Harto estoy de que nadie se
caiga del guindo. Como si los “popes municipales” de la cultura pusieran el
precio a las entradas de los espectáculos en general porque a alguien, que
pasaba por ahí, se le ocurrió decir “tanto” y todos, como borregos, hubieran
asentido:, “¿tanto?, de acuerdo muchachos, tanto”.
Cierto que podría aducirse, y
esto es un escueto paréntesis, que hubo precios más asequibles para asistir al
concierto, hasta llegar a los 50€ (sic),
pero en localidades que, en el Teatro
Arriaga, bien pueden llamarse, y de buen rollo, tuertas, o ciegas directamente.
Vamos que si la taquillera se cubre la boca con un pañuelo, bien hubiéramos podido
escuchar aquello de ¡¡esto es un atraco!!
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Y esto lo saco ahora a cuenta
de los 65 euracos que hubo que pagar por escuchar en el Teatro Arriaga de Bilbao al imprescindible Juanjo Mena (porque
nunca me cansaré de alabar la ingente labor que hizo al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, y de cuyos valiosos réditos la BOS
continúa viviendo en la actualidad, y bastante bien por lo que tenemos oído; que sea por un montón de años); al
imprescindible Juanjo Mena, decía, al frente de su actual formación, la Filarmónica de la BBC londinense. Pero, ¡ojo!, y es a lo que
voy: lo “imprescindible” nunca debería ser es el factor único a tener en cuenta a la hora de fijar el precio de las
entradas, de una entrada, en este caso, para escuchar a Juanjo Mena dirigiendo
a la Filarmónica
de la BBC. Hay otros factores, otras cosas, en las que nadie parece reparar…
Y explico porqué considero
esos precios abusivos para oír en el Teatro
Arriaga a Juanjo Mena y su Filarmónica,
porqué me siento con ello, desplumado, atracado-a-entrada-armada. Porque así,
denunciando estos abusos, puede que aquellos “popes”, a los que aludía al
principio, se lo piensen dos veces antes de asentir ante la primera ocurrencia
de “tanto”. Aunque debamos, si queremos resultar convincentes, hacer acopio de
buenas razones, tantas como podamos, para dejar a esos “popes” sin posibilidad
de contraataque. Luego, me meto en la charca hasta la cintura y busco razones.
Y nos ponemos, entonces, en
los tacos de salida y empezamos, por afirmar, que el precio de una entrada,
para cualquier espectáculo o concierto, como es el que caso que motiva estas
reflexiones, debe, o debería (porque, de hecho, no lo está y, como también
decía más arriba, nadie parece reparar en ello), estar sujeto, ya que hablamos
de música, a la calidad o fama (medidas ambas, si se quiere- acepto pulpo como
animal de compañía- en términos de ventas de discos) del cantante o grupo que
vayamos a escuchar; también se debería tener en cuenta, la cantidad de
profesionales que harán falta para montar la representación y los artistas que
pisarán el escenario (no es lo mismo la actuación de un heroico y sobrio
cantautor, que la actuación de una impresionante, por el número de profesores y
cantantes que se necesitan, orquesta que fuera a interpretar la 8º sinfonía de
Gustav Mahler; y también, habría que tener en cuenta, la “seriedad” o
trascendencia del acontecimiento (no es lo mismo una actuación durante una
merendola de cumpleaños que una actuación hecha y derecha o, cambiando al
tercio deportivo, una confrontación deportiva amistosa o una oficial). Y pienso
que hasta aquí todos estaríamos, más o menos, de acuerdo; ¿o no?
Sería la diferencia que
habría que abonar por asistir a un concierto de Bruce Springsteen (al que por
algo llaman el Boss) o a uno del
infausto, Manel Navarro (sí, el representante español en el Festival de
Eurovisión 2017, al que sus más allegados, posiblemente, llamen Manu); la misma que habría entre un
partido de esos que se incluyen dentro de la preparación de los equipos de cara
a la temporada venidera, y que acontecen durante los torneos veraniegos, y cuyo
resultado no iría, en realidad, a ningún sitio, y una Final de la Champions
cuyo resultado no sólo es que siempre vaya a alguna parte, sino que de él pende
la continuidad, o sea, el empleo y sueldo, de muchos entrenadores y jugadores.
Pero también habría que
considerar otros factores, y entre estos ése sobre el que casi nadie cae o lo
tiene en cuenta, y que sería, el lugar (recinto, estadio, …) donde la actuación
musical o contienda deportiva o lo que queramos añadir a la lista, vaya a
celebrarse.
Porque creo que el concierto,
el partido, o lo que sea, se prestigia y debe, por lo tanto, valorarse también en
función del recinto o del estadio donde vaya a producirse. Las circunstancias,
y el dónde es una de las circunstancias más a tener en cuenta, deberían hacer
subir o bajar el precio de las entradas.
Y ahora es cuando muchos, que
han llegado hasta aquí, se paran y se lo piensan: pero, ¿qué está escribiendo
este tío?, ¿se le ha extraviado, acaso, la última neurona que le quedaba sana?
Y yo, primeramente, aconsejaría tranquilidad, que nadie perdiera los nervios,
que no cunda el pánico, que para esto no hemos venido y le dé, a cambio, una
vueltita (de tuerca) a la propuesta y calibrara si debe costar lo mismo una
entrada para ver un partido de fútbol en (con todos mis respetos) Lasesarre, el campo de fútbol del Barakaldo,
o una entrada para ver ese mismo partido en Wembley.
Lasesarre tiene su precio y vale
tanto, y Wembley tiene el suyo y vale
un poco más. Yo lo tengo claro. El mítico estadio inglés se habría ganado ese
plus por la cantidad de memorables partidos y hazañas que su césped ha visto.
Así, el recinto donde se celebra el acontecimiento prestigia al mismo
acontecimiento (de igual manera que a la inversa; cuestión de sinergias, si se
quiere uno ponerse pureta), y lo que
importa: el prestigio debe pagarse.
Porque los participantes en
el acontecimiento (sean músicos, deportistas o artistas en general) también
querrán, de forma inconsciente si se quiere (pulpo-animal-de-compañía, vale),
estar a la altura de las circunstancias, del lugar, en este caso, donde va a
producirse la contienda o su actuación. Y de esta manera, resulta comprensible
que, en igualdad con las otras condiciones, traten de esforzarse más, de
hacerlo mejor, en esos recintos con un mayor prestigio (que, por supuesto,
enseguida se traduciría en una mayor repercusión mediática, y enseguida, en
dinerito contante y sonante) que en aquellos otros que aún no gozan (mediáticamente)
de tanta solera o predicamento.
Yo comprendo, por ejemplo,
que en igualdad con las otras condiciones (y no que ese día de actuación
coincida, precisamente, con el 75ª cumpleaños de Mick Jagger, por ejemplo, con
lo que éste podría querer darlo todo sobre el escenario para que sus “años de
platino” resalten más con una actuación memorable), los Rolling se (pre)ocupen más, se esmeren más por su concierto en el Madison Square Garden que por su
concierto en nuestro querido, ya que vivo y estoy en Bilbao, Pabellón de Miribilla, el recientemente
construido y flamante recinto deportivo de nuestra ciudad, si es que esto
pudiera darse en alguna parte, aparte de en los sueños.
Y vuelvo ya por donde empecé:
Juanjo Mena, la Filarmónica de la BBC , los 65 pavos, y…. el Teatro Arriaga, echando tierra y piedras
sobre mi propio tejado. Lo sé y lo asumo, pero Teatro Arriaga no tiene aún (y espero, como agua-de-mayo, que se lo
gane en un futuro muy próximo) el aroma, el prestigio ni la solera de otros
recintos.
Claro que todo esto, si le diéramos
la vuelta a la tortilla, serviría también para justificar los precios de las
entradas que hubo que pagar a-toca-teja (de 120€ a 40, abusivos para muchos
pero, en este caso, sin motivo) para presenciar la Final del Manomanista en el Frontón de Miribilla.
Y la justificación, con los
mismos argumentos que he venido exponiendo hasta ahora, resulta obvia. La Final del Manomanista es el
enfrentamiento cumbre de la
Pelota a Mano. No hay una confrontación entre dos pelotaris de
semejante nivel, un Campeonato de Pelota a Mano de semejante prestigio y,
además, un recinto, el Frontón de
Miribilla de semejante prestigio, con enfrentamientos en él que ya han
hecho Historia por su trascendencia y calidad, con sus 3000 localidades
(posiblemente el más grande del mundo), y su perfecta visión desde cualquiera
de ellas, ninguna tuerta, ninguna ciega; sin duda, el recinto Nº1 para
presenciar un cara a cara de este nivel.
Por ello los precios, para
presenciar el partido, pueden ser elevados; pueden, incluso, rozar el precio
que se desee, ya que nada hay, en el deporte de Pelota, que se pueda poner a su
altura. Es Pelota a Mano, de acuerdo, un deporte minoritario, pero es el mejor
partido que se puede disputar y presenciar dentro de esa minoritaria
especialidad deportiva.
Así que, en este caso, habría
que abonar el precio que se nos pida, porque merece la pena, porque ningún
enfrentamiento deportivo que se celebre en un frontón podrá superarlo. Nada habría
mejor.
Y al revés, y sobre estos
mismos derroteros, volviendo a girar la tuerca, tendríamos que subir los gritos
al cielo ante los abusivos, ¡estos sí!, precios (¡95€!, desde los 40, que ya
están bien) que cuestan las entradas para ver la Final de la European Cup de rugby, el año
que viene aquí, en Bilbao, en San Mamés,
que sí que tendría su indiscutible solera, pero más como estadio de fútbol;
unos abusivos precios que, ni siquiera, pagué (pagué casi la mitad) por asistir
a un partido decisivo del Seis Naciones
en el Milenium de Cardiff, uno de los
templos de este deporte o, cambiando la hierba pero sin salirnos de los templos, por una entrada (porque también
fui, ¿qué pacha?) en la Pista Central de Wimbledon para
ver jugar a Venus Williams, a Nadal y a Murray (cierto, en octavos de final, y
no en la Final ,
pero bueno) durante el más prestigioso torneo de tenis.
Aunque resumo y ya termino
(que va siendo hora), con todo esto no estaría tratando sino de poner un poco
de cordura, y de sentido común (lo sé también: el menos común de los sentidos)
en las mentes de los responsables, de esos “popes” cuando se sientan y deciden
asignar un precio a las entradas de cualquier acontecimiento cultural que vaya
a celebrarse en los recintos, por supuesto, sobre los que tengan poder de
decisión.
Colocar en una lado de la
balanza, el precio; y en el otro lado, todas las circunstancias que rodeen al
evento, sin olvidarse de ése del que casi todos se olvidan (por esto empecé a
barruntar este artículo), del recinto donde el evento pasa de las letras y
grafismos que se dibujan en la entrada al escenario y se hace realidad; y si la
balanza queda equilibrada, en una horizontal más o menos admisible, será que
los cálculos no se han hecho del todo mal. Y entonces no quedará más que dar la
enhorabuena a todos esos “popes” y responsables, y levantar las manos pero para
estrechar las suyas, encantados, porque esto ya no sería un atraco, y por
desgracia no abundarían encuentros como estos, con gente tan sensata.
Y ya que se incluyó en el
concierto de Juanjo Mena en el Teatro
Arriaga, os dejo con la Variación 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de
Rachmaninov. Para amenizar la lectura de esta (un poco extensa) entrada, y para
flipar: uno nunca se cansa de escuchar estas cosas…