Corren malos tiempos para la
lírica, de acuerdo. Y para los maestros: Allan Dwan, por ejemplo, ¿quién se
acuerda de él? Era un director de cine canadiense, nacido en Toronto en 1885 y
muerto en Los Ángeles en 1981: o sea, que nació mudo; esto es, que sus primeros trabajos (1916-1925) los realizó durante
la época silente del cinematógrafo; y murió hablando;
esto es, que sus últimas películas (1929-1957) fueron ya rodadas bajo los
estigmas del cine sonoro.
Porque afirmar y mantener que los William Munny de Sin perdón o el Tom de Muerte entre las flores están ya prefigurados y anunciados en los personajes que interpreta el mismo John Payne en las dos películas mencionadas de Dwan es algo que siempre me ha llamado la atención, y sus coincidencias no deberían caer en saco roto. Para eso estamos aquí…
Primitivos, sí; chochos y caducos, ni por el forro.
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Por todo ello, para una parte
de la crítica cinematográfica más sesuda y original (sic), Allan Dwan formará siempre parte de ese exclusivo grupo de primitivos (quizás como King Vidor):
realizadores a caballo entre dos maneras de entender el cine y que, ya durante
su periplo sonoro, nunca abandonarán (¿podrían haberlo hecho realmente?) sus
formas y maneras silentes: ese ir al grano, a lo esencial de cada giro
argumental, de cada secuencia que caracteriza las mejores películas mudas y que
a mí, por lo menos, siempre me ha recordado la increíble lucidez y rapidez con
la que los compositores de Ópera saben plantear las tramas de sus mejores obras.
Pero hoy, o en esta
apresurada entrada (¿cuál no lo es?), quisiera llamar la atención, aparte de
sobre la longevidad del director, ¡casi 100 años!, aparte de su retirada
oficial del cine con “apenas” 72 años y víctima, sin duda, sobre esas nuevas
maneras de entender el cine, que empezaron a extenderse por un Hollywood
golpeado en su más firme línea de flotación por el moderno fenómeno televisivo, y que retirarían sin contemplaciones a
estos gloriosos primitivos al desván de los trastos viejos. Porque sin salirnos
de los ya mencionados, ahí tendríamos a Allan Dwan poniendo fin a su carrera en
1957 con Al borde del río, o al
propio King Vidor en 1959 con Salomón y
la reina de Saba.
Pero además, y en el caso del
director canadiense tendríamos en dos de sus últimas películas, concretamente,
en sus excelentes, y proyectadas por televisión haciendo honor a su
“primitivismo”: una, Filón de plata
(1954), a las 11 de la mañana, entre semana, en la 2 de TVE; la otra, Ligeramente escarlata (1956), de
madrugada, a las 3 o 4, en Antena3- ¡no vaya a ser que las vea alguien!
Pero las dos con inequívocos rasgos y antecedentes, sobre todo en lo que
respecta a sus tramas y a la caracterización de sus personajes principales,
interpretados, curiosamente (¿o no?) por el mismo actor, el pétreo John Payne,
con dos de mis películas modernas
favoritas como son Sin perdón (1992),
de Clint Eastwood y Muerte entre las
flores (1990), de los Coen Bros. Y ahí os irían los siguientes enlaces para
abrir boca:
Porque afirmar y mantener que los William Munny de Sin perdón o el Tom de Muerte entre las flores están ya prefigurados y anunciados en los personajes que interpreta el mismo John Payne en las dos películas mencionadas de Dwan es algo que siempre me ha llamado la atención, y sus coincidencias no deberían caer en saco roto. Para eso estamos aquí…
Porque aparte de representar
la enésima prueba de que los americanos, residentes en Hollywood, son los
mejores espectadores de cine del mundo, algo que nunca me cansaré de repetir- para
hacer buen cine hay que ver, entre otras cosas, mucho cine-, es también el más
meridiano ejemplo de cómo lo primitivo
puede (¡y debe!) estrechase la mano con lo moderno
y producir entre ambos dos obras maestras como Sin perdón o Muerte entre las
flores.
¿Por qué no es el John Payne
de Filón de plata un alter ego del Clint Eastwood de Sin perdón?, ¿no se presentan sus
personajes, al principio de ambas películas, dedicados a lo que podríamos
llamar tareas del hogar, uno de ellos a punto de casarse y el otro cuidando de
su miserable granja de cerdos, escondiendo detrás de estas apacibles y actuales
circunstancias, un pasado que para nada fue apacible y en donde, los dos, se
manejaban como dos de los más habilidosos y terribles pistoleros del Far West?, ¿y no van a ser,
precisamente, esos modi de la
pacífica (sic) sociedad que les rodea
los que consigan sacar a la luz aquello a lo que ambos hombres habían decidido
renunciar y que, sin embargo y mal que les pese, vuelve a aflorar, y a
apoderarse de ellos?
Quizás demasiadas preguntas,
o demasiado largas pero, sin duda, que las respuestas a todas ellas es un
rotundo SÍ. John Payne, al final de Filón
de plata, pierde la paciencia y ajusta las cuentas con esa sociedad tan
sonriente y cínica como la que forman sus vecinos de Silver Lode, y abandona su entrañable (sic) pueblecito, eso sí, sin la oscuridad demoníaca que sigue a
Clint Eastwood en Sin perdón pero, y
esto sí que sí, para no regresar a él nunca más. Porque, sin duda, una vez
destapado el tarro de “lo siniestro”, “lo sublime” no puede ya ser lo mismo
para nadie. Y que Eugenio Trías me perdone la alusión al título de su magnífico
ensayo.
Y en cuanto a Ligeramente escarlata y Muerte entre las flores, ¿qué decir?
Pues más de lo mismo. Primitivamente
modernos. O, ¿no sería su John
Payne un indiscutible antecedente del Gabriel Byrne- Tom de la segunda?, ¿no simula
John Payne, al igual que Gabriel Byrne pasarse a la banda enemiga con el único
objetivo de desmantelarla y salvar así la vida de su jefe y amigo- Leo, aun a costa de perder
en el envite a su auténtico amor, llámese ésta Rhonda Fleming en Ligeramente escarlata, o Marcia Gay
Harden en Muerte entre las flores?