luz
esta noche saluda al niño que
te estará mirando.
Y para concluir el finde, y
como tercer deseo, y ya que viajaba con Paula, mi mujer, no demasiado
aficionada al rugby y todavía menos a la lluvia, al viento (¡y con
la borrasca Ciara cayendo sobre nuestras cabezas por si no teníamos suficiente!)
y al frío-que-pela y que asola durante estas fechas las Highlands, había
reservado una habitación en el mítico Caledonian,
un hotelazo, para dos noches (¡nuestro bolsillo no va más!) que suponía iba a
gustarle (¡cómo no!), y con el que además rendía el más que merecido homenaje a la
película Promesas del Este, de David
Cronenberg, una de las últimas obras maestras que he tenido ocasión de ver en
una sala de cine.
Y es que en la mencionada
película Viggo Mortensen, enrolado en la mafia rusa que opera en Inglaterra,
tiene que esconder al tío Stefan, el tío de la enfermera que interpreta Naomi
Watts, su amor imposible, ya que la mafia quiere asesinarle, para lo cual le
inscribe en el Caledonian en lugar
de enviarle con un tiro en la cabeza al cielo tal como le han pedido sus jefes,
a ese hotel que también está muy arriba y tiene también estrellas (5). Aparte de todo esto
el papel del tío Stefan esté interpretado en la película de Cronenberg por
Jerzy Skolimovski, el gran director polaco de El buque faro o El año de las
lluvias torrenciales, lo que no hacía sino añadir (al menos lo hacía para mí)
mayor mítica y placer al viaje.
Y así nos pasamos Paula y yo el
finde. El partido y la Copa Calcuta
(se juega desde 1872 y creo, que es la competición entre equipos más antigua de
la Historia)
volvió a manos de Inglaterra porque el quince de la Rosa ganó 6-13; el Caledonian nos recibió con los brazos
abiertos y nos despidió con un sonriente see
you soon; y yo comprendí porqué el sufrido Robert Louis tuvo que salir de
su ciudad natal y emigrar a los cálidos Mares del Sur (ésta será, D.m., la 2ª
parte de nuestro añorado viaje “Stevenson”). El clima y el cielo no dan tregua. El
viento y el frío siguen pegándonos de frente. Y mientras la lluvia nos ataca
desde arriba. Pedimos refuerzos y resonó (ver vídeo) el Flor de Escocia. Sí, todo fue fantástico.