lunes, 28 de diciembre de 2020

¡SILENCIO, COÑO!

                                                Otra para Wences; sin él nada de lo que sigue, hubiera seguido…


Hace unos años, no demasiados tampoco, la editorial Beta III Milenio me publicó el ensayo Cállate la boca en el que trataba de disertar sobre el silencio; el silencio versus la palabra, ya que siempre me había llamado la atención que no en todas las culturas la palabra tiene tanta importancia como en la nuestra, la Occidental, y me sorprendía el profundo mutismo con el que, por ejemplo, muchas tribus africanas pasan horas reunidos en torno, por ejemplo también, a un agradable fuego o yendo de caza.

Y es que siempre me ha llamado la atención cómo lo que resulta una obviedad para nosotros; o sea, y en este caso, hablar hasta por los codos, no lo es tanto para otros pueblos que prefieren el silencio como saludable compañía. Pero así ha ocurrido desde que nuestro Dios creó el mundo a partir de la palabra, del recurrente en el Antiguo Testamento “Y Dios dijo: hágase la luz, y la luz se hizo”. La palabra no sólo como sonido articulado, sino como productora de sentido.

Esto mismo lo retomarían los griegos clásicos años más tarde, y en la palabra encontraron su particular y decisivo logos, la auténtica razón de ser de las cosas. Y ya sabemos que aquellos griegos fueron mucho griego. Aunque, siglos después todavía, nos apareciera Nietzsche que cambiaría el sesgo de los sonidos aludiendo a aquello que aprendió de otros filósofos como Schopenhauer o Wittgenstein, y que podríamos resumir, más o menos, en que cuando ya no nos quede nada por decir, sólo el silencio sabrá acompañarnos. Y al hilo de estos dimes y diretes (y valga la redundancia) escribía también en Cállate la boca sobre Hölderlin, el poeta o Antonioni, el cineasta: dos artistas a los que las circunstancias personales les hicieron familiarizarse con los sonidos del silencio. Y no hablo, precisamente, de Simon & Garfunkel.

Y tampoco es que pretenda ahora darme bombo ni platillo. Lo hecho y escrito, hecho y escrito está, y ahí seguís teniendo mi ensayo para aquél que quiera comerse el tarro a gusto, para aquél que quiera aprender algo sobre lo que no había caído y, en definitiva, para aquél que aprecie el silencio como algo más valioso de lo que cualquier voz pueda decir.

Y continuaría sin dejar de sorprenderme. Porque siempre que tratamos, y nos creemos, muy originales por haber puesto el dedo en una llaga que pensamos que nadie ha tocado nunca, salta la liebre y nos percatamos que ni somos tan originales, ni somos para-tanto. Porque, y circunscribiéndonos al silencio, ¿qué os parece la pieza 4´33´´ que John Cage compuso en 1952, y que aquí abajo os dejo en una interpretación de la Filarmónica de Berlín a las órdenes de su nuevo titular, Kiril Petrenko?


Sí, el compositor americano se me adelantó por cuatro minutos y treinta y tres segundos. Y, ¿qué opináis de la silenciosa meditación a secas, o de la meditación trascendental, practicada desde hace tiempo por muchísimas personas inquietas por experimentar, entre las que encontramos al mismísimo David Lynch o los “mudos” métodos que Braco The Gazer intenta usar para sanar los males que afectan a aquellos que creen en él y asisten a una de sus terapias? Porque el arte de Braco consiste, simplemente, en salir a un escenario y mirar (to gaze) en absoluto silencio al público presente. Y se cuenta que sus resultados son asombrosos (aunque a mí, de momento, y por mucho Cállate la boca, que me registren). 


Pero hay que reconocer que la influencia de Braco ha sido suficiente como para que una de las organizaciones adscritas a la ONU le haya entregado recientemente un premio de la paz en una ceremonia multitudinaria celebrada en Nueva York. Incluso la buenorra de Naomi Campbell piensa de él que es la reencarnación de Dios en la Tierra. Y miles de usuarios se conectan en streaming a su web para recibir unas cuantas de sus píldoras silenciosas y de su milagrosa mirada. Porque Braco, mientras tanto, va a lo suyo: mirar y callar. Y las reacciones de la gente que asiste a su “consulta”, espectaculares. Muchos, con fotografías de parientes aquejados de extrañas enfermedades y Braco, manos a la obra… mirando y chitón. Así ha conseguido, por ejemplo, que espinas dorsales con forma de muelle se enderecen como postes de la luz y que haya personas que  han encontrado en él, y en su mirada silenciosa, el sentido de sus vidas o eliminan vicios que creían “ineliminables” o restauran lazos con padres, madres, abuelos y ¡mascotas! que creían perdidos para siempre.


Pero más allá de la superchería o de la credibilidad que pudiera despertarnos Braco “The Gazer”, lo que a mí más me ha tocado la fibra y lo que, en cierta manera, conecta directamente con mi ensayo, es el hecho de que en una sociedad dominada por el ruido, la prisa y la palabrería, el silencio y el mirar a los ojos de otro ser humano sin abrir la boca son algo tan raro como el platino, tal y como escribía en su crónica uno de los periodistas que ha sacado a la luz el caso Braco.

 Porque la sociedad de la palabra y del logos, la nuestra, ha pasado, sin duda, a ser la sociedad del mogollón, del ruido y es, irónicamente por esta misma razón, el lugar perfecto para que un hombre que te obliga a estar, simplemente, 10 minutos callado y observándole a los ojos, se convierta en una suerte de fenómenos paranormal, y él mismo en un bicho raro al que muchos parlanchines encerrarían en una jaula y tirarían después la llaves a cualquier río cercano… pero lo suficientemente profundo.

  

                            ¡Ah!, y Feliz... y silencioso Año


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sábado, 19 de diciembre de 2020

MUCHAS COSAS, PERO NADA IMPORTANTE

Me acuerdo estos días, y lo hago muy a menudo (cosa rara porque las repeticiones me aburren, pero qué sé yo…), de un pasaje contenido en la novela Effie Briest, de Theodor Fontane que, posteriormente, inspiró a Rainer Werner Fassbinder para la realización en 1974 de una de sus mejores películas (¡fue una de las 3 que dirigió ese año!), con el mismo título que la novela más el añadido del apellido del escritor alemán, o sea, Fontane Effie Briest.

Y en ese pasaje, a menudo rememorado por mí  durante estos días (luego se verá porqué), dos amigo conversan y uno de ellos, con cierta trascendencia en sus palabras, le pregunta al otro qué es la vida para él, a lo que el amigo responde que la vida viene a ser como una gran cena donde se reúnen decenas, cientos de comensales. Y de repente uno de ellos se levanta y se dirige a los servicios. Cuando al de unos minutos vuelve a salir pregunta, azorado, a uno de los presentes, ¿qué ha ocurrido mientras he estado fuera?, ¿de qué se ha hablado? A lo que el interpelado contesta, ¿ocurrir?, ¿hablar? Sí, han ocurrido y hemos hablado de muchas cosas, pero de nada importante. Así que no te preocupes. Por lo que el primero, ya más tranquilo, vuelve a tomar asiento en la concurrida mesa.

Y es que yo así me imagino esta Vida, como la concurrida mesa de Effie Briest, donde se habla de MUCHAS COSAS pero, en el fondo, de NADA IMPORTANTE. Y más aún en esos tiempos “pandémicos” (y perdón por el barbarismo), en estos tiempos que corren-que-se-las-pelan. Porque pienso que se trata de la última jugada maestra que nos trata de colar este jodido sistema con el que nos empeñamos en con-vivir.

Porque cosas graves sí que están sucediendo y bastante más de lo que muchos piensan, pero para que esta gravedad no nos ponga en pie de guerra, ¿qué sería lo último que a nuestros mandamases se les ha pasado por sus siempre-inquietas molleras? Pues lo que decía el convidado a la cena de Effie Briest, que ocurran muchas cosas. O, ¿no nos cansan hasta la más profunda extenuación la ingente cantidad de noticias, de cosas, con las que a diario nos bombardean los mass-media, televisiones, prensas, radios, redes sociales, twitters; que si Donald Trump, que si el rey emérito, que si la vacuna contra el Covid, que si el Brexit, que si en Marte se ha encontrado hielo, que si el toque de queda, … que si qué sé yo.

Porque lo verdaderamente importante es hablar, como decía antes, de MUCHAS COSAS. Esto es lo decisivo y fundamental para que entre esa ingente multitud las individualidades pierdan importancia, se disuelvan pasado un rato como un efferalgam en un vaso de agua. ¿O no nos olvidamos, pasados apenas unos diítas, de aquello que en su momento nos pareció lo más terrible y vergonzoso?

Claro, si a lo terrible y vergonzoso lo enterramos, día tras días, bajo más y más morralla terrible y vergonzosa, de lo primero, ¿quién coño se acuerda?, ¿quién continúa dándole importancia que debería habérsele dado? Sí el comensal de la magnífica novela y película de Effie Briest o de Fontane Effie Briest tenía toda la razón: MUCHAS COSAS, PERO NINGUNA IMPORTANTE. Por ser precisamente muchas.

Así que en estas tareas andan nuestros informadores envueltos durante estos días. Resulta de vital importancia que todos los días, cada minuto y segundo cuentan, saquen a la luz todos las cosas que puedan ser iluminadas, se trate de lo que se trate, graciosas, tristes, chorradas, sesudas controversias, curiosidades, alarmas que quizás consigan apagarse… o no. Lo que sea, pero que todas juntas formen MUCHAS, MUCHÍSIMAS COSAS para que, de esta forma, nada resulte particularmente importante y podamos vivir como parece que nos gusta (cierto es que también parece ser la única manera que hemos ideado para soportar esta Vida), viviendo en y con la más pura insustancialidad e intrascendencia porque, en el fondo, quizás Woody Allen tuviera razón cuando un periodista le cuestionaba sobre la comedia y el contestaba, ¿comedia?, sí tragedia + tiempo. Claro, tiempo para que haya más y más cosas y que nada importe demasiado, demasiado.
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sábado, 28 de noviembre de 2020

LA VIDA CON ASTERISCO

No es lo mismo aunque los cronistas no quieran darle mucho bombo ni sacar de ello demasiada sangre. Porque hablar, tampoco se habla mucho de esas gradas vacías, de esos campos a la intemperie, de esos partidos donde se escucha a los jugadores proferir esas llamadas o gritos que no pueden contener. Porque aunque los prebostes de nuestras existencias  se empeñen en lo contrario, esta nueva normalidad de marras en la que andamos enredados, como mucho es “nueva”, pero jamás será “normalidad”.

¿O es que, ahora, el público no vale para nada? ¿O es que, ahora, el público sí que es realmente, si hablamos del fútbol, el jugador nº 12, o sea, ése que provocaría la eliminación ipso facto de su equipo (del alma) por alineación indebida? Vaya y yo, por lo menos, que  me creo parte de él, me cierro en banda y me niego a creer que no valgo para nada. Porque si soy parte del público, ya soy algo y dejo, automáticamente, de ser nada. Acaso, incluso, pueda ser una parte de lo que diseña y escribe esta entradilla.

Por lo tanto, y en estos momentos, si algo debiera apuntarse a la categoría de “nada-de-nada” será esta (nueva) normalidad. Porque las competiciones deportivas se están jugando sin público a la vista. Y continúan jugándose como si no pasara nada, y que me valga la redundancia. Se corrió el Tour, el Giro y la Vuelta. Se ha jugado el Master de tenis, y se están jugando, entre otras, las diferentes ligas nacionales de fútbol y sus correspondientes Champions o Euroleaques, o como quiera que se llamen a las ligas europeas. Sí, claro, se insiste en continuar adelante como si nada pasara cuando, en realidad, está pasando de todo.

Porque si hemos quedado en que algo somos y las competiciones deportivas se disputan sin nosotros, en algo estará influyendo nuestra ausencia, ¿no?, la ausencia del tan ensalzado en otras ocasiones, y por continuar con el fútbol, jugador nº12. Y me acuerdo, entonces, del maestro Zen, del hijo de Buda, del insobornable y en ocasiones, flemático y toca-pelotas de Phil Jackson, el gurú que ayudó a ganar seis Anillos de campeones de la NBA a los Bulls de Michael Jordan. Y es que el místico de Phil, cuando la NBA cerró por aquella huelga en la que los jugadores se plantaron durante la temporada 1998/99, y se vio obligada a reestructurar su calendario (no se empezó el 3 de noviembre sino el 2 de febrero), y reducir el número de partidos a disputar por cada equipo durante su Liga Regular de 82 a 50 y de la que, finalmente, acabarían coronándose campeones los Spurs de San Antonio con un exultante Gregg Popovich al frente de su banquillo, no tuvo reparos en bajarle los humos y declarar, digo, el bueno de Phil, aquello de campeones sí, Gregg, pero campeones con asterisco.

Y es lo que yo pienso que va a pasar cuando esto de los estadios vacios, y del Covid, pase de largo. Porque todos los campeones, durante estos terribles meses de pandemia, habrán sido campeones con asterisco; campeones cuando en los graderíos no se escuchaba ni el sonido de una respiración, cuando el silbato del árbitro parecía la estruendosa sirena de una fábrica avisando a sus currelas del final del tiempo del bocata. Porque con público todo hubiera sido diferente. El público hubiera aplaudido, hubiera gritado, hubiera cantado cuando la ocasión lo hubiera merecido y los jugadores se hubieran sentido distintos, alegres y recargados con esa energía milagrosa y misteriosa que les hubiera llegado… ¡del cielo!. Y el público hubiera abucheado, hubiera silbado, hubiera, incluso, insultado cuando la ocasión, igualmente, lo hubiera merecido y los jugadores, entonces, se hubieran sentido cohibidos, avergonzados o, quizás, enrabietados y espoleados por la adversidad,… ¿quién podría saberlo? Pero ya lo dije antes, con público todo hubiera sido diferente. Así que nadie nos engañe y, menos aún, nos regañe: durante la pandemia, y con los campos a pelo, las competiciones y la vida deberán llevar siempre adosadas a sus siglas un enorme asterisco.

¿O no es la vida la mayor y mejor de las competiciones? Una tarjeta roja te inhabilita para seguir jugando. Varias tarjetas rojas te condenan al ostracismo durante una temporadita. O sea, a la cárcel. Y una tarjeta amarilla, un aviso para navegantes que, seguramente, el infractor solucione abonando una pequeña multa.

Por eso, el asterisco de Phil Jackson puede hacerse extensivo a todo, no sólo a la NBA. Sería el asterisco, entonces, la señal de que algo no ha ido como debería haber ido; o sea, la normalidad se ha extraviado en un bosque negro, muy negro; o sea a la normalidad le ha caído encima un asterisco; o sea, la normalidad*. 


 
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viernes, 20 de noviembre de 2020

EL PORNO, EL MUSICAL, EL SPAGUETTI Y EL BEL CANTO


La pandemia de marras está dando para muchos comentarios y muchas cosas y más que dará, me supongo, mientras no dejemos de hablar y de enredar. A mí el otro día, por ejemplo, me pasó lo siguiente: tenía entradas para asistir a la representación de El turco en Italia, la ópera de Rossini pero a cuenta de las medidas sanitarias que el Gobierno había tomado la función tuvo que reducirse de las 3 horas que dura, másmenos, la ópera a una escasa hora y media; o sea, a la mitad. ¡Casi nada! Y todo ello, además, avisando a los responsables de ABAO, la asociación que organiza la Temporada de Ópera de Bilbao, con unos poquitos días de antelación.

Y entonces se me ocurrió ponerme en el pellejo de ABAO y pensar en el nuevo y jodido problema que les había surgido: ¿cómo reducir tres horas de ópera a la mitad, y que el público continúe enterándose del meollo de la trama y de la función, y eso sólo con 72 horitas para meter la tijera?

Y reconozco que anduve más despistado de lo normal porque no caí en la cuenta que la solución, como se comprobó luego que la tenían los asesores de ABAO, yo también la tenía delante de las narices; esto es, considerar y medir a la ópera con el mismo rasero que ¡a las películas pornográficas o, por ser más finito, que a las películas musicales!

¿Y en qué consiste esta maldita “consideración”? Pues en adaptar El turco… eliminando lo que no se incluye en el argumento. Esto es, de igual forma que una película pornográfica vería reducido su metraje al cuarto de hora eliminando las escenas de sexo, y la gente seguiría al loro con la trama,  o que una película musical cabría en un suspiro suprimiendo los números musicales, y el espectador tan pichi,  El turco… se redujo a la mitad borrando de su partitura y, por consiguiente, de la escena… casi todas las arias. Y así, nos quedamos todos los que asistimos a la representación: perfectamente enterados del argumento y de sus giros, de las motivaciones que mueven a sus personajes pero sin que las melodías cantábiles se filtraran en nuestros oídos. Y Rossini se quedó, de esta manera, en Rossi… pero sin que el futbolista que dio a Italia el Mundial del 82´tuvieraa nada que ver con la amputación.

Pero bueno, detrás de esto, ¿qué fue lo que me llamó la atención, lo que saqué en claro con esta estrategia digna de la más apañada y salvaje tribu de jíbaros (por aquello de la “reducción”)?  Pues que de igual forma que las escenas de sexo en las películas pornográficas o que los números musicales en los films musicales, las arias en la ópera, y sobre todo en aquellas que pueden encuadrarse dentro del género belcantista que es donde las arias son la esencia del espectáculo y brillan por encima de todo (como los números musicales en las películas musicales, como los “polvetes” en las pelis porno) son también, y paradójicamente, lo más insustancial del argumento, aquello que menos aporta al seguimiento de la trama y, por lo tanto, lo más sencillo en hacer “desaparecer” sin que “lo-que-pasa” se resienta demasiado y sin que el público, entonces y a pesar de la “censura”, se sienta más perdido el Minotauro en su laberinto.

Y es curioso pero las tres manifestaciones artísticas: el cine musical, el porno (éste también puede ser arte, ¡qué coño!) y la ópera (y repito: sobre todo la belcantista), tienen esto en común. Aquello que les caracteriza es también aquello donde el argumento no fluye, la acción se frena, no continúa, donde la función se para. Y esto que nos puede parecer una chorrada es, sin embargo, el meollo donde bebió el mejor cine de la revolucionaria Nouvelle Vague francesa, los más suculentos spaguetti( western) italianos y, por extensión, el mejor cine de Quentin Tarantino. Sólo que estos dos últimos añadían a las causas de su “parón” las (interminables) poses, miradas torvas y tiroteos o los (interminables) diálogos entre sus protagonistas,  


 
Sí, porque tanto Godard, eligiendo el ejemplo más sobresaliente entre los nouvelles franchutes, como Sergio Leone, eligiendo el ejemplo más sobresaliente entre los spaguettis iitalianos, como Tarantino, fffrenan sus películas cuando lo sienten más oportuno y el público menos se lo espera y, además, hacen de ello lo más disfrutable de su cine y la más original y reconocible muestra de sus respectivos talentos y estilos de hacer o de rodar. ¿O, acaso, tendríamos que acordarnos del Madison, el número musical que fffrena el Bande a parte, de Godard y que nada aporta a su argumento?


¿O de las hieráticas poses de la secuencia inicial que fffrenan y tampoco aportan nada al argumento leoneano de Hasta que llegó su hora?

¿O de la verborrea, que idem de idem, de la secuencia pre-créditos del Tarantino de Reservoir Dogs?


¿O del archifamoso bailecito que se cascan Travolta y Uma Thurman en Pulp Ficton?

Sí, todas estas escenas, como las arias en las óperas belcantistas, como en El turco… de Rossini, como las escenas de sexo en el cine pornográfico o las musicales en el cine musical, constituyen la esencia, lo que hace reconocibles a dichas obras pero, sin embargo, si se eliminan, dichas obras no sufrirán argumentalmente alteraciones importantes y el espectador continuará enterándose aunque, reconozcámoslo, ninguno de ellos dudará que la cosa ya no es la misma.

Claro, lo insustancial como verdadera alma de la obra de arte. Curioso, ¿verdad? Quizás, pero fue lo que me contaron la pandemia y El turco…
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lunes, 26 de octubre de 2020

LOU REED, MAÑANA SIETE AÑOS SIN ÉL; Y JOSE Mª, PRONTO SEIS

Yo los cuento uno a uno, y mañana Lou hará ya siete años que no está entre nosotros. No quiero hacer de este blog un plomífero obituario pero siempre que se me ocurra alguna cosa dedicaré a Lou una de estas entradillas. Porque se le echa de menos. Se echa de menos su mala uva, y su profesionalidad, y su empecinamiento en remar siempre contra corriente, siempre fiel a unos principios que, paradójica y sensatamente, iría cambiando con el devenir de los años. Pero semper fidelis a ellos y ellos, los principios, siempre fieles a él. Accidentalmente mudables como lo somos los humanos; esencialmente invariables como lo es la gente que se viste por los pies, como lo era Lou.

Por eso en este enlace os dejo con Open House que canta (¡Y CÓMO!- por eso os transcribo la letra) con John Cale, casi treinta años después de que la Velvet Underground, y ellos mismos se disolviera y se separaran aunque, en realidad, nunca se dijeran ni se dirían adiós.

Please

Come over to 81st street. I'm in the apartment above the bar.

You know you can't miss it.

It's across from the subway

and the tacky store with the mylar scarves.

My skin's as pale as the outdoors moon.

My hair's silver like a Tiffany watch.

I like lots of people around me, but don't kiss hello,

and please don't touch.

It's a Czechoslovakian custom my mother passed on to me.

The way to make friends, Andy is invite them up for tea.

Open house

Open house

I've got a lot of cats.

Here's my favourite. She's a lady called Sam.

Made a paper doll of her - you can have it.

That's what I did when I had St. Vitus dance.

It's a Czechoslovakian custom my mother passed on to me.

Give people little presents so they'll remember me.

Open house

Open house

Someone bring vegetables. Someone please bring heat.

My mother showed up yesterday.

We need something to eat.

I think I got a job today. They want me to draw shoes.

The ones I drew were old and used. They told me to draw something new.

Open house

Open house

Fly me to the moon, fly me to a star.

But there are no stars in a New York sky.

They're all on the ground.

You scared yourself with music. I scared myself with paint.

I drew 550 different shoes today.

It almost made me faint.

Open house

Open house

Open house

Open house

 

Y del gran Jose Mª Latorre, ¿qué deciros? Pues que, en su caso, será el próximo 14N cuando se cumplan seis años sin el mejor crítico de cine que ha habido en este país; en mi modesta opinión, claro. José Mª, siempre lo digo, me enseñó a ver (cine), a leer (libros) y a escuchar (música), por ejemplo, este Tema de Nadia que Nino Rota compusiera para la magistral Rocco y sus hermanos, de Luchino Visconti, una de sus pelis de cabecera, y una de las mías:




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viernes, 9 de octubre de 2020

EL MUNDO POR EL DESAGÜE

Este mundo en el que nos está tocando vivir,  o ¿por qué no decirlo más exactamente?, en el que nos está tocando malvivir, parece empeñado en despeñarse por cualquier acantilado. Sí, estas parecen ser las funestas perspectivas de la era post-Covid 19, de esta presente e inacabable pandemia, y de la consiguiente y brutal crisis económica. Además todo indica como cierto ese aserto que yo, por lo menos, no me estoy cansando de escuchar durante estos días y que vendría a decir más o menos, nunca en tiempos tan nefastos, hemos tenido tan nefastos dirigentes para sacarnos del atolladero.

Y en estas circunstancias el mundo despeña. Cuesta abajo y sin frenos. Y suenan las verdaderas alarmas, estridentes como un parque de bomberos enloquecido. Y ese manido y perturbador grito de, ¡sálvese quien pueda, y como pueda (añadiría yo, si me dejan añadir)!, nos sacude en las orejas y nos deja temblando.

Claro que en medio de tanto dramatismo, nuestra primera opción bien pudiera ser volver la vista hacia la primera economía mundial, esos Estados Unidos de América que, además, celebran elecciones el próximo mes de noviembre. Ahí podría clavarse la primera estaca de nuestra salvación. Quizás no fuera un disparate. Pero sin embargo, ¿qué está pasando? Pues que al tan denostado y actual presidente o Donald Trump, sí, el mismo, el impresentable, el maleducado, el zafio, el botarate Donald Trump, el peor, al decir de muchos sesudos analistas, presidente que los Estados Unidos han tenido a lo largo de su historia, cuando ahora se nos presenta una oportunidad que ni pintada para echarle con una bonita patada en el culo de su residencia en la Casa Blanca, eso sí, tras un recuento democrático de los votos depositados en las urnas, su más feroz opositor y el que más interesado debería estar en eso de la patada en el culo, o sea, el Partido Demócrata decide elegir como su más avezado contrincante (sic) al si-te-he-visto-no-me-acuerdo Joe Biden, que en una de sus primeras declaraciones ha asegurado que en caso de ganar no se presentará a las próximas elecciones. Bien estamos, buenas las tenemos. De acuerdo, el muchachito tiene 78 palos. ¡Ahí le gana por 4 a Donald! Peina canas. Y presenta un aspecto más propio de un pulcro sacristán que de todo un candidato a la presidencia de su país. Y, sobre todo, ahora, en estos tiempos Covid y de penurias económicas que corren y cuanto más falta nos hace, según parlotean todos los cerebrines, deshacernos de Trump.

¿O nos estarán engañando a todos? ¿Quieren todos estos prebostes salir de ésta? Pero de verdad,  o por el contrario, ¿estamos más dispuestos a resbalar por el estercolero y a rescatar, después, los restos más potables del naufragio y empezar casi de nuevo, desde el cero coma?

Porque si observo las maniobras que están llevando a cabo las instituciones democráticas estadounidenses estoy más que tentado a pensar de que hay mucha más gente de la que yo creía, dispuesta a cerrar los ojos… y ¡a tirar todo a la mierda! Porque Donald Trump es a la mierda con todo. Y que los demócratas no hayan encontrado, en estos días, un candidato más solvente que Joe Biden para desbancar de Donald es todo un síntoma de que el sabor a mierda tampoco nos debe desagradar demasiado y que Donald es, en realidad, como el pato del mismo nombre, un cascarrabias pero un buen tipo.

Así que, tal vez, el mundo se acabe despeñándose por el basurero. Y sería increíble. Porque cuando nos lo proponemos somos capaces de lo mejor, del Renacimiento y de Venecia. Pero también cuando nos lo proponemos somos capaces de las mayores calamidades o del bochornoso genocidio judío. Y ahora es como si nos apeteciera (¡y vaya usted a saber por qué) decantarnos por lo segundo. En las peores circunstancias, por el desagüe y sin que a nadie parezca importarle mucho más que una mala digestión. A los estadounidenses, por lo menos, más que una mala digestión, el pito de un sereno. Pero ellos continuarán asegurándonos que son la sal de la tierra. Aunque Biden sea más soso que un algodón esterilizado. Por eso dejadme que me aclare la garganta y diga, por si alguien sensato me escucha, ¡socorrrro!




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martes, 29 de septiembre de 2020

LGTBI

La revista Anuket (diosa egipcia de la lujuria), de temática LGTBI, convocó este verano un certamen (se pedían poesías entre 15 y 50 versos) de las cuales seleccionarían 30 poemas que se incluirían en el número de septiembre.

A mí, que cualquier cosa me sirve para ponerme en marcha, a pesar de que no ando ni hostia, me picó la curiosidad. ¿Sería capaz de escribir una poesía de temática LGTBI, de no más de 50 versos, yo que, casi siempre, peco de “txapas”? Y por estos derroteros me lo tomé, y puse mis manos a la obra.

Y me salió la poesía que os dejo aquí abajo. La llamé MAGIA y dise así:.

Me tienes perplejo:

cuando te meneas

los cielos se mueven contigo.

El día nos cubre

y nos calienta con su luz,

hasta que las noches nos persiguen

y, entre lunas y risas, nos obligan

a escondernos bajo las sábanas.

Desconozco el secreto que ocultas entre los labios

y menos el que se aprieta entre tus piernas.

He visitado cientos de oráculos

y ninguno ha sabido desentrañar

ni tan siquiera esa sonrisa tuya

que habla sin pronunciar una palabra.

Aunque asumo que,

más allá de cualquier perplejidad,

lo que siempre me cogerá desprevenido,

es la magia en la que envuelves tus besos

y que hace que esta montaña

se enderezca siempre a tu antojo.

Anuket nos informó que se recibieron más de 1300 poesías, de todos los países de habla hispana y de algunos otros como Francia e Italia, y de las cuales seleccionaron las 30 prometidas. MAGIA fue una de las 30. De hecho en la revista (cuyo enlace os dejo aquí para poder descargaros el mencionado número de septiembre; sólo debéis poner vuestro e-mail y contraseña) aparece como la 12.

Todo lo cual, y como no podía ser de otra manera, me congratula. Recibir un reconocimiento, por pequeño que sea, siempre es motivo de alegría, y si no lo es, es porque nunca te han reconocido nada y no sabes, por lo tanto, de qué se trata.

Además todo sea por Anuket, y su pelea a brazo partido por mantener una publicación mensual con estas características, y por las propias LGTBI, que no es más que uno de los colectivos punteros en la lucha contra la censura, que nunca está bien, y más ahora que ya andamos con la mascarilla a cuestas. ¿Os imagináis además con un esparadrapo sobre los labios? ¡¡¡Socorro!!! O peor no-dicho, ¡¡¡Ummmmmm!!!...

https://lektu.com/l/editorial-anuket/revista-literaria-anuket-septiembre2020/14830?af=ghp

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domingo, 20 de septiembre de 2020

50 AÑOS SIN JANIS NI JIMI

No tenía intención de rememorar el medio siglo del fallecimiento de Jimi Hendrix y Janis Joplin. Y no porque no se lo merezcan sino porque, a veces, tengo la tentación de pensar que si atendiera desde estas páginas a todos los aniversarios de fallecimientos/nacimientos de personas que me han resultado relevantes por uno o por otro motivo (el otro día el gran Bird), más que un apañadito blog esto parecería un libraco de esos que podemos encontrar en las estanterías de los Registros de cualquier Ayuntamiento o funeraria.

                                           


Pero el caso es que estas conmemoraciones, en el caso de los músicos, ayudan a recuperar algunos viejos rostros y canciones que, en su momento, nos alucinaron y que ya hace tiempo, sí, demasiado tiempo quizás, hemos dejado de ver y escuchar y sin saber, además, muy bien el motivo.

Y además en mi caso particular, y estando como yo suelo estar, dándole siempre vueltas a eso de la música peligrosa vs la música inofensiva, por muy poca intención de acordarme de los 50 años que llevamos ya sin Janis ni Jimi, reconozco que no podía dejar pasar esta oportunidad para enseñar, a los que todavía no entienden eso de la "peligrosidad musical" y continúan en Babia, cómo Janis y Jimi forman parte (y la letra del Hey Joe, de Hendrix que reproduzco debajo es toda una declaración de principios al respecto; y no digo nada del Ball of Chain que canta Janis en Monterrey y que he puesto arriba), de ese selecto y minoritario grupo de "músicos peligrosos".

Sí, de ese mismo selecto y minoritario grupo que hoy en día, desgraciadamente, recibe tan pocas visitas y al que apenas se le apuntan nuevos socios. ¡Lástima! ¡Pero qué se le va a hacer! Así que de momento, QEPD. Ambos dos.  


Hey Joe, where you goin' with that gun of your hand/Hey Joe, I said where you goin' with that gun in your hand, oh/I'm goin' down to shoot my old lady/You know I caught her messin' 'round with another man/Yeah, I'm goin' down to shoot my old lady/You know I caught her messin' 'round with another man/Huh! and that ain't cool/Huh hey hoe, I heard you shot your mamma down/You shot her down now/Hey Joe, I heard you shot your lady down/You shot her down in the ground yeah/Yes, I did. I shot her/You know I caught her messin´around/Messin´around town./Uh, yes I did.. I shot her/You know I caught my old lady messin´round town/And I gave her the gun and I shot her!/Alright/(Ah! Hey Joe)/Shoot her one more time again, baby!Yeah/(Hey, Joe!/Ah, dig it!Ah! Ah!/(Joe where you gonna go?)Oh, alright./Hey Joe, said now/(Hey)/Uh, where you gonna run to now, where you gonna run to?/Yeah./(Where you gonna go?)/Hey Joe, I said/(Hey)Where you goin´to run/To now, where you, where you gonna go?/(Joe!)/I´m goin´way down, way down south/(Hey)/Way down south to Mexico way! Alright!/(Joe)/I, m going down south/(Hey, Joe)/Way down where I can be free!/(Where you gonna...)/Ain´t no one gonna find me babe!
(...go?/Ain´t no hangman gonna>/(Hey, Joe)/He ain´t gonna put a rope around me!/(Joe where you gonna.)/You better believe it right now!/(...go?/I gotta go now!/Hey, hey, hey Joe/(Hey Joe)/You better run on down!/(Where you gonna...)/Goodbye everybody. Ow!(... go?/Hey, hey Joe, what´d I say/(Hey... Joe)/Run on down.((Where you gonna go?)

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domingo, 13 de septiembre de 2020

SUERTE PARA TODOS


¿A quién no le gustaría conocer los mecanismos mediante los que se rige la suerte, la buena suerte, por supuesto? Claro, me imagino que a todo el mundo, pero entonces la suerte dejaría de ser la suerte. Porque la suerte si algo es, es aquello que hace referencia a lo imprevisible, a la casualidad que se empeña, en la mayoría de los casos, en desbaratar nuestros planes concienzudamente trazados; entremezclarse, en fin,  con aquello que nosotros, ingenuos donde los haya, pensamos que tenemos totalmente bajo control.

La suerte sería, así, el reverso de aquello que acontece por necesidad o, hablando en plata, de aquello que acontece por pelotas. Y sobre esta circunstancia podríamos citar, por ejemplo, ese tonto ejemplo de arrojar una piedra al aire y esperar a que, tras unos segundos, vuelva a caer sobre la tierra. La ley de la gravitación, descubierta por Newton, y sin ir mucho más lejos, hace que esto de la manzana ocurra por necesidad, por pelotas o porque la naturaleza así lo tiene contemplado.

Pero también los hombres podemos intervenir en el asunto (¿en cuál, no?) e intentar que las cosas se nos presenten así: por pelotas. ¡Buenos somos! Otro ejemplo tonto quizás nos pueda ilustrar al respecto. Si en una baraja de cartas apartamos todos los naipes menos los ases, y después los barajamos, para disimular más que nada, y escogemos una, seguro que esa carta es un as. O sea que habríamos colocado el grado de “por pelotas” en el 100% y el grado de suerte, ahora ya innecesario, en el 0%, lo cual parecería estar enseñándonos, además, que en esta vida las cosas se nos presentan por pelotas o, siendo ya más finos, por necesidad, o por suerte o azar. Y de este modo, nuestros más obstinados esfuerzos se volcarán para conseguir que lo segundo, el azar tienda al 0 y la necesidad al 100. Lo he escrito antes: que todo, todo esté bajo control. Esto nos encanta.

Aunque aquí nos encontraríamos de golpe y porrazo con un problema, el problema gordo. Porque en innumerables ocasiones,  y por innumerables motivos, la suerte no puede ser reducida al 0 ni la necesidad incrementada hasta el 100. Ésta sería la cruda realidad. Y a ella hay que plegarse si insistimos en seguir viviendo y pisando este planeta. No obstante, y como siempre nos pasa, nos revelamos y nos revolvemos contra esa cruda realidad. Y luchamos, a veces mucho más allá de nuestras humanas capacidades (qué le vamos a hacer, sí, el homo sapiens es así de terco) para conseguir que esa necesidad, ese “por pelotas”, se acerque al (tranquilizador) 100 y la suerte, el azar quede reducido a un (inofensivo) 0 patatero.

Y así, todo este tremendo jamacucos me ronda siempre la cabeza cuando recuerdo aquel bonito pasaje de la  novela de Tolstoi Guerra y paz en el que (y hablo de memoria), ante la inminente llegada de la tropas napoleónicas a las fronteras rusas, un coronel del ejército pregunta a uno de sus capitanes, capitán, ¿está todo listo? Y el hombre responde, sí, señor, todo está preparado, ya sólo falta que la suerte nos acompañe.

Sí, me encanta Guera y paz, y me encanta esa respuesta. Es decir, deberemos prepararnos, y a tope, para que la suerte sea 0 pero si no lo conseguimos confiar en que nos acompañe; o sea, que la suerte sea, en este caso, buena suerte, porque muy a menudo es comulgar con ruedas de molino intentar que, en todos nuestros humanos y mundanos asuntos (como sí sucede, en cambio, con muchos asuntos mundanos y naturales, cfr,- la gravedad), la suerte sea igual a 0 y que, por lo tanto, nos traiga al pairo que nos acompañe o no.

Y finiquitaría con esto de la suerte recordando el prodigioso putt que embocó, hace pocos días, desde 20 metros Jon Rahm en el último hoyo del último BMW Championship, y que le sirvió para alzarse con la victoria en el desempate contra Dustin Johnson. A algunos puede parecerles que la suerte, la folla, la txiripa habría decidido tenderle la mano por su cara bonita, pero a mí se me abre, entonces, otra cosa: como un cielo radiante donde resuenan las sabias palabras que solía pronunciar el gran y siempre añorado Severiano Ballesteros: cuando más trabajo, más suerte tengo. Éste sería el quid. Y es que si la suerte se niega a ser 0, como nos pasa casi siempre, mejor será que nos acompañe como el mejor y más leal coleguita. Y para eso, hay que currar. Severianus dixit.

Y ahí radica el secreto: trabajar duro, muy duro- y esto todos, sin excepción, lo podemos hacer- para que la suerte deje de sernos esquiva y traicionera y se incrementen con ello nuestras posibilidades de tenerlo todo bajo control o, en los términos con los que se conjuraba aquel capitán de Guerra y paz, conseguir que la suerte nos acompañe.





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